Mostrando entradas con la etiqueta Lo que el tiempo se llevó. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lo que el tiempo se llevó. Mostrar todas las entradas

Heterodoxos en Ibahernando

Inés Cortés, la última protestante
La comunidad de cristianos evangélicos que nace en Ibahernando a finales del siglo pasado es hoy sólo un recuerdo para sus habitantes.

La emigración y el paso del tiempo han reducido el número de fieles a uno: Inés Cortés Anes. Tiene setenta y cinco años y vive sola.



Cuando Joaquín Peña, último sacristán, se trasladó a vivir a Madrid hace diez años, se cerró definitivamente el templo. Ahora acaba de ser vendido a don Vidal Ruiz, quien piensa derribarlo para construir un nuevo edificio. El cartel de venta aún continúa colgado de su balcón principal.

Para la captación de prosélitos se envió, hace ya muchos años, a la "hermana Mayo" y al "padre Alejandro". Llevaron a Ibahernando biblias evangélicas y ejemplares del Nuevo Testamento que interpretaban en las reuniones. Tras la conversión de los primeros vecinos establecieron el nuevo culto. Entre los años treinta y cuarenta la comunidad llego a tener doscientos fieles.

"Hemos pasado muchas penalidades —dice Inés—, pero la fe nos daba fuerzas para superarlo todo."



En Ibahernando

Cuando llegamos a Ibernando el silencio y la tranquilidad pueban sus calles. El pueblo dormitaba bajo el calor del mediodía, y el sol va despertando olores en las plantas que adornan su pequeña plaza. Nada parece alterar la calma de esta vecindad de unas mil trescientas personas, dedicadas en su mayor parte a la agricultura y la ganadería. Pasados unos minutos aparecen dos muchachas. Pasean despacio y charlan amigablemente. Cuando se detienen aprovechamos para acercarnos y preguntar. Una de ellas, Delia Rubio, recuerda haber oído hablar en su casa de su bisabuela protestante. Un hombre de edad madura se acerca, nos saluda y contesta cordialmente a nuestras preguntas.
—Pues si —dice Francisco García—, mi abuela también fue protestante.
Ha conocido tiempos en que la vida de la comunidad era tranquila.
—En mis tiempos de mozo, y que yo recuerde, nadie se metía con ellos. Apenas había complicaciones, ni a nivel de vecinos, ni a nivel familiar. Algunos hermanos de mi padre eran protestantes, otros católicos. Pero no siempre fue así: después de la guerra, sobre todo, aumentaron los problemas. Aquí hubo un cura, don Amadeo Caro, que les dio mucha guerra. Sobre todo se metía mucho con un "pastor" que se llamaba don Carlos. No recuerdo el apellido. Su hijo estudió para médico y fue director del Hospital Provincial de San Carlos, de Madrid. Ahora trabaja en el Clínico.

La mujer de Francisco añade:
—Bueno, don Amadeo se metía en todo; en el baile, en el paseo... En todo, vamos. Recuerdo el día que murió Francisco Tirado; era protestante y fuimos al entierro un grupo de mozas. Al día siguiente, el cura llamó a las "Hijas de María" y las aleccionó de aquí te espero. Se portaban mejor los protestantes con el pueblo que el pueblo con ellos.



Hacia 1940, la comunidad evangélica decidió instalar una campana en su templo para llamar a los fieles al culto. No fue posible: el párroco se opuso terminantemente. Tuvieron que seguir guiándose por los repiques de la campana católica.

Muchos bautizos y matrimonios fueron celebrados por el rito católico seguramente por ahorrarse complicaciones. Hubo familias que, como la de Joaquín Peña, bautizaron a todos sus hijos por la Iglesia Evangélica. Después, su hijo Cayetano también se caso por el rito evangélico, y Maruja, su mujer, tuvo que convertirse para poder llevar a efecto la ceremonia. Se dieron casos en que los vecinos se casaban por lo católico y después seguían practicando el culto evangélico.


Una evangélica digna de mención: doña Juliana Moreno
Todos recuerdan en el pueblo —unos por oídas, otros porque vivieron en su tiempo— el empuje y la bondad de doña Juliana Moreno, muerta hace veinticinco años cuando contaba ochenta de edad. Fue una evangélica convencida y una cristiana ejemplar.

—Ha sido la mejor vecina que ha tenido el pueblo —comenta Francisca Maestre—. Cuando se enteraba de que alguna familia estaba pasándolo mal se acercaba, al anochecer, a su casa y a través del postigo de la puerta les lanzaba paquetes de comida o ropa.

Era como un regalo venido del cíelo, pero todos sabían que era a la tierra —y más concretamente a doña Juliana— a quien debían la cena de aquella noche. Ayudaba en los partos, abría las orejas a las recién nacidas, sacaba muelas y, en el mes de mayo, regalaba a Francisca Maestre hermosos ramilletes de flores de su patio que iban a parar a los pies de la Virgen de la parroquia. Dio total libertad a sus hijos para que eligieran la religión que más les convenciese. Así, cuando al toque de campanas la madre y la hija salían de casa para hacer sus rezos diarios, una se dirigía al culto; la otra, al rosario.

Una visita obligada
Inés Cortés Anes vive en la afuera del pueblo. Su casa, encalada y pequeña, remata una de esas calles estrechas de pueblo que termina entre huertos. La entrada lateral de la vivienda está rodeada por un patio estrecho. Una gran cantidad de plantas ocupan los laterales. Llamamos. Tras la cortina rústica de la puerta se oyen ruido de cubiertos y platos. Inés terminaba en ese instante de comer. Sale inmediatamente. Nos sentamos con ella en los escalones de la entrada.


Es una mujer mayor, pero jovial y campechana como pocas. Nacida y criada en Ibahernando. Cuando viene al mundo, o al menos desde que ella recuerda, sus padres son ya practicantes del culto evangélico y en él educan a sus ocho hijos. Dos de ellos se casan por la Iglesia Católica; los demás, por la Evangélica. Es novia de Valentín Salor durante seis años...

—El, a veces, venía conmigo al culto, y a pesar de que yo jamás le dije nada sobre ello, poco a poco se fue convirtiendo. Nos casamos por la Iglesia Evangélica. Ese mismo día se confirmó y recibió al Señor en nuestro templo.

—¿Existen muchas diferencias entre et culto evangélico y el católico?
—No, no lo crean. Para nosotros, Jesucristo es Dios, y también creemos en la Santísima Trinidad; sin embargo, a la Virgen la reconocemos nada más que como la madre de Jesucristo. Yo nunca le pido nada a la Virgen. También creemos en los Apóstoles, pero no rendimos culto a las imágenes. Está prohibido en la Biblia: "No os inclinaréis ante las imágenes."


Acto seguido se levanta y entra en la casa. Sale llevando en la mano un pequeño libro: el Nuevo Testamento.

—Yo —añade— no sé leer ni escribir, pero el mirar este libro o la biblia evangélica me reconforta. Son los auténticos... Sin embargo, la Iglesia Católica ha traducido muchas cosas a su aire. Yo creo que mí religión se acerca más a las cosas reales, es más auténtica. Cuando hacíamos el culto y venía algún vecino nuevo, lo que más le gustaba era sobre todo que allí se hablase en castellano, tal y como hablábamos la gente del pueblo, nada de latines...
—¿Sabe usted que ahora la Iglesia Católica también hace su culto en castellano?
—¡Claro! Es que han tenido que ir cambiando. Y han cambiado sobre todo desde el Concilio... Nosotros no hemos cambiado apenas nada. Comulgamos con pan y vino, no con la hostia, con pan y vino auténtico. También es diferente la forma de confesarnos. Yo me confieso directamente con Dios cada mañana y cada noche. Sin ningún intermediario...


Tiene entre sus manos el libro y no le deja parar un momento. Expresiva y vivaracha, Inés sigue hablando, explicándose con esa inteligencia natural y con esa fe que tanta fuerza dan a su personalidad.
—¿Cómo han sido sus relaciones con el pueblo?
—Pues... antes en el pueblo no se portaban bien con nosotros. Ahora ya no, ahora somos los buenos... En realidad, la gente del pueblo era buena, pero los curas la inducía contra nosotros y se dejaba llevar. Don Amadeo y don Miguel fueron unos inquisidores para los evangélicos, sobre todo don Amadeo. Cuando estábamos empleados intentaban convencer a nuestros amos para que nos despidieran. Era más diñcil encontrar trabajo cuando eras evangélico. Nosotros, mi marido y yo, encontramos buenos amos, y no tuvimos nunca problemas. Un "señorito" nuestro me decía hace poco que los evangélicos de Ibahernando habíamos dado siempre un testimonio auténtico de fe y honradez. Pero otros no tenían tanta suerte. A veces, a los medieros, si pertenecían a nuestro culto, les quitaban las tierras. Los curas nos llamaban herejes. Siempre estaban contra nosotros. Un día vino al pueblo un obispo. Cuando íbamos a salir del culto oímos que llegaba la comitiva: las autoridades y la gente del pueblo que acompañaba al obispo. Venían diciendo: ¡Viva el señor obispo! ¡Mueran los protestantes! Nos quedamos rezagados esperando que pasase el griterío. Siguieron gritando hasta la iglesia. Nadie les llamó la atención, ni siquiera el obispo. Después, el obispo se murió.
—¿Pero, se murió, cuándo?
—Esa misma noche, en el pueblo.
Y se queda pensativa, convencida, tal vez, de que en todo lo ocurrido intervinieron fuerzas desconocidas para el hombre.
—Ante toda esta serie de hechos, ¿cómo solucionaban el de la educación de los niños?
—Por ese lado no hubo ningún problema. La comunidad envió desde Madrid un maestro. Las clases se daban en el templo, y el profesor era tan listo que llegó a dar clases particulares a casi todos los niños del pueblo. Bueno, es que ocurrían unas cosas... Algo parecido pasó con Joaquín Peña. Era carpintero y le encargaban los mejores trabajos del pueblo; cuando cambiaron de cura hizo todo el trabajo en madera de la iglesia católica.
—¿Recibían ustedes ayuda económica de otras comunidades evangélicas?
—No. Nunca recibimos más ayuda que para hacer la iglesia. Para levantarla se reunió dinero de distintas comunidades de dentro y fuera de España, y como era internacional, cuando la guerra pusieron una bandera alemana y nadie pudo tocarla...
Inés no tuvo hijos. Crió a una sobrina que ahora vive en Alcalá de Henares y con la que pasa la temporada de invierno. De esta forma llena —un poco— la soledad en que vive desde la muerte de su marido. Valentín Salor está enterrado en el nuevo cementerio, donde no existen las tapias divisoras que intentaron, en su día, marginar el silencio de los que allí descansan. Al borde de la carretera de Trujillo, el cementerio antiguo separa, con un muro, el reposo de , los vecinos que practicaban credos distintos. Su puerta cerrada nos indica qu aquellas absurdas diferencias han sid olvidadas definitivamente por los ve nos de Ibahernando.



FUENTE: Carmen Díez Lobato. Región Extremeña. Mayo 1979.

El desastre de Torrejón

El viernes 22 de octubre de 1965, a las 9,30 de la mañana, una noticia corrió como reguero de pólvora por toda la nación: un grave accidente en la presa que se construía en el pueblo cacereño de Torrejór el Rubio. Aproximadamente 70 muertos y la pérdida de varios cientos de millones de pesetas fueron las conclusiones finales del suceso. Con anterioridad, las más peregrinas divagaciones y especulaciones se hicieron sobre el alcance del accidente. El final, el triste final, todavía retumba en la mente de los que vivieron tan dramáticos momentos.



La presa de Torrejón el Rubio la construía la empresa "Agromán" para Hidroeléctrica Española, y en ella trabajaban más de 4.000 obreros. La presa, situada sobre el río Tajo, en su confluencia con el Tiétar, era única en Europa por un sistema de enlace de aguas abajo con el pantano de Alcántara y aguas arriba con el de Valdecañas, para hacer trasvases de unos a otros.

La tromba de agua inundó el túnel
El accidente se produjo al ceder la rejilla de una de las compuertas del aliviadero y precipitarse la tromba de agua sobre el lecho seco del rio, donde trabajaban aproximadamente 400 obreros. En breves segundos el cauce del rio subió como la espuma, alcanzando cotas de altura nunca vistas y aumentando el caudal conforme el agua discurría violentamente por el muro reventado. En el túnel inundado se encontraban trabajando 50 obreros que quedaron aprisionados y con escasas posibilidades de rescate. A otros, la tromba de agua les sorprendió en el lecho seco del río, aunque éstos, al estar al aire libre, a duras penas pudieron ponerse a salvo. Las máquinas, tractores, turbinas y herramientas de trabajo quedaron inmediatamente sepultados bajo los miles de metros cúbicos de agua desalojados.

Dada la gravedad de la avería, hubo de soltarse parte de los 140 millones de metros cúbicos de agua embalsados, a un ritmo de 2.000 metros cúbicos por segundo, para conocer la importancia de la avería. El espectáculo que entonces ofrecían los aliviaderos de la presa que vertían las aguas del pantano era impresionante; hizo subir el caudal en más de seis metros, obligando a desalojar el poblado obrero construido en la margen del río que albergaba a 150 familias, aproximadamente unas 800 personas de las 4.000 que trabajaban en los diferentes tajos.

El embalse de Torrejón se construía para el aprovechamiento integral del Tajo y en su particularidad permite el trasvase de las aguas del Tiétar al mismo tiempo que serviría de enlace con el pantano de Alcántara. La presa, pese a su menor tamaño, es uno de las más importantes del sistema que construyó Hidroeléctrica Española, como subsidiaria de la inmensa presa de Alcántara y que produciría una potencia total de 120 millones de kilovatios/hora.




El rescate de los cadáveres

El rescate de los cadáveres fue de lo más épico y triste, produciéndose verdaderas escenas de histerismo. Las primeras impresiones de desaparecidos eran contradictorias y alarmantes. Todo aquel que en la noche del accidente no se encontraba en casa fue considerado como desaparecido, aunque posteriormente pudo comprobarse la falsedad de esta afirmación. Hombres-rana, especialistas, equipos de salvamento, obreros, encargados, ingenieros... trabajaron para conseguir rescatar a sus compañeros aprisionados en el túnel. El primer día sólo se encontró el cadáver del peón Florentino Martín García, aunque en días posteriores se fueron sumando las victimas hasta llegar a cerca de los 70 muertos.


Los métodos empleados para rescatar a los posibles supervivientes o a los muertos fue titánico, despreciando las más elementales medidas de seguridad. No se pusieron vetos, ni se escatimaron esfuerzos en tratar de sacar con vida el mayor número de obreros. Ejemplares muestras de compañerismo ofrecieron todos y cada uno de los 4.000 obreros que trabajaban en la presa. Según las primeras impresiones ofrecidas por los medios de comunicación, ejemplar fue el comportamiento del obrero José Malmuerca, que, despreciando los riesgos, consiguió sacar la "pluma" con que trabajaba en el lecho del río y rescatar a ocho obreros aprisionados. Posteriores averiguaciones comprobaron que la "pluma", sujeta al lecho del río por cuatro potentes gatos, fue liberada por otro obrero que José Malmuerca no recogió después. No obstante, la "pluma" de José Malmuerca, con el rudimentario sistema de atar un cesto empleado en el transporte de ladrillos al brazo de la grúa de 40 metros de largo, rescató ocho compañeros.



Los supervivientes de aquella catástrofe están hoy diseminados por la ancha piel de toro española. Pocos se encuentran trabajando en Torrejón y la mayoría de ellos han emigrado a Madrid, Barcelona, Bilbao, o el extranjero. Los obreros que trabajaban en la presa eran en su mayoría de los pueblos limítrofes a Torrejón: Trujillo, Aldea de Trujillo, Berrocalejo, Jaraicejo, Monroy, Arroyo de la Luz, Almaraz, Casas de Miravete...

Entrevista con un superviviente
Isidoro Cobo García es uno de aquellos hombres que trabajó en la presa y que no ha emigrado. Natural de Torrejón, no ha querido trabajar en el extranjero y ha preferido quedarse en su patria chica, como él dice. Actualmente tiene cuarenta y seis años, casado y con cuatro hijas.

—... Yo estaba trabajando en el lecho del río seco* y cuando menos nos dimos cuenta el agua empezó a cubrirnos. A duras penas conseguimos llegar hasta la orilla opuesta, porque afortunadamente los que estábamos al aire libre pudimos salvarnos, cosa que no ocurrió con los que trabajaban en túneles, pozos, o galerías.


—¿Usted participó en los trabajos de rescate?

—Sí, yo formaba parte de una de las cuadrillas de rescate que trabajó lo indecible por tratar de sacar con vida al mayor número de compañeros. Saqué a 18 cadáveres.

—¿Qué piensa ahora usted, cuando han transcurrido tantos años de aquel accidente?

—Hombre, yo muchas veces pienso en ello. Y pienso que ahora estoy aqui porque estaba trabajando al aire libre, porque si llego a estar en los túneles me hubiese quedado alli para siempre. Siento mucha pena cada vez que recuerdo la catástrofe.


—¿Volvería usted a trabajar en construcciones de este tipo, quiero decir en embalses, presas o saltos de agua?

—Sí, mi familia tiene que seguir viviendo y trabajaría en cualquier sitio que me saliese trabajo. Después del accidente estuve trabajando en el pantano de Alcántara y en otras presas.

—¿Y ahora en qué trabaja?

—Como miles de españoles, estoy en el paro. Trabajo en lo que cae, alguna chapuza y nada más. Al terminar la presa de Torrejón me despidieron y aquí estoy. Llevaba trabajando siete años con la empresa.

—¿Y por qué no ha emigrado usted?

—Mire, a mí me gusta mi tierra, mi pueblo, yo no he salido nunca de él y por eso no quiero emigrar. Aquí seguiremos trabajando en lo que caiga, pero no emigraré.

Con toda celeridad se instaló un tendido eléctrico a la central de control para suministrar energía a las potentes grúas autobombas que habían de entrar en funcionamiento para achicar el caudal de los diferentes túneles. A pesar de los esfuerzos, poco o nada se pudo hacer por esos setenta desgraciados a los que aprisonó la tromba de agua.

A los trece años de la tragedia, la Presa de Torrejón suministra miles de millones de kilovatios/día. Atrás queda el sudor, el sufrimiento, el dolor, las ansias de una tierra que lucha por ser menos desértica.

FUENTE: Antonio B. ROSAS. Región Extremeña. Febrero de 1979. Fotos Archivo "Hoy"

El autobús de Aliseda

En 1972, veinte muchachos murieron al despeñarse el autocar en el que viajaban

Las promesas de las autoridades no se cumplieron



La noche del domingo 25 de junio de 1972 fue tremendamente triste para los vecinos del pueblo cacereño de Aliseda. Un desgraciado accidente segó la vida, todavía joven, de veinte muchachos que no contaban más allá de veintidós años. El conductor del autobús, Telesforo Mena Carabero, de sesenta y ocho años, también resultó muerto.

Han pasado siete años de aquel accidente, pero en la mente de todos los vecinos de Aliseda siguen zumbando los dramáticos momentos en que el auto¬bús empezó a dar vueltas y vueltas, como una noria, por una pendiente de más de cuarenta metros. El balance fi¬nal fue de 21 muertos y 37 heridos. El autobús venía de Herreruela, localidad vecina a Aliseda, donde los jóvenes locales jugaron un partido de fútbol.

Del resultado nadie se acuerda, ni en las crónicas de sucesos de aquella época se reflejan los goles a favor o en contra. A partir de aquella calurosa noche del mes "de junio, el rostro de Aliseda cambió de carácter.



Los 2.500 vecinos que por aquella época tenía Aliseda quedaron impresio¬nados por la muerte de veinte jóvenes "que tenían toda una vida por delante". Dos parejas de novios, el conductor, veinte jóvenes en total, dejaron sus vidas en una curva que "el conductor conocía muy bien y que cogió con prudencia".

Cadáveres irreconocibles
"Las ruedas traseras quedaron en la cuneta, el autobús tardó unos segundos en bascular, buscando un equilibrio inútil, dio el último bandazo y se precipitó al barranco." Muchos de los ocupantes salieron despedidos por las ventanillas, al mismo tiempo que eran arrollados en la caída vertiginosa del autobús en las interminables vueltas que daba. Algunos cadáveres eran irreconocibles. Se les identificó por las pulseras que llevaban algunos." El relato es de un superviviente.

El número de ocupantes que viajaban en el autobús parece ser que era excesivo, aunque no puede decirse con exactitud, ya que muchas otras personas subieron en Herreruela. Unos cuarenta resultaron heridos de más o menos consideración. Esteban Ávila quedó con las piernas rotas. Hoy, Esteban anda perfectamente. Es guarda de la Cámara Agraria. "¿Que si me acuerdo de aquello? ¿Como voy a olvidarlo si estuve varios días sin poder dormir oyendo los gritos de los que íbamos dentro. Fue horrible."



Esteban no se resiente de sus piernas, "ando muy bien". Recuerda minuto a minuto lo que ocurrió. Iba dentro del autobús y sabe lo que es estar entre la vida y la muerte. "Cada vuelta era un siglo." Cuenta cómo se pidió ayuda, cómo hubo de "gatear" la pendiente para pedir ayuda para los que seguían junto al riachuelo, cómo uno de los accidentados empezó a andar para Cáceres, Ricardo Campón, que entonces tenia dieciséis años y ahora veintitrés (conserva una cicatriz en la frente), hasta que le recogió un coche de la Guardia Civil y le llevó hasta la Residencia Sanitaria, cómo... pero, como todo el pueblo, Esteban quiere olvidar. Le cuesta trabajo hilvanar las frases, dejémosle, dice.


Alineados en el cementerio
Alineados como soldados en un desfile militar, las tumbas de los accidentados del autobús de Aliseda brillan en el cementerio del pueblo. Unas tumbas pulcras, limpias, con flores frescas y con muchas lágrimas vertidas a lo largo de estos siete interminables años. Las lágrimas de un pueblo que perdió a media juventud. "Todos los domingos por la tarde se reúnen aquí, en el cementerio, las madres de los muchachos a seguir llorando por algo que ya no tiene remedio", dice un lugareño. "Pensamos que en cierto modo hay que olvidar."

¡Ay, madre mía, ya nos matamos!, fueron las palabras, quizá las últimas, del conductor Telesforo Mena cuando el autobús perdió el equilibrio. Telesforo hacía todos los domingos el viaje de los jugadores del equipo de fútbol. Hacia también la línea Aliseda-Cáceres. No había tenido ningún accidente. Le achacaban que era viejo, sesenta y ocho años. Y esto pesó mucho a la hora de buscar un culpable. Así, poco a poco, Telesforo fue el "cabeza de turco, el responsable" para unos familiares que tenían que "echar la culpa a alguien". Las flores de la tumba de Telesforo desapa¬recían de su nicho. Un día y otro. Así sucesivamente. Ahora las flores de Telesforo, puestas con amor por su fami¬lia, son cuidadas igual que las de las veinte tumbas restantes. Según algunas versiones, Telesforo cogió la curva con mucha prudencia, como siempre lo que nadie se explica es cómo se fue el autobús. Telesforo echó el freno de mano, todo fue inútil. Abajo esperaba un barranco de cuarenta metros. Las escenas, patéticas, aún perduran en la mente de muchos de los vecinos de Aliseda.

Las autoridades prometieron y no cumplieron
Como siempre sucede en estos casos, las primeras autoridades provinciales "se volcaron" sobre Aliseda. Visitas, promesas, llantos, pesares y condolen¬cias. Aliseda había perdido a su juventud, Extremadura entera está de luto ante la muerte de 20 muchachos "que empezaban a vivir".

En aquella época el equipo de fútbol de Aliseda era un equipo más de los modestos, modestísimos equipos que hay en Extremadura. Sin campo, sin dinero, sin instalaciones, sin vestuarios... y luego sin jugadores. Ahora nadie quiere oír hablar de fútbol en Aliseda. El deporte rey murió hace siete años en este pequeño pueblo de la parte sur de C áceres. Nadie sabe de fútbol, el equipo no ha vuelto a funcionar desde aquella calurosa noche de junio del 72. El entrenador también lo recuerda. Tan sólo unos ligeros escarceos de algunos jóvenes que no han pasado a más. Hay cierto escepticismo en las madres a dejar a sus hijos practicar el deporte del fútbol y, sobre todo, a que salgan a jugar a un pueblo cercano. Pesa, y mucho, el recuerdo del 25 de junio del 72.

Tras el accidente, las promesas llovieron por todos sitios. Subvenciones para el deporte, polideportivo, un campo de fútbol, "lo que quiera el pueblo". Les prometieron un partido a beneficio del pueblo. Todavía están por cumplir esas promesas. Ni partido de beneficio, ni campo de fútbol, ni subvenciones, ni polideportivo, ni nada de nada. El Delegado Provincial de Deportes se "debió olvidar de nosotros". Son promesas sin cumplir, promesas que esperan un empujón. Aliseda no ha vuelto a pedir, nunca pidió nada. Simplemente espera que se acuerden de viejas promesas.

La Delegación Provincial dio 100.000 pesetas a cada uno de los jugadores muertos que estuviesen federados. "Lo estaban todos." El fútbol murió en Aliseda. El pueblo aún sigue acordándose de la noche del 25 de junio del 72.


FUENTE: Antonio B. ROSAS. Región Extremeña. Nº 2. Marzo de 1979. Fotos Archivo "HOY"

El secuestro de Guadalupe

El paradero del industrial cacereño Guzmán Martín, desaparecido hace tres meses, sigue siendo una incognita

PEDRO JARA - Cáceres

EL PAÍS- 05-06-1984


El paradero de Guzmán Martín, el industrial agrícola de Guadalupe desaparecido hace tres meses, sigue siendo una incógnita. ¿Vivo o muerto? ¿Secuestro por móvil económico, político o sentimental? Su familia aún tiene esperanza de encontrarlo con vida, "aunque no hay confianza plena", según su hermano Arturo.Ni fotos, ni publicidad de la medicación que precisa un hombre enfermo y un hermetismo casi total por parte de la familia y de las fuerzas del orden público hacen de esta desaparición un extraño suceso.

Hombre de hábitos cotidianos, como todas las tardes, Guzmán, de 67 años, recorrió el día de su desaparición dos fincas de su propiedad acompañado de un pastor empleado de la familia. Tras dejar a éste en Alía, pueblo próximo a Guadalupe, emprendió solo el camino de regreso aquel viernes, 2 de marzo, a las siete de la tarde, por una carretera que ese día suele ser utilizada por muchos turistas que acuden al santuario de la patrona de Extremadura.

Los indicios apuntan a que en un lugar del trayecto se encontró con un vehículo que le cerró el paso. Guzmán intentó esquivar la presencia de aquel obstáculo desplazando su Ford Fiesta hacia el arcén de la calzada, donde quedó atrapado.

"Uno de los ricos del pueblo"
Tras una recibirse una llamada telefónica anónima en el domicilio familiar del industrial, fueron precisas dos expediciones hasta poder localizar el turismo, con el parabrisas roto y una nota en su interior que solicitaba un rescate de 25 millones de pesetas que deberían ser depositados tres días después en algún punto de la carretera Guadalupe-Navalmoral. Hasta allí se desplazaron infructuosamente un hermano de Guzmán y el hijo de éste, José Luis, portando el dinero que, al parecer, había llevado hasta el pueblo un empleado de una entidad bancaria.Casado, con dos hijos, Guzmán de 67 años, es el menor de los tres varones de Ignacio Martín, el tío Pitorrete, "uno de los ricos del pueblo, seguramente la segunda fortuna de Guadalupe", según un vecino que resume la opinión generalizada del pueblo.

En el patrimonio de Guzmán figuran las fincas de Asa del Médico, Los Insencios y La Joya, 800 ovejas, una tienda venida a menos, olivares y numerosas casas en Alía y Guadalupe: "Guzmán tiene un patrimonio más que suficiente para poder pagar el dinero que pedían, aunque no sé si en capital efectivo", comenta una de las muchas personas que a lo largo de los últimos lustros ha trabajado para la familia, "porque ellos han dado labor a medio pueblo, demostrando ser gente sería", según el citado vecino.

Guzmán se casó en edad madura. Inés, su mujer, procede de otra familia acomodada: "Hágase usted a la idea de que allá por los años cincuenta el padre de ésta entregó a sus nietos un millón de pesetas en metálico. ¡Lo que no dejaría entonces a su propia hija!", según un antiguo empleado de la familia.

La úlcera de duodeno que Guzmán padece es producto de la guerra civil. "Sirvió en la zona nacional como teniente, y si no llega a abandonar el Ejército para dedicarse a sus cosas, hoy sería, por lo menos, general, a lo que han llegado otros compañeros de promoción", según un amigo de Guzmán. Su trabajo en el campo lo compaginó durante años con las funciones de concejal, teniente de alcalde y juez de paz, pero no se le recuerda ningún incidente que pueda parecer como móvil del secuestro. El rescate no iba dirigido tan sólo a la familia de Guzmán Martín. Los 25 millones se pedían a la familia de Guzmán y a sus dos hermanos, Manuel y Arturo.

Manuel, 77 años, casado, con dos hijos, accedió al matrimonio, como Guzmán, "ya hombre, y también como el de éste, fue enlace convenido, aunque con el paso de los años las relaciones han sido muy buenas", según un amigo de la familia. Tanto Manuel como Arturo -73 años, soltero y el personaje más peculiar de la familia tienen más patrimonio que el desaparecido, pero, según el último, "Guzmán resultaba presa más fácil ya que todos los días repetía el mismo trayecto",

Arturo es el portavoz de la familia, impecable presencia y el más emprendedor de los tres hermanos. De gran soltura para los negocios, cuenta en la actualidad con una bolsa maderera en Madrid además de almazaras y otros negocios en diveros puntos de Extremadura. Como el resto de la familia Arturo "es recatado en el alterne, aunque a éste de vez en cuando se le veía tomando unas copas con la gente del pueblo", según comenta el dueño de uno de los bares más populares de Gudalupe.

Secuestro frustrado
Lo que la mayoría de los guadalupenses desconoce es que apenas terminada la guerra civil Arturo estuvo a punto de sufrir un secuestro. El Chaqueta Larga, un popular maquis que se afincó en la sierra de las Villuercas, de acuerdo con un pastor de la familia planeó su secuestro con intenciones de conseguir 300.000 pesetas. Un aviso tiró por tierra la operación.Arturo fue presidente de la junta auxiliar del Gobierno Civil y delegado sindical, pero niega haber sido jefe local de la Falange, aunque en una ocasión me puse sin saberlo un cinturón fascista y a punto estuvieron de líncharme en Madrid, allá por los años treinta".

Descarta Arturo todo móvil político en el supuesto secuestro de su hermano: "Se trata de mamporreros que lo único que quieren son perras". Está seguro de que en el secuestro ha participado gente que conocía a la familia, "probablemente empleados, porque, de manera temporal, por aquí pasan docenas de personas, aunque éstos habrían sido informantes y no ejecutores".

Guzmán y Arturo tuvieron en su juventud fama de "conquistadores", pero "es ridículo pensar que por ese lado haya un móvil", según Arturo. Alguna sospecha ha recaído sobre la mujer y el descendiente de un antiguo empleado.

A la muerte del tío Pitorrete, fue Arturo el encargado de hacer el reparto del patrimonio familiar, "y todos quedaron satisfechos. Han sido siempre muy suyos para el dinero, no se perdonan una perra chica, pero están muy unidos, como una piña", afirma un amigo de la familia.

Un vecino cuenta que escuchó decir a un mando de la Guardia Civil que "veremos si la gente del pueblo no se lleva alguna sorpresa", pero todo son especulaciones y nada claro hay. El móvil económico es el que más se airea como causa del secuestro.

Hermetismo total
Desde la desaparición de Guzmán, toda la familia se ha atrincherado en sus casas, "incluso se visitan trasladándose en vehículos, pese a estar a pocos metros unos de otros". Hermetismo prácticamente total. La hija de Guzmán, residente en Madrid, está permanentemente al lado de su madre, impidiendo el acceso de los medios de información. Sólo Arturo rompe a veces el silencio.Tampoco las fuerzas del orden son más generosas en la información. Existen sospechas de que una persona de Castil Blanco ha permanecido retenida 72 horas en relación con el caso, pasando a disposición judicial y siendo finalmente liberada al no haber pruebas. Especialistas en grafología dan como autora de la nota encontrada en el vehículo a una mujer de unos 40 a 50 años, conocedora de la familia o resentida, idea que no comparte Arturo. "También nosotros hemos acudido a especialistas. El 95% da como autor a un hombre y el 100% a una mujer", comenta irónico un grafólogo. Acerca de si alguno de los grandes lagos del plan Badajoz, próximos al lugar del suceso, pueden esconder el cadáver de Guzmán, Arturo replica: "Si mi hermano se les muere en sus manos, no se hubieran atrevido a mover el cadáver. Nosotros seguimos teniendo esperanzas, aunque no confiamos plenamente. Lo cierto es que ninguna señal nos demuestra que haya muerto".

FUENTE: elpais.es

El Método Rayas

En el año 2005 se cumplió el centenario del diseño y puesta en marcha del método de lectura por la escritura RAYAS. Supuso en su día una auténtica revolución pedagógica, en relación con el tratamiento del aprendizaje lecto-escritor, por cuanto abordaba ambos aprendizajes de forma simultánea e inseparable.

RAYAS fue ideado entre 1904 y 1905 por Ángel Rodríguez Álvarez, que ejercía el magisterio en Canarias, e impulsado, editado, distribuido y propagado a partir de 1905, por Agustín Sánchez Rodrigo.

El autor consideraba que si el método se imponía, se habría dado un enorme paso en la lucha contra el analfabetismo y, sobre todo, se conseguiría que el niño no aborreciese la lectura, elemento instrumental básico para el posterior acercamiento a la cultura.

La situación social en nuestra comunidad en el siglo XIX hacía que una gran mayoría de la población, ocupada en labores agrícolas, tuviera que abandonar la escuela sin haber aprendido lo más básico. Esta es la causa de que en 1864 la tasa de analfabetismo en Extremadura superara el 82%.

Así, en estas condiciones, el extremeño Agustín Sánchez Rodrigo puso en marcha la primera casa editorial extremeña con proyección nacional en Serradilla, una pequeña localidad de Cáceres.

La primera novedad que introdujo el autor, fue relacionar, por primera vez, de forma clara la lectura, la escritura y las primeras nociones gramaticales. El secreto del éxito radicaba en hacer del aprendizaje de la lectura y la escritura, casi un juego para el niño, pues estaba convencido de que la causa de que muchos adultos no tocasen un libro, estribaba en que su sola presencia les recordaba el martirio de los silabarios y catones. Entendía, además, que la curiosidad de los niños es muy activa, cansándose ante lo que suponga adoptar una actitud pasiva, tal como la de escuchar.

El hecho de tener en cuenta este factor psíquico fue otro de los pilares del éxito del método.

La primera página tenía sencillos dibujos con combinación de varios tipos de líneas, para que el alumno al copiarlos ejercitase la grafomotricidad y direccionalidad del trazo, Luego se comenzaba con la copia de letras a la vez que se aprendía a leerlas. En definitiva, se comenzaba con el trazo, para continuar con su interpretación.

Rayas se propuso desde el punto de vista pedagógico, eliminar el aburrimiento del niño y transformar en placer lo que antes era tortura. El maestro pasaba a ser una especie de encauzador del trabajo del niño. Desde el primer día los niños no hacían palotes sin sentido, sino que escribían letras, sílabas, palabras, frases y aprendían a escribir y a leer al mismo tiempo.

En 1933 a la muerte de Agustín Sánchez Rodrigo su editorial lanzó al mercado un millón de ejemplares. A la vez, la política de escuelas de la Segunda República multiplicó por cien el número de maestros. El fin del analfabetismo en Extremadura empezaba a ser una realidad.

FUENTE:
ayuntamientodeolivenza.com




► Homenaje a Agustín Sánchez Rodrigo

La Ubex rinde homenaje a Agustín Sánchez Rodrigo, el editor del método Rayas
Fallecido en 1933, fue autodidacta y abordó una ingente tarea editora desde un pueblo extremeño con malas comunicaciones.

El método Rayas de lecto-escritura llegó a vender más de 60 millones de ejemplares y ha servido para enseñar a leer a muchas generaciones de hispanohablantes hasta fines de los años 50


El hombre que demostró que la letra con sangre no entra
Las décimoterceras Jornadas Bibliográficas que organiza la Unión de Bibliófilos de Extremadura (Ubex) se dedican este año a la figura del editor extremeño Agustín Sánchez Rodrigo, que difundió por todo el mundo el método de lectura y escritura Rayas. Las sesiones comenzaron ayer en Badajoz y terminarán mañana en Campanario.

La conferencia sobre la figura del admirable editor fue pronunciada por el novelista Víctor Chamorro que, cuando contaba poco más de veinte años, escribió la biografía de Sánchez Rodrigo con el título de 'Sin raíces' y desde entonces le ha considerado «su héroe». No es una afirmación descaminada. El relato del novelista describe a un Agustín Sánchez Rodrigo autodidacta, pero insaciable amante de los libros, hasta el punto de que abrió una librería en Serradilla cuando al pueblo ni siquiera había llegado la luz.

Nació en 1870 y murió en 1933. Escasamente dotado para los negocios, fue vendiendo el patrimonio familiar para afrontar sus deudas aunque intentó labrarse un futuro como comerciante: Produjo vinagre y también trató de mantener abierto un comercio. Pero fracasó.

«Era incapaz de resolver un sólo problema cotidiano», explicó Víctor Chamorro que también dio a conocer la otra cara de su personalidad, que era la de un hombre que confiaba en que la humanidad llegaría un día a la luna y que fue capaz de autodiagnosticarse el cáncer de garganta que le llevó a la muerte.


Humanista

También le tentó la arqueología y estudió el lenguaje y folklore local de Serradilla en dos libros. Los datos que obtuvo en ambos campos interesaron a José Ramón Mélida y a Menéndez Pidal.

Con ellos y con otros intelectuales del país mantuvo correspondencia a lo largo de más de 17 años que perduró su periódico 'El Cronista', una publicación que leían muchas personalidades de las primeras décadas del siglo XX.

Pero su proyecto más exitoso y al que consagró sus mayores esfuerzos fue la difusión del Método Rayas, firmado por su amigo el profesor Ángel Rodríguez Álvarez. Su espíritu humanístico le hizo intuir el avance pedagógico que el método implicaba. Por eso, como en Serradilla no había luz, llegó a un acuerdo con un editor madrileño y se trajo los cuadernos editados a lomos de caballería hasta el pueblo.

El elogio que la crítica hizo del método no se correspondía con los ingresos que generaba su venta. Una real orden lo declaró 'útil para la enseñanza y el propio monarca español lo elogió en los periódicos. Recibió la medalla de plata de la Exposición Hispanofrancesa de 1908 y otros honores.

Pero Sánchez Rodrigo tuvo que minimizar al máximo los costes de las siguientes ediciones adquiriendo máquinas que mermaron más la economía familiar y que manejaba él mismo con sus hijos en Serradilla. Cuando el método Rayas empezó a rendir sus primeros ingresos y fue capaz de comprar una casa para uno de sus hijos que iba a casarse, estaba ya enfermo. Murió en 1933 tras una operación, no sin dejar a sus hijos una última foto como recuerdo.




M. BARRADO TIMÓN/BADAJOZ/ 13/12/2006


FUENTE: hoy.es

Cien años de una innovación sin precedentes: el Rayas