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El autobús de Aliseda

En 1972, veinte muchachos murieron al despeñarse el autocar en el que viajaban

Las promesas de las autoridades no se cumplieron



La noche del domingo 25 de junio de 1972 fue tremendamente triste para los vecinos del pueblo cacereño de Aliseda. Un desgraciado accidente segó la vida, todavía joven, de veinte muchachos que no contaban más allá de veintidós años. El conductor del autobús, Telesforo Mena Carabero, de sesenta y ocho años, también resultó muerto.

Han pasado siete años de aquel accidente, pero en la mente de todos los vecinos de Aliseda siguen zumbando los dramáticos momentos en que el auto¬bús empezó a dar vueltas y vueltas, como una noria, por una pendiente de más de cuarenta metros. El balance fi¬nal fue de 21 muertos y 37 heridos. El autobús venía de Herreruela, localidad vecina a Aliseda, donde los jóvenes locales jugaron un partido de fútbol.

Del resultado nadie se acuerda, ni en las crónicas de sucesos de aquella época se reflejan los goles a favor o en contra. A partir de aquella calurosa noche del mes "de junio, el rostro de Aliseda cambió de carácter.



Los 2.500 vecinos que por aquella época tenía Aliseda quedaron impresio¬nados por la muerte de veinte jóvenes "que tenían toda una vida por delante". Dos parejas de novios, el conductor, veinte jóvenes en total, dejaron sus vidas en una curva que "el conductor conocía muy bien y que cogió con prudencia".

Cadáveres irreconocibles
"Las ruedas traseras quedaron en la cuneta, el autobús tardó unos segundos en bascular, buscando un equilibrio inútil, dio el último bandazo y se precipitó al barranco." Muchos de los ocupantes salieron despedidos por las ventanillas, al mismo tiempo que eran arrollados en la caída vertiginosa del autobús en las interminables vueltas que daba. Algunos cadáveres eran irreconocibles. Se les identificó por las pulseras que llevaban algunos." El relato es de un superviviente.

El número de ocupantes que viajaban en el autobús parece ser que era excesivo, aunque no puede decirse con exactitud, ya que muchas otras personas subieron en Herreruela. Unos cuarenta resultaron heridos de más o menos consideración. Esteban Ávila quedó con las piernas rotas. Hoy, Esteban anda perfectamente. Es guarda de la Cámara Agraria. "¿Que si me acuerdo de aquello? ¿Como voy a olvidarlo si estuve varios días sin poder dormir oyendo los gritos de los que íbamos dentro. Fue horrible."



Esteban no se resiente de sus piernas, "ando muy bien". Recuerda minuto a minuto lo que ocurrió. Iba dentro del autobús y sabe lo que es estar entre la vida y la muerte. "Cada vuelta era un siglo." Cuenta cómo se pidió ayuda, cómo hubo de "gatear" la pendiente para pedir ayuda para los que seguían junto al riachuelo, cómo uno de los accidentados empezó a andar para Cáceres, Ricardo Campón, que entonces tenia dieciséis años y ahora veintitrés (conserva una cicatriz en la frente), hasta que le recogió un coche de la Guardia Civil y le llevó hasta la Residencia Sanitaria, cómo... pero, como todo el pueblo, Esteban quiere olvidar. Le cuesta trabajo hilvanar las frases, dejémosle, dice.


Alineados en el cementerio
Alineados como soldados en un desfile militar, las tumbas de los accidentados del autobús de Aliseda brillan en el cementerio del pueblo. Unas tumbas pulcras, limpias, con flores frescas y con muchas lágrimas vertidas a lo largo de estos siete interminables años. Las lágrimas de un pueblo que perdió a media juventud. "Todos los domingos por la tarde se reúnen aquí, en el cementerio, las madres de los muchachos a seguir llorando por algo que ya no tiene remedio", dice un lugareño. "Pensamos que en cierto modo hay que olvidar."

¡Ay, madre mía, ya nos matamos!, fueron las palabras, quizá las últimas, del conductor Telesforo Mena cuando el autobús perdió el equilibrio. Telesforo hacía todos los domingos el viaje de los jugadores del equipo de fútbol. Hacia también la línea Aliseda-Cáceres. No había tenido ningún accidente. Le achacaban que era viejo, sesenta y ocho años. Y esto pesó mucho a la hora de buscar un culpable. Así, poco a poco, Telesforo fue el "cabeza de turco, el responsable" para unos familiares que tenían que "echar la culpa a alguien". Las flores de la tumba de Telesforo desapa¬recían de su nicho. Un día y otro. Así sucesivamente. Ahora las flores de Telesforo, puestas con amor por su fami¬lia, son cuidadas igual que las de las veinte tumbas restantes. Según algunas versiones, Telesforo cogió la curva con mucha prudencia, como siempre lo que nadie se explica es cómo se fue el autobús. Telesforo echó el freno de mano, todo fue inútil. Abajo esperaba un barranco de cuarenta metros. Las escenas, patéticas, aún perduran en la mente de muchos de los vecinos de Aliseda.

Las autoridades prometieron y no cumplieron
Como siempre sucede en estos casos, las primeras autoridades provinciales "se volcaron" sobre Aliseda. Visitas, promesas, llantos, pesares y condolen¬cias. Aliseda había perdido a su juventud, Extremadura entera está de luto ante la muerte de 20 muchachos "que empezaban a vivir".

En aquella época el equipo de fútbol de Aliseda era un equipo más de los modestos, modestísimos equipos que hay en Extremadura. Sin campo, sin dinero, sin instalaciones, sin vestuarios... y luego sin jugadores. Ahora nadie quiere oír hablar de fútbol en Aliseda. El deporte rey murió hace siete años en este pequeño pueblo de la parte sur de C áceres. Nadie sabe de fútbol, el equipo no ha vuelto a funcionar desde aquella calurosa noche de junio del 72. El entrenador también lo recuerda. Tan sólo unos ligeros escarceos de algunos jóvenes que no han pasado a más. Hay cierto escepticismo en las madres a dejar a sus hijos practicar el deporte del fútbol y, sobre todo, a que salgan a jugar a un pueblo cercano. Pesa, y mucho, el recuerdo del 25 de junio del 72.

Tras el accidente, las promesas llovieron por todos sitios. Subvenciones para el deporte, polideportivo, un campo de fútbol, "lo que quiera el pueblo". Les prometieron un partido a beneficio del pueblo. Todavía están por cumplir esas promesas. Ni partido de beneficio, ni campo de fútbol, ni subvenciones, ni polideportivo, ni nada de nada. El Delegado Provincial de Deportes se "debió olvidar de nosotros". Son promesas sin cumplir, promesas que esperan un empujón. Aliseda no ha vuelto a pedir, nunca pidió nada. Simplemente espera que se acuerden de viejas promesas.

La Delegación Provincial dio 100.000 pesetas a cada uno de los jugadores muertos que estuviesen federados. "Lo estaban todos." El fútbol murió en Aliseda. El pueblo aún sigue acordándose de la noche del 25 de junio del 72.


FUENTE: Antonio B. ROSAS. Región Extremeña. Nº 2. Marzo de 1979. Fotos Archivo "HOY"

El Tesoro de Aliseda

...No sorprenderá que el tesoro más rico en joyas de oro se haya encontrado en Aliseda, Cáceres, como parte del ajuar de una tumba principal casualmente destruida. Su desusada riqueza queda patente con sólo comprobar que el juego ritual del jarro y la pátera son aquí, el primero, un caro y raro jarrito de vidrio tallado, con decoración grabada de signos jeroglíficos y cartuchos egipcios, en uno de los cuales se lee el nombre de la diosa Isis; la segunda, es un braserillo de plata. Las joyas de oro constituyen un precioso conjunto, finamente decorado con filigrana y granulado. Además de sellos de escarabeo, numerosos colgantes y piezas de collar, con formas muy propias de la joyería de producción fenicia, destacan en el conjunto la diadema, las arracadas, los brazaletes y el cinturón.


La diadema responde a un prototipo que hará fortuna en la España antigua; consiste en una cinta ancha, de plaquitas articuladas, con un fleco por debajo de cadenillas terminadas en esférulas, y rematada en ambos extremos por dos placas de forma triangular. Las plaquitas del cuerpo central tienen su principal efecto ornamental en la combinación de rosetas, formadas por alambres enrollados a la manera de un muelle y embellecidos con gránulos, que llevan en el centro, y en los huecos que dejan entre ellas, cápsulas para cobijar piedras preciosas de color (se conserva una turquesa). Las arracadas son de extrema suntuosidad, grandes y tan pesadas que hubo que dotarlas de una cadenilla supletoria para pasarla por encima de la oreja; se configuran como pendientes del tipo normal entre los fenicios, amorcillado o en forma de sanguijuela, ribeteados por una exuberante cresta de flores estilizadas, pobladas de pájaros.

Los brazaletes, de aro abierto, consisten en placas caladas sobre las que se han soldado alambres en forma de espirales enlazadas, con el remate de dos grandes y hermosas palmetas, que brillan sobre el fondo granulado. El cinturón es una pieza magnífica; la cinta, ancha según el uso frecuente, ofrece una banda lisa en el centro, flanqueada por escenas yuxtapuestas que representan la escena del hombre en lucha a cuerpo con un león y grifos pasantes, realizadas ambas mediante troquelado sobre fondo cubierto de gránulos; en la hebilla se repiten los mismos temas, junto a combinaciones de palmetas de cuenco.

El tesoro de Aliseda responde a modelos propios del mundo fenicio, sirio o chipriota, y ha de ser producto, como tantos otros hallados en contextos tartésicos orientalizantes, de artesanos semitas occidentales, quizá gadeiritas. Su fecha de fabricación debe situarse en el último cuarto del siglo VII a. C., o los comienzos del siglo VI. Conviene, por último, reparar en un hecho: como parte de un ajuar funerario, no extrañará que sus temas decorativos más significativos, desde el punto de vista simbólico, sean una expresión de vida -como las palmetas y los temas florales y animalísticos en general- o de triunfo sobre la muerte -representado con singular propiedad por el héroe del león, equivalente, en nombres propios de la mitología, a Gilgamés o a Herakles-. Es una combinación temática repetida, punto por punto, en otras joyas funerarias, como en el pectoral de la tumba Regolini Galassi, de la ciudad etrusca de Cerveteri, por lo que no es aventurado pensar que las joyas de Aliseda fueran realizadas con destino exclusivamente funerario, para simbolizar el deseo de inmortalidad de que fue objeto la persona principal que con ellas fue adornada para su viaje al más allá.


Fuente: Lorenzo Abad y Manuel Bendala. artehistoria.jcyl.es