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Gil Fernandes, um homem a cavalo



Elvas tem por armas um homem a cavalo, armado com uma lança na mão direita da qual pende uma bandeira com as quinas de Portugal e em roda do escudo uma legenda.

Essa legenda escrita em Latim tem como significado:

“Guardai-nos Senhor como às pupilas dos Vossos olhos”.

Diz a lenda que a origem destas armas foi o feito heróico do cavaleiro Gil Fernandes de Elvas que havia decidido ir a Badajoz e de lá trazer a bandeira real. Assim o fez. Mas, vindo uma multidão de cavaleiros castelhanos atrás dele, os cavaleiros de Elvas não abriram as portas do castelo. Então Gil Fernandes disse:

-“ Morra o homem e fique a fama!”.

Levantando a bandeira por cima da muralha para dentro da cidade, fez frente aos inimigos. No entanto, morreu em desigual luta a matar castelhanos.

Dizem outros que o cavaleiro não é Gil Fernandes, mas D. Sancho I, no acto de tomar Elvas aos Mouros.



Fuente: Moitas.

Ibn Marwan

Ibn Marwan es una de esas figuras señeras e irrepetibles de los fastos de la Extremadura musulmana que, junto a las de Mahmüd, al-Muzaffar, al-Mutawakkil o Geraldo Sem Pavor, componen ese intrépido y monumental retablo histórico de nuestros hazañosos siglos medievales.



Abd al-Rahman b. Muhammad b. Marwan, fundador de Badajoz y artífice de su capitalidad, sin cuyo antecedente no se hubiera producido como eje del reino aftasí —génesis de una concepción geohistórica cuyas contingencias políticas sobrevivirían permanentes— aparece, con su silueta errante y legendaria, como uno de esos hombres dramáticos que el destino coloca en el mágico e ininteligible juego de la historia: tal es la importancia que damos a nuestro personaje. Y lo hacemos convencidos de que, al escribir historia, estamos valorando no sólo unos acontecimientos —necesarios siempre a la primera persona del discurso— sino a sus resultados, no tan solo inmediatos sino futuros, porque esos son los que, en un encaro planetario de la historia, permiten que esta sea entendida en su más asombroso mensaje.

Dozy, que llamó a Ibn Marwan renegat audacieux, le dedicó algunas sabrosas páginas de su Histoire des musulmans d'Espagne; Codera hizo un detallado y completo resumen de sus hechos y su familia en su opúsculo Los Benimeruan en Mérida y Badajoz; Lévi-Provençal ajustó sus hazañas en su Historia de la España Musulmana utilizando pasajes inéditos de Ibn Hayyan; Sánchez Albornoz le dedicó dos densos y apretados capítulos de su obra El Reino de Asturias; Isidro de las Cagigas ofreció tensos pasajes de sus Mozárabes; el profesor cairota Makki, en su edición del Muqtabis II de Ibn Hayyan, aclaró en sus notas textuales algunos aspectos históricos y biográficos, y anunció un específico ensayo sobre la revolución del muladí en Orientalia Hispánica. Los cronistas musulmanes Ibn al-Qütiyya, Ibncldari, Ibn al-Atlr, Ibn Jaldün, Ibn Hayyan, nos han dejado completos y suficientes relatos sobre las vicisitudes de los Banü Marwán los que, con el aprovechamiento de los textos de Ibn Hayyan no traducidos aún, nos permiten ajustar no poco los movimientos y escenarios por donde el intrépido cabecilla anduvo. No contamos, empero, por estar desaparecida, con la crónica dedicada a nuestro personaje por al-iRazi, contemporáneo de los Banü Marwan, de la que da cumplida noticia la Risála fl fací al-Andhlus de Ibn Hazm. Algunas noticias escuetas de los acontecimientos nos dieron los cronistas cristianos: el Albeldense, el Chronicon Lusitano, el de Sampiro y Ximénez de Rada.

Los cronistas y autores llaman a Ibn Marwan, al-Yilliql, es decir el gallego. Al-Dabbi señala que Ibn Marwan era hijo de Marwan al-Yilllql nombre que tomó de su país, lo cual no quiere decir que Ibn Marwan fuera oriundo de lo que hoy conocemos por Galicia, pues si los geógrafos musulmanes nunca llegaron a distinguir netamente Galicia, los historiadores árabes incluyen bajo la denominación de Yilllqíyya tanto a Galicia como Asturias y el reino de León. Por tanto, lo que viene a significar todo esto es que el más próximo ancestro, en todo caso, de nuestro personaje procedía de los reinos cristianos. Se ha entendido por algunos historiadores que el hecho de que apareciera en Marida un primer Yilllql, impide que tal apodo recayera en nuestro Ibn Marwan por su alianza con el asturiano Alfonso III. Ya Dozy, y más tarde Simonet hicieron esta acotación, mientras Codera había hecho la otra; el historiador badajocense Martínez y Martínez se guió de Dozy, y tuvo a mano una nota posterior de Codera, proporcionada por Saavedra que le hizo rectificar. Pero en este punto, a pesar de todo y de lo contradictorio que pueda resultar su texto, Ibn Jaldun lo expresó con una claridad tajante en un texto que viene a decir, tras la sublevación de Ibn Marwan en el 868, que al efectuarse —por el emir Muhammad— una expedición militar contra los gallegos, uniéronseles los muladíes (a Ibn Marwan) con quienes se dirigió a la frontera y pactó con Alfonso III, rey de dichos gallegos, causa por la cual a Ibn Marwan se le aplicó el apodo de el Gallego. El otro sobrenombre, al-Maridí, evidencia que era de Mérida. Desde tiempos atrás debió establecerse en esta ciudad su familia, oriunda, sin duda, de los pagos cristianos del Norte de Portugal, o de cualquier otro espacio de los reinos de León o Asturias.


Ibn Marwan al Yilllql era un muwallad, un muladí, es decir un renegado de su religión que, mediado el siglo IX, vivía en Mérida y al que, bien pronto, debió brotarle ese sentimiento de rebeldía e independencia que centelleaba en el alma tensa y abrupta de los extremeños. Volvería con él, nunca fue olvidado, ese dramático nacionalismo de raza y paisaje que alentaba en el miajón de los terruños del Guadiana, y que reverdecía en inversa proporción a las represiones omeyas; Cagigas compara el sentido patriótico de la sublevación de Marwan, de cuño nacionalista, con aquel que presidió la postura de Suintila o los mozárabes toledanos. Encontraba Ibn Marwan una vez más en Mérida esa población abigarrada de beréberes levantiscos, muladíes aventureros, judíos cosmopolitas y mozárabes cuyo hispanismo se mantenía llameante. Supo el intrépido caudillo aprovechar los arraigados nudos religiosos de cada facción y mixturarlos en una urgente y maniobrera combinación política. Codera al que siguieron Cotarelo y Martínez y Martínez, uncido este más literalmente a Simonet, señaló unos posibles yerros de Dozy continuados por Simonet que rectificó enseguida, al interpretar pasajes de Ibncldarl e Ibn Hayyan según los cuales nuestro personaje predicó entre sus adeptos, para conseguir sus fines, una nueva religión, término medio entre islamismo y cristianismo.

No podemos, a la luz de nuestras fuentes cronísticas, precisar con justeza la frontera religiosa flanqueada por Ibn Marwan entre secuaces de tan dispares convicciones. Pero no dudamos en que el muladí emeritense hubo de apoyarse en compleja base político-religiosa que permitiera una cohesión suficiente para asegurar sus difíciles éxitos. Tal fuerza de cohesión es señalada por los propios cronistas: los graves acontecimientos dentro del Islam que dice Ibn al-Qütiyya no parecen indicar otra cosa. Isidro de las Cagigas más recientemente resucitó el tema, afirmando esta iniciativa y actividad religiosa a la vista de la configuración ideológica de aquel tiempo, lleno de indecisiones y errores heréticos, confundidos y mezclados entre musulmanes y cristianos; ensayos y reformas hoy disparatados, no se tenían entonces por tales. Prueba concluyente del coherente movimiento de Ibn Marwan fue la larga duración de su principado a pesar de las violentas represiones omeyas.

Es indudable que uno de los grandes apoyos del bravo muladí, el que era un neomusulmán, un muwallad, fueron precisamente los cristianos. Veremos más adelante como cristaliza este apoyo. No sólo se sirvió de ellos en sus filas sino que además se alió con Alfonso III y llegó a combatir a su lado. Esa es la razón por la que Ibn Hayyan escribía que se alejó de las filas musulmanas para entrar en las de los cristianos. Prefirió su amistad y su alianza a la de los fieles que se dirigen en sus oraciones hacia la qiblah..., para añadir seguidamente este texto expresamente significativo: su política estaba orientada en sentido netamente español, es decir, daba preferencia a los muladíes y los prefería a los árabes. Quedan así ratificadas las palabras de Ibn al-Qütiyya de que llegó a ser el jefe de los renegados en el Occidente. Pero Ibn Marwan se acomodó, no obstante, a los cambios oportunos. Cuando obtuvo licencia para reedificar Badajoz se pasó otra vez a las filas islámicas y luego volvió a la rebeldía.

Los cronistas musulmanes nos ofrecen un duro y expresivo retrato de nuestro personaje, pasado, naturalmente, por filtros no poco parciales. Pero sus textos descubren la energía, el talante guerrillero, la astucia y sagacidad de un hombre que había de batirse errante y a diario, ora atrincherado en los baluartes roqueros de la Baja Extremadura, ora en correrías desatadas por los ásperos caminos andaluces, con un enemigo poderoso e implacable. Ibn al-Qütiyya dice que era agudo, artero y perspicaz para la guerra en tal extremo que no había quien le aventajase; Ibn Hayyan le calificó de una malignidad tan insuperable que cualquiera podía gemir ante su mirada, y en otro pasaje que tenía fama de caudillo temible, sus noticias eran muy celebradas y sus ataques dejaron un saldo desfavorable en su conjunto. Sus actos crueles le valieron gran reputación y respeto entre los emires sus rivales, que terminaron por colocarle por encima de ellos.


FUENTE: Manuel Terrón Albarrán. Extremadura Musulmana

El papel del líder y la articulación social. Viriato como paradigma


Contamos con una imagen literaria que a pesar de estar envuelta en el mito da cuenta de la importancia que tiene en las sociedades del occidente peninsular la redistribución de botines y tributos de guerra. Un reparto dirigido por una cabeza militar (representación eventual, pero notoria, de la idea de poder o lugar central recién expuesta) y que es utilizado por la misma como medida de orden social. Nos referimos a Viriato, al que sólo en este punto nos vamos a permitir atribuirle un apelativo nuevo, el de jefe redistributivo.

No cabe duda de que la del lusitano es una de las figuras que mayor número de páginas ha acaparado en la bibliografía de la Hispania antigua. Su tratamiento ha ido variando con el tiempo en función del desarrollo de una investigación que, según circunstancias y en unas épocas más que en otras, se ha movido al ritmo de intereses ideológicos e incluso de modas políticas dominantes. En este sentido consideramos que una breve retrospectiva historiográfica puede resultar conveniente para contextualizar lo mejor posible nuestro propio comentario.

Dejando a un lado los trabajos más antiguos de la escuela alemana de fines del XIX, supeditados a la información textual clásica con arreglo al historicismo positivista representativo de aquellos momentos, y las apreciaciones pseudo-históricas de algunos escritos nacionales (en su mayoría debidos a militares) exaltando la heroicidad de Viriato en la historia-patria y reivindicando su cuna hispana frente a la adscripción portuguesa), el primer estudio pormenorizado sobre Viriato es el que publica Adolf Schulten en 1917. Gracias al rastreo de las fuentes, a la identificación de topónimos antiguos y a la reconstrucción histórica de la gesta y movimientos viriáticos ofrecidos, esta obra supuso un punto de partida obligado para los trabajos posteriores que la han continuado, a pesar de sus vicios y limitaciones. El Viriato de Schulten es, fundamentalmente, el retrato del caudillo de la libertad ibérica frente al expansionismo romano, en un ensayo caracterizado por los prejuicios etnográficos propios del método schulteniano, tal y como pone de manifiesto la crítica de nuestros días. Se puede decir que los estudios emprendidos a partir de entonces se circunscriben dentro de dos tendencias bien determinadas que todavía hoy se mantienen: los análisis históricos de corte más o menos descriptivo insertados en el proceso global de la conquista romana de Hispania, de un lado, y las autopsias acerca del Viriato -o Viriatos- transferido por los clásicos a la sombra de proyecciones ideológicas y filosóficas, de otro lado.

Dentro de la primera corriente cabe citar las aportaciones de García y Bellido, que aunque acotado al tema concreto de las rebeliones indígenas se muestra como trabajo de gran originalidad -más teniendo en cuenta la época en que está escrito-, Simon, Gundel, Dyson, Bane, Knapp y, más recientes en el tiempo, Santos Yanguas y Montero, Richardson, López Melero, de Francisco, Curchin y Pitillas. Con miras más equilibradas y desprovistos de la retórica grandilocuente y ensalzadora de otras décadas, estos trabajos ponen el acento en el relato de las campañas militares y la estrategia guerrera desplegada por Viriato, en las causas de la revuelta lusitana y la situación interna de las entidades prerromanas o en la relación Hispania-Roma a mediados del siglo II a.C., con miramiento especial a las consecuencias de la guerra viriática en la evolución política de la república romana.

Tomando parte del segundo tipo de aproximación, merecen subrayarse los análisis internos llevados a cabo por Lens Tuero, García Moreno y García Quintela sobre el trasfondo de la literatura viriática.


En el primero de estos ensayos, un minucioso análisis filológico lleva a enjuiciar la historia de Viriato transmitida por Posidonio a través de Diodoro como una muestra de historiografía helenística y moralizante que convierte al líder lusitano en el prototipo del “buen salvaje” derivado de las doctrinas cínica y estoica. En definitiva, una reconstrucción ideológica con la cual los escritores de aquella corriente intentan contrarrestar y denunciar los signos de decadencia perceptibles en la Roma de los siglos II-I a.C. Partiendo de presupuestos similares, esto es, la evocación del Viriato de los textos antiguos como héroe natural y justiciero siguiendo el cliché estoico-cínico posidoniano, García Moreno ha avanzado valiosas consideraciones sobre el entorno histórico del personaje. Entre las deducciones de mayor peso habría que señalar la vinculación de Viriato con la Lusitania meridional, en concreto con la región fronteriza de Beturia, corrigiendo la añeja visión de Schulten que hacía de la remota comarca de la Sierra de la Estrella al norte de Portugal su tierra natal, con todas las connotaciones de marginalidad y barbarie pertinentes. A conclusiones parecidas llega Pérez Vilatela, con un espíritu igualmente revisionista. Los estudios de García Moreno han ayudado asimismo a desmontar la leyenda que desde antiguo se ha tejido alrededor del jefe lusitano, empeño compartido por otros investigadores que han llamado la atención sobre el uso político del personaje, en tiempos romanos (exemplum de nobleza bárbara) y en la historia reciente (precursor del caudillaje militar).

Con respecto a la obra de García Quintela, su objetivo es intentar demostrar que buena parte de los relatos sobre Viriato son coherentes con la ideología trifuncional indoeuropea descrita por G. Dumézil, especialmente con las denominadas primera y -con más dudas- segunda funciones: la del guerrero y la del soberano céltico de carácter cuasi divino, respectivamente. Con la novedad que supone sustituir el tradicional enfoque socio-económico por otro ideológico-simbólico de raíz indígena, el autor apoya sus argumentos en una exploración a fondo de varios ciclos indoeuropeos, examinando episodios germanos, irlandeses, hindúes, romanos y célticos. En cualquier caso, a nuestro entender resulta más reveladora la propuesta de juzgar que las fuentes griegas relativas a Viriato recogen una versión lusitana fosilizada en un discurso típicamente helénico: “parece posible afirmar que en Diodoro leemos la traducción al griego, seguramente con adaptaciones, de una creación intelectual indígena. Ésta reelabora la ideología tradicional para movilizarla en un momento histórico de resistencia contra los romanos e hipertrofia del rol del jefe”.

Curiosamente uno de los aspectos menos atendido es la actitud de Viriato repartiendo el botín entre los suyos. El que este particular haya pasado bastante desapercibido en la investigación es de suponer que se debe a la primacía de otros intereses: la vida del personaje (con escenas de tanto jugo como los esponsales, el asesinato o el solemne funeral) o el análisis de las tendencias histórico-literarias con que la historiografía cubre su excepcional silueta, como acaba de observarse. Y sin embargo el capítulo de la adjudicación de botines y regalos se repite en casi todas las fuentes que se detienen en Viriato. Hagamos una recopilación de estas referencias:

Diodoro, XXXIII, 1, 3:
en el reparto del botín era justiciero, y distinguía con regalos a los que se señalaban por su valor

Diodoro, XXXIII, 1, 5:
Viriato, el jefe de ladrones lusitano, era justo en el reparto del botín: basaba sus recompensas en el mérito y hacía regalos especiales a aquellos de sus hombres que se distinguían por su valor, además no cogía para su uso particular lo que pertenecía a la reserva común. Debido a ello, los lusitanos le seguían de buen grado a la batalla y lo honraban como su benefactor y salvador común

Diodoro, XXXIII, 21a:
En el reparto del botín no tomaba nunca una parte mejor que los otros; y de lo que tomaba, u obsequiaba a los que más se distinguían o subvenía a las necesidades de los soldados

Apiano, Iber., 75:
Tanta fue la añoranza que Viriato dejó tras de sí, el que más dotes de mando había tenido entre los bárbaros y el más atrevido ante todo por delante de todos y el más presto al reparto a la hora del botín. Pues nunca aceptó tomar una parte mayor a pesar de que continuamente le animaban a ello; e incluso lo que tomaba se lo entragaba a quienes más habían destacado en la lucha. Por esto, un asunto complicado y no fácilmente conseguido por ningún otro de los generales: durante los ocho años de esta guerra un ejército constituido de elementos heterogéneos nunca se le rebeló y siempre fue sumiso y el más resuelto a la hora del peligro

Cicerón, De off., II, 40:
Y así por su equidad en repartir el botín obtuvieron un gran poder no sólo Bardilis, bandolero ilirio, sino también y mucho mayor el lusitano Viriato

La escena interesa por distintas razones. Además de reparar de nuevo en el contexto bélico lusitano (150-139 a.C.), el episodio ilustra muy bien cómo el resultado de un triunfo guerrero da paso a un mecanismo socio-económico de redistribución de bienes y recompensas que alcanza jerárquicamente al conjunto de los guerreros victoriosos. Y cómo ese mecanismo es operado por el cabecilla de la comunidad, quien simultáneamente acrecienta las bases de su poder gracias precisamente a los resultados de la acción militar; tanto más prestigiosa cuanto más lejano sea el escenario de los hechos y más poderosos sean el enemigo a batir y los símbolos identificativos de tales hazañas. Por descontado que nuestra lectura es una interpretación hipotética; una particular adaptación histórica de la metáfora literaria de Viriato, si se quiere, pues en verdad las fuentes clásicas retratan al pastor, ladrón y caudillo lusitano como a un Robin Hood protohistórico: un delicuente o bandido al que casi justifican por su talante igualitario, justo y barbarizadamente noble, según el modelo del buen salvaje o la doctrina cínica de los que participa la historiografía clásica. Por eso, la enseñanza extraíble automáticamente de esta tradición literaria es la del comportamiento ejemplar y equitativo de Viriato, que no toma nada para sí y que concede regalos especiales a quienes se han distinguido en la lucha; todo lo cual hace que sea admirado y respetado fielmente por los suyos hasta el punto de no tener que hacer frente a ninguna rebelión interna.

Pero, al margen de la evidente intencionalidad moralizante, estos textos cobijan una serie de pistas que permiten formular preguntas de finalidad más marcadamente histórica, por ejemplo sobre el liderazgo militar y las relaciones sociales. ¿Cuál es la naturaleza del poder en estos grupos? ¿Qué grado institucional alcanzan los jefes guerreros del occidente hispano? ¿De qué otros testimonios disponemos para aprehender la fuerte jerarquización y los lazos de dependencia personal?

Las informaciones literaria y arqueológica coinciden en señalar la existencia de una acusada diferenciación social en las poblaciones de la Protohistoria Final. A la cabeza suele situarse una jefatura o elite aristocrática de acentuado carácter guerrero, especialmente en los siglos IV-II a.C., que, no en vano, va evolucionando y transformándose con el tiempo en virtud de procesos internos y de acontecimientos externos tan relevantes como la incursión de cartagineses y romanos por el interior peninsular. El contrapunto a este sector privilegiado es una masa de gente empobrecida y sin recursos, dispuesta en los niveles más bajos de la sociedad, que cabe relacionar con prácticas supuestamente marginales, al menos bajo el prisma ideológico clásico, como el bandolerismo, el mercenariado y la prestación de servicios en el extranjero; costumbres que llamaron poderosamente la atención de los historiadores antiguos y sobre las que se han vertido chorros de tinta.

En las necrópolis, las sepulturas con distinto grado de monumentalidad, ajuar y riqueza, dan cuenta de algunas pautas sociales y de los objetos materiales asociables a determinados grupos humanos, por ejemplo la presencia de conjuntos de armas en las sepulturas de mayor nivel que anuncian a las elites rectoras recubiertas de una aureola guerrera (vide infra apartado VII). Los textos greco-latinos, por su parte, se refieren desde finales del siglo III a.C. y sobre todo en la centuria siguiente a una serie de dignatarios del ámbito occidental en lucha frente a la expansión romana. Entre el conglomerado lusitano-vetón se citan los nombres de Hilerno, Púnico, Césaro, Cauceno, Taútalo..., aparte de Viriato. Desde el punto de vista institucional, las fuentes los titulan con términos como dux, imperator, apelativos que dejan entrever una categoría superior a la de simples magistraturas temporales y electivas pero que, sin embargo, no parecen alcanzar la distinción de soberanía propia de los reges y reguli del espacio ibérico-turdetano. En suma, sin ser demasiado explícitos los textos nos acercan al destacamiento socio-político de un puñado de figuras revestidas de poder guerrero: sus dotes y tenacidad les hacen encumbrarse en posiciones de liderazgo. No es de extrañar que los historiadores clásicos subrayen el componente militar de estos personajes dado que la información procede esencialmente del tiempo de conquista, lo cual suscita la familiaridad de tal semblante entre otras reducciones implícitas. Sin embargo, cabe presumir que el poder de estas figuras no es exclusivamente bélico sino que en muchos casos estas jefaturas, limitadas en mayor o menor grado por las competencias de otros miembros pertenecientes a clanes nobiliarios o por órganos políticos oligárquicos (consejo de notables, asambleas ciudadanas más extensas), controlan igualmente las bases económicas. Esto les permite tener acceso restringido a los excedentes productivos. Al tiempo, se apropian de símbolos e imágenes de autoridad con el fin de legitimar su dominio, haciendo uso cuando es necesario de estrategias de manipulación ideológica sobre la población.



Del recurso alegórico de Viriato redistribuyendo entre los suyos se desprende, acaso también, la sensación de un ordenamiento social profundamente regulado. Esto se aviene con otras señales de jerarquía y dependencia que conocemos para la Hispania anterromana y que, en cualquier caso, acrecientan la evidencia de estar ante agrupamientos sociales cada más verticales y articulados, que además se desenvuelven en una atmósfera ritual de complejidad creciente. Por no citar más que tres hábitos suficientemente testimoniados, piénsese en:

1) Las clientelas militares de devotii que surgen alrededor de una figura central, a quien consagran fidelidad de por vida hasta el punto de llegar a morir por él; tal costumbre llamó la atención de los clásicos, que la reseñan como idiosincrasia del guerrero hispano. Un eco de lo mismo puede verse en los funerales del propio Viriato, donde doscientas parejas de lusitanos luchan en combates singulares en honor del líder asesinado, a quien presumiblemente se hallaban vinculados clientelarmente.

2) El hospitium indígena que tiende a evolucionar hacia fórmulas de vinculación personal próximas al modelo del patronatus romano. Aunque esto es perceptible durante la conquista y en función de los intereses políticos de Roma sobre los nuevos territorios anexionados, el viraje de la hospitalidad (y de otras instituciones similares que no se han conservado) hacia compromisos de sumisión personal debe tener un arranque anterior explicable en el proceso de formación y consolidación de las aristocracias guerreras en los últimos siglos antes del cambio de Era.

3) Los banquetes o fiestas de mérito que incluyen el intercambio de regalos de prestigio y la destrucción deliberada de riqueza como prerrogativa máxima de rango y autoridad en actos de exhibición desmedida y de reafirmación social (esto es, la ceremonia del Potlatch descubierta por la etnografía), entre otros ritos de competitividad social tan del gusto de las elites dirigentes.

En esta relación cabe traer a colación otra tesis que se está barajando en nuestros días pero que sin embargo todavía no se ha comprobado definitivamente: ¿las descripciones que nos han llegado sobre las técnicas guerreras y la estructura militar de los lusitanos podrían reflejar en realidad un bosquejo de su organización social? Exprimiéndolas al máximo e intentando contrapesar las lagunas y juicios de valor de la historiografía clásica, las noticias de Estrabón y Diodoro permitirían deducir como mucho una actividad guerrera compleja y, verosímilmente, jerarquizada entre los lusitanos, distinguiéndose al menos dos tipos de combatientes: 1) la “caballería” -probablemente no antes del s.III a.C.-, una minoría de guerreros de élite armados con panoplias pesadas; y 2) la “infantería” como cuerpo social extenso, a quien corresponde un armamento más ligero (vide infra). Poco más. Resulta tentador tomar estas pistas como directrices a partir de las cuales entender el entramado social de las comunidades de la Iberia prerromana, pero por el momento parece difícil arribar a conclusiones de mayor alcance. En cualquier caso, la viabilidad de este tipo de análisis pasa necesariamente por el examen de los datos arqueológicos, más concretamente por la valoración a fondo (tipología, secuencia cronológica, combinaciones estadísticas de elementos y equipos de armas, estimaciones de riqueza y rango, interpretación histórico-cultural...) de las denominadas “tumbas de guerrero”, aquellas que documentan armas formando parte del ajuar funerario. Sin duda ésta es una atractiva vía a potenciar en el futuro por la investigación.

Existe un último dato de gran valor rescatable de las crónicas de Viriato repartiendo riquezas, insinuado ya líneas atrás: la manipulación que de los tesoros adquiridos hace un jefe como estrategia de adhesión de clientes y garantía de fidelidad y disciplina en sus ejércitos, a la sazón caracterizados por su heterogeneidad. De nuevo un aspecto que ensambla las piezas que dan forma a nuestro particular puzzle: riqueza económica (expolios de guerra), gestión del líder (Viriato, caudillo redistributivo) y diálogo social (proyección de líneas de subordinación desde la cima del poder). En efecto, las fuentes reiteran que Viriato distinguía y obsequiaba a sus partidarios con magníficos presentes. A pesar de la parquedad textual, enseguida se nos viene a la mente el valor simbólico del regalo y la articulación de relaciones sociales y de medidas de captación de poder mediante el mecanismo del don y el contra-don, que tanto éxito ha tenido en el discurso antropológico y que tanto auxilio ha prestado como modelo explicativo a prehistoriadores e historiadores de la Antigüedad.

Diremos rápidamente que el regalo, en tanto instrumento cultural, se convierte en referencia de un compromiso entre individuos o grupos y, por tanto, es un precioso elemento para calibrar relaciones sociales. El ensayo pionero de M. Mauss sigue siendo de referencia obligada para el estudio de la forma y función del intercambio de dádivas, habiéndose profundizado a partir de él en el significado de la reciprocidad. El interés estriba en comprender que el don crea obligaciones sociales: entregar un regalo exige en primer lugar la aceptación por parte del receptor y, seguidamente, el que éste de una respuesta a cambio. Así la contraprestación (material o personal, sea esta última de tipo laboral o militar) se convierte en condición sine qua non y en instrumento para crear vínculos dentro de un marco de intercambio jerarquizado. La obligación en este sentido es triple: dar, recibir y actuar recíprocamente.

Asociada a la entrega del regalo hay una gama de expresiones sociales y de formas de comunicación de no poca importancia, que ya han sido aludidas al hablar de los grupos de poder de la Iberia indígena: generosidad sin límites, búsqueda competitiva de estatus y prestigio (regalar más es una manera de mostrar la superioridad de uno), hospitalidad, fiestas y banquetes nobiliarios, consumo de vino y otras bebidas y viandas de acceso restringido, ideal caballeresco, partidas de caza, luchas singulares y demás ceremonias rituales, formación de cuadrillas de fieles y clientes... En general la economía del regalo se identifica con unos fines políticos determinados y por tanto con grupos aristocráticos, ámbitos principescos o sociedades de jefatura compleja, como fueron las comunidades de la Edad del Hierro. En estos ambientes, armas de parada excepcionales, pertrechos del enemigo, trofeos guerreros, torques áureos y otros adornos, calderos de bronce, cerámicas de lujo y vajilla asociada al vino, briosos corceles e incluso mujeres en exogamia, debieron intercambiarse y regalarse como bienes de prestigio en una circulación selectiva y clientelar, tal como los textos que hemos revisado sobre Viriato ponen de manifiesto en su particular código ético. Acumular el mayor número de estas preciadas mercancías se traduce en una extensión de vínculos de interdependencia con otros individuos y, por ende, se convierte en una hábil manera de consolidar el rango socio-político de los possesores. Más aún si estas piezas son de naturaleza exótica -caso de los botines procedentes de empresas militares realizadas en escenarios remotos-, lo cual incrementa su excepcionalidad.

FUENTE: fisicanet

Al Mutawakil



Último rey de la taifa de Badajoz, nacido hacia 1045 y asesinado en las cercanías de Badajoz hacia 1094. Su reinado conoció prósperas épocas de paz, seguidas del enfrentamiento contra el expansionismo castellano de Alfonso VI. Tras la llegada a la Península de los almorávides, la taifa de Badajoz, como otras, fue anexionada al imperio norteafricano.



Hijo de Muhammad al-Muzaffar, fue nombrado gobernador de Evora y aún en vida de su padre gobernó las comarcas occidentales del reino aftásida y las orientales desde Coria a Sierra Morena. A la muerte de su padre en 1068 se declaró independiente, mientras que el reino de Badajoz pasaba a su hermano Yahya, que se titulaba al-Mansur bi-Allah.

En octubre de aquel año el reino de Badajoz se vio atacado por Alfonso VI de Castilla ante la negativa de Yahya de pagar más tributos al rey cristiano, aduciendo que las parias debían ser soportadas también por Omar. Yahya pidió ayuda a los Banu Di n-Nun de Toledo y nombró heredero de su reino a Abul Hassan Yahya ibn Ismail, excluyendo así a Omar de la herencia de al-Muzaffar. Omar buscó el apoyo de Abul Qasim Muhammad ibn Abbad de Sevilla, comenzando así una guerra que según las crónicas dejó Badajoz devastada y a sus habitantes en la miseria.
La guerra sólo se detuvo tras la repentina muerte de Yahya hacia 1072, momento en que Omar devino soberano del reino aftásida de Badajoz y adoptó el título de al-Mutawakkil ala-Llah ('el que sólo confía en Dios') -que ya había usado en las monedas emitidas desde 1068-. Se instaló en Badajoz, donde trasladó la ceca y nombró gobernador de Evora a su hijo al-Abbas. Entre 1072 y 1079 se desarrolló un intenso movimiento cultural en Badajoz bajo el mecenazgo de al-Mutawakkil, que reunió en la ciudad a la élite literaria andalusí.

Nombró visir a Abd al-Rahman ibn Sahir, exiliado de Sevilla y que había participado en las negociaciones entre Omar y Yahya, desarrolladas inmediatamente después de la muerte de al-Muzaffar; también dio el mismo cargo a Ibn al-Hadrami, a quien más tarde destituyó por la ineficacia que alcanzó la administración y las frecuentes quejas de los súbditos referentes a su arrogancia e injusticia.



Tras su destitución no volvió a nombrar visir alguno y se hizo cargo personalmente del los asuntos de estado. Las crónicas hablan de una sublevación en Lisboa sin precisar la fecha, que al-Mutawakkil resolvió concediendo su gobierno a Ibn Jira, a quien envió a la ciudad con una retórica carta dirigida a los lisboetas; cuando la situación se calmó, Omar privó a Ibn Jira de su gobierno.



En 1079 Alfonso VI conquistó Coria, con lo que el reino aftásida perdió una de sus plazas más estratégicas. Un año después la presión cristiana era insostenible para el reino de Toledo y al-Mutawakkil envió a la ciudad a su ministro Ibn al-Kallas. Los sectores más intransigentes de Toledo instaron al monarca aftásida a que expulsara de la ciudad al débil Yahya ibn Ismail y tomase él mismo el gobierno, como medio de evitar la conquista cristiana; Omar entró en la ciudad en junio de 1080 y permaneció en ella hasta abril del año siguiente, regresando a Badajoz ante la imposibilidad de establecer un gobierno efectivo sobre el extenso reino de Toledo y de enfrentarse a las cada vez más poderosas fuerzas cristianas. En realidad al-Mutawakkil no gastó esfuerzos en reforzar las defensas de la ciudad y, al contrario, dedicó su estancia en Toledo a disfrutar de los placeres, tal como ya vivía en la corte de Badajoz, y a su marcha llevó consigo los tesoros del alcázar toledano que habían pertenecido a Yahya ibn Ismail.



En 1086 Omar al-Mutawakkil fue uno de los principales promotores de la llamada a los almorávides para salvar la situación de Al-Andalus frente al empuje de Alfonso VI, que el año anterior había conquistado Toledo. El rey de Badajoz, en una carta al emir almorávide Yusuf ibn Tashufin, expresó la desesperación de los demás reyes taifas y le urgió para que viniese a combatir a los cristianos. Omar encargó a su caid Abu al-Walid que se reuniese con los distintos qwwad andalusíes para tomar decisiones y que posteriormente cruzase el Estrecho para solicitar del walí de Ceuta la utilización de sus puertos para embarcar tropas expedicionarias. Después al-Mutawakkil envió a Ibn Muqana para la reunión de qwwad convocada por Muhammad ibn Abbad de Sevilla tras la cual pasaron a África para entrevistarse con el emir almorávide.

Los almorávides llegaron a Al-Andalus el 30 de junio de 1086 y se dirigieron hacia Badajoz para enfrentarse a las tropas de Alfonso VI. La batalla de Sagrajas tuvo lugar el 23 de octubre de 1086 en las proximidades de Badajoz y en ella el ejército castellano fue duramente derrotado. EL resultado de la batalla cambió el curso de los acontecimientos en Al-Andalus: tras la victoria, los almorávides comenzaron a anexionarse los distintos reinos de taifas. Entre 1090 y 1092 caían en la órbita almorávide los reinos de Granada, Córdoba, Sevilla y otras pequeñas taifas del Sur y el Levante peninsular.



Al-Mutawakkil intentó salvar la soberanía sobre su reino a través de un doble juego en el que, mientras que presentaba sus felicitaciones a Yusuf ibn Tashufin por la toma de Granada y colaboraba con los almorávides en la conquista de Sevilla, pedía ayuda a Alfonso VI a cambio de las plazas de Lisboa, Cintra y Santarem; el rey castellano tomó posesión de estas ciudades en mayo de 1093.

Este hecho hizo perder la popularidad al monarca aftásida y la población de Badajoz solicitó la concurrencia de los almorávides como medio de salvar el reino para el islám. La ciudad no fue tomada, sino que al-Mutawakkil y su familia fueron prendidos y encarcelados. Más tarde fue ejecutado junto con sus hijos al-Fadl y al-Abbas bajo la acusación de haber colaborado con los cristianos. Los cronistas musulmanes discrepan sobre la fecha de estos sucesos.

Además de los mencionados al-Fadl y al-Abbas, Omar al-Mutawakkil tuvo al menos otro hijo, al-Mansur, que se pasó al bando cristiano al final de los días del reino de Badajoz. Omar fue un hombre extremadamente culto, que hizo construir en su residencia -tanto en la de Badajoz como en la de Toledo, en el corto tiempo en que permaneció allí- munias o jardines de recreo en los que se cultivaban todas las artes de la literatura y especialmente la poesía. En la corte del rey de Badajoz se encontraron poetas de la talla de Ibn Yaj, Ibn Muqana, los hermanos al-Qabturnu o filósofos como Ibn al-Sid al-Batalyawsi o al-Bayí.


Extraído de Biografías y Vidas


Viriato

(?-Monte Herminius, hoy Serra da Estrella, Portugal, 139 a.C.) Caudillo lusitano. Era un pastor, por más que es definido en ocasiones como un bandido por la historiografía, lo que tampoco sería nada excepcional en las culturas de la península Ibérica, donde esta actividad era bastante común y en modo alguno estaba reñida con otras formas de sustento.

En el 150 a. C. se convirtió en un líder de la lucha contra la dominación romana. Cercado por el pretor Cayo Vetilio en el 147 a.C., consiguió romper las líneas romanas y, con un millar de incondicionales, escapar hacia Tríbola y atraer a sus perseguidores a una emboscada en la cual sucumbió Vetilio.

Con esta victoria, Viriato decidió llevar la guerra hasta la meseta, donde derrotó a los cuestores Cayo Plaucio y Claudio Unimano, y ocupó Segóbriga. La reacción de Roma consistió en enviar un ejército consular mucho más poderoso que los que antes operaban en la península Ibérica, al mando del cónsul Fabio Máximo Emiliano, quien derrotó a Viriato en una batalla en campo abierto en el año 145 a.C., y le obligó a replegarse a Lusitania.

La situación cambiaría con la guerra de Numancia, pues el grueso de las legiones romanas fue obligado a empeñarse en las durísimas campañas contra los celtíberos, lo cual permitió a Viriato pasar a la ofensiva de nuevo. Derrotó al pretor de la Citerior, Quincio, y avanzó por la Bética, antes de verse forzado a retroceder de nuevo a la Lusitania.

Ya en su terreno, derrotó al cónsul Serviliano en el 141 a.C. y consiguió concluir un tratado de paz con Roma, que ésta, decidida a sofocar la resistencia de celtíberos y lusitanos, no tardó en romper. Se envió un nuevo ejército, al mando del cónsul Cepión, quien aprovechó unas negociaciones con los lusitanos para sobornar a varios lugartenientes de Viriato con el fin de que lo asesinasen, como así hicieron. Muerto el líder, la rebelión lusitana perdió fuerza, y en pocos años Roma consolidó su posición en la península Ibérica.

FUENTE: biografiasyvidas

Geraldo sem Pavor

1. La muerte de un guerrillero




Imagen: Giraldo Sem Pavor - Pedro Riobom - 2007

La muerte de un guerrillero

A lo largo de los tiempos, la historia ha dado nombres de hombres que por una razón u otra han sobresalido en esto y aquello, y aunque nos parezca paradójico las guerras no van a ser de menos: desde David contra Goliat, Espartaco y Viriato contra los romanos, El Cid y los moros, hasta el personaje que nos ocupa que no es otro que, el guerrillero, mercenario y caudillo portugués GERALDO SEM PAVOR.

Guerrero legendario, intrépido caudillo, que pasó como era normal en su tiempo, de vasallo leal a mercenario advenedizo, de héroe a paria, de la ventura en las lides al infortunio de los reverses. Para los historiadores musulmanes era un traidor sin escrúpulos para el bando contrario los cristianos un valiente capitán: “ fuit giraldus qui dicebatur sine pavore “.


A la hora de hacer una crítica serena e histórica habrá que convenir en que los hechos de Geraldo Sem Pavor ajusta en este mudejarismo innato y rebelde que estremeció tantas veces al hispano, formado y forjado con el temple de los hombres entre el Tajo y Guadiana. El lusitano se movió en las lides con la estrategia de guerrillero como anteriormente lo habían hecho Sakya y Mahmud, los berberiscos, y también Ibn Marwan el muladí emeritense fundador de Badajoz. Volvía con Geraldo la vieja escuela de la guerrilla lusitana que tuvo en jaque tantos años a los ejércitos de Roma: emboscada, el asalto, la sorpresa, el valor personal a cada instante el cálculo táctico preciso.

El cronista Ibn Sahib al Sala lo describe vivamente: ...caminaba en noches lluviosas y muy oscuras, de fuerte viento y nieve, hacia las ciudades y había preparado sus instrumentos de escalas de madera muy largas, que sobrepasen el muro de la ciudad, aplicaba aquellas escaleras al costado de la torre y subía por ellas el primero, hasta la torre y cogía al centinela y le decía: Grita como es tu costumbre, para que no le sintiese la gente. Cuando se había completado la subida de su grupo a lo más alto del muro de la ciudad, gritaban en su lengua con un alarido execrable, y entraban en la ciudad y combatían al que encontraban y le robaban y cogían a todos los que había en ella cautivos y prisioneros.

El 3 de Junio del año 1171 desembarca en Tarifa el poderoso Abu Ya qud Yusuf. Siendo la primera vez que pisaba tierra española como califa, rodeado de poetas y sabios que llenaron su existencia de culta y refinada personalidad. El objetivo estaba claro consolidar el dominio almohade en el Al-Andalus y completarlo.

Ya un mes antes se había empleado en pasar un formidable ejercito, diez mil jinetes, más tropas, auxiliares y voluntarias, con una camella en cuya grupa sobre pabellón rojo y adornado con piedras preciosas figuraba el Corán, a modo de talismán. El objetivo de este califa que más tarde será trascendental para suerte del lusitano no es otra que lanzar una ofensiva por Toledo para adentrarse en tierra extremeña consiguiendo algunas importantes plazas.

Entre tanto la gran pesadilla continuaba siendo Badajoz, a pesar de la invalidez física de Alfonso Enríquez, secuela de la fractura de la pierna que se hizo en Badajoz en 1169, la amenaza portuguesa seguía viva; El guerrillero Geraldo Sem Pavor no daba tregua a sus huestes, y Fernando II parecía dispuesto a olvidar los antiguos pactos.

Así el 10 de Octubre salió para Badajoz un gran contingente de fuerzas de socorro, llegando el convoy sin tropiezos, pero el general almohade Abu-l-ala b-Azzun informado que en el castillo de Lobón, había quedado un grupo de mercenarios de Geraldo, cercando la fortaleza, asaltándola y haciendo cautivos a sus defensores.

La muerte de Ibn Mardanís el rey lobo o Don Lop según las crónicas, había muerto, y con la desaparición llegó algo, la tranquilidad a la corte de Abu Yaqub. Al iniciarse la primavera el califa almohade hizo su primera salida militar contra los cristianos dirigiéndose al castillo conquense de Huete cuyo asedio resulto un fracaso rotundo, teniendo que retirar sus tropas.

Paralelo a estos sucesos otra tormenta sonaba por las tierras del Oeste, los aledaños de Badajoz Volvían a ser una nueva amenaza.

El 23 de Agosto Geraldo Sem Pavor asaltaba en uno de sus más espléndidos golpes de mano, la Ciudad de Beja, antigua urbe del reino aftasí.

El anónimo de Madrid justifica la victoria del intrépido Geraldo y la atribuye a las discordias, y traiciones que prevalecían en los grupos sociales de la urbe.

Según las crónicas el talib de la ciudad, era manco, cojo, beodo, rechoncho y de cabeza pequeña, amigo de la gente baja, se expresaba en beréber porque no sabía el árabe, así con todo estos defectos que podían denotar su personalidad, y en un estado de embriaguez, robó al centinela de la puerta el escaso sueldo que tenía “ un qirat “ y al quedar esta desguarnecida Geraldo y sus hombres como perros de presa saltaron por las escalas y penetraron en la ciudad que tomaron arrasando y matando.


En lo concerniente a nuestra fortaleza del Castellar de Zafra, parece ser que hizo alguna que otra intentona de conquistarla, el más audaz y atrevido fue una de esas noches negras y haciendo uso de su ingenio, dividió a parte de su horda en dos grupos, el más grueso lo asentó en el camino de las Regalonas, pues la entrada la realizó por el río Guadajira, Vajondo y el citado camino por ser estos enclaves bastante camuflados por la orografía del terreno, la otra parte de sus hombres en menor número los mandó a otro camino paralelo al antes citado, camino del Colorado, pero estos hombres no estaban solos tenían en su poder animales, cabras y carneros, el ardiz consistía en atarles a cada cuerno una tea ardiendo, dándole rienda suelta a todos los animales, laderas arriba, huyendo despavoridos por el fuego, estas teas en la oscuridad de la noche y la distancia, debió de surtir de un efecto hacia los ojos de los centinelas de las almenas, de que un gran ejercito los atacaba corriéndose la voz por la guarnición y todos correrían a defender ese flanco, momento desconcertante y efecto cabal por lo que aprovecharían nuestro guerrillero y secuaces para darles el susto, “ Ingenio Mortal “.

Cual lejos estaba nuestro valiente y admirado Geraldo de que sus correrías estaban a punto de sucumbir y de qué manera, lejos de su tierra y no precisamente en batallas o guerrillas.

El silencio obligado a las armas por los cristianos y almohades era provechoso para ambos bandos, de esta manera se podían resolver asuntos internos y recuperar tierras y plazas perdidas. En el pacto suscrito en Sevilla Fernando II de León no participó, quien seguiría siendo una amenaza para los flancos extremeños. Un hecho más importante venía a aumentar la bonanza en los pagos de Badajoz y sus tierras contiguas: la retirada de Geraldo Sem Pavor.

La paz entre Enríquez y el califa almohade dejaba sin cometido al caudillo portugués. Durante la tregua y quien sabría si después, su misión guerrillera quedaba sin objetivos que cumplir o dormiría tal vez para siempre.

Los hombres que como Geraldo, se moldean en el fragor continuo de las luchas, a hierro y sangre, y no conocen otro oficio que al azar y el sobresalto, poco propicios son a la pausa o al descanso de la paz.

En la abrupta existencia mediaval la vida adquirió el profesionalismo de lo que, por el contrario, se hace vital, y optó por pasarse al enemigo, desnaturarse, práctica muy corriente en los adalides de entonces.

El mes de Octubre del año 1.173 Geraldo llegó a Sevilla acompañado de sus huestes, capitanes y compañeros de armas, presentándose al califa almohade y jurando ante el que renegaba de los cristianos y correligionarios de antes. Abu Yaqub lo hospedó cortésmente y lo agasajó con magnanimidad.

Cuando el califa pasó a Africa en 1.176 llevó consigo al valiente guerrillero acompañado de 350 leales; pero en Marruecos todo cambió y su suerte fue fatal.

Algunos cronistas musulmanes- el Bayan y el Anónimo de Madrid- dicen que Geraldo y sus compañeros fueron conducidos presos a Siyilmassa, donde intentaron huir, pero al-Baydaq -cronista bien informado- dice que el califa lo llevó a Marrakus, y de allí a Süs que le dio como feudo. Geraldo en tierra africana se acuerda de su rey, y le escribe varias epístolas en la que le ofrece detalles del terreno que dominaban los almohades en Africa y en concreto serían las del valle del Süs, encajado en el anfiteatro espléndido del Gran Atlas y el espacio costero del áspero cabo Ghir; ofrecía también para colaborar, y le incitaba a que armase galeras y se dirigiera a estos territorios que podrían ser conquistados fácilmente. Los mensajeros fueron interceptados y las cartas llevadas al califa quien, tras descubrir la traición, ordenó conducir a Geraldo a su presencia, so engaño de que lo enviaría a la región de Dará El Dra, al borde del Sahara-en tanto que el califa había dado órdenes secretas al gobernador de aquella comarca, el cual a la llegada de Geraldo y sus compañeros cumpliendo órdenes los ejecutó a todos.

Así y allí acabó sus días el valiente y animoso Geraldo Sem Pavor, cuyo nombre quedó prendido en suelo beréber, cerca de Marrakus, en el topónimo Gerando, junto a los dominios de las cábilas de los Banu Duqqala; también pudo quedar en los lugares extremeños y portugueses donde operó en sus años de brega interminables.


GERARDO DEL GERMANICO- GAIR-HARA “Fuerte con la lanza” o
DE GAIR-ALA “Noble por la lanza”
FUENTE: galeon.com