Pedro Vallina, ángel transiberiano

La mano de Pedro Vallina olía a estoraque y almizcle, como ese aire atrapado en las antiguas boticas. Apenas podía tomar la pluma, pero estaba arrebatado por una obsesión:-escribir sus memorias. En las páginas, que llena de historias sorprendentes, retrata un mundo perdido, una utopía, un sueño. La letra apenas se entiende, un garabato como el rastro titubeante de una araña de esas que se esconden en los desvanes.

No hace mucho que un grupo de amigos, al verlo depresivo y sin ánimo, le ha sugerido un proyecto:-recordar, contar quién fue y la España por la que luchó. El viejo médico anarquista, que ya ha perdido a su inseparable compañera Josefina Colbach, está abatido, enfermo y sufre de insomnio. A veces, se levanta por la noche y pasea por la casa diciendo:-«Aquí no se puede hacer nada». Triste sino del exiliado.

Parece que Vallina acaba de enterrar todos sus sueños. Ha abandonado la clínica médico-quirúrgica de Loma Bonita, en el estado mexicano de Oaxaca. Ahora vive en Veracruz, que será para él, la ciudad de la muerte y de la memoria.

Las memorias de Vallina resultan ilegibles, así que su nieta Xóchitl se ocupa de mecanografiarlas. Vallina dicta, vive sumergido en el pasado:-su infancia en Guadalcanal, sus primeros contactos con los ambientes libertarios en Sevilla, las conspiraciones en Madrid, el destierro en París, en Londres y en la llamada Siberia extremeña, la Guerra Civil y el exilio definitivo, primero en Santo Domingo y después en México.

La editorial Tierra y Libertad publicó Mis Memorias en 1969 en Venezuela y en México en 1971, un año después de su muerte. Sin embargo, como tantos libros del exilio no volvió a publicarse, así que las memorias llegaban a España en fotocopias que circularon durante algún tiempo hasta que, de tanto reproducirse, se volvieron ilegibles.

Esa es la razón de que desde la CGT se impulsara la reedición de este valioso documento sobre la vida del héroe libertario. Decenas de personas participaron en un maratón mecanográfico para reescribir el texto, al mismo tiempo que se organizaba un homenaje y la visita de su familia: su hijo Harmodio y su compañera Sara junto a su nieta Xóchitl, que viven en México. Así, Mis Memorias se pudo leer en España gracias a la edición del Centro Andaluz del Libro y Libre Pensamiento en el año 2000.

Los recuerdos del médico anarquista que había revolucionado la España de comienzos del siglo XX regresaban con aquella epopeya mítica de sus luchas por la libertad y los derechos de campesinos y obreros, además de su revolucionario ejercicio de la profesión de médico sin cobrar a los más necesitados.

Las memorias se detienen en el momento en el que abandona España tras la guerra. Apenas menciona su labor de médico en el exilio. La dirigente anarquista Federica Montseny escribió poco después de morir Vallina: «¿Quién narrará los últimos años del doctor Vallina en México? ¿Lo que fue su existencia, perdida entre montañas, viejecito ya, desplazándose penosamente a través de la selva, protegido de lejos por los pobres campesinos que, después de muchas reservas y recelos, lo adoptaron de tal forma que hubiesen dado la vida por él?».

Este tomo por escribir es el que hay que recomponer a partir de las semblanzas, el correo, los artículos sobre su figura o la memoria oral de quienes lo conocieron en esta etapa.

El hombre que se había convertido en una leyenda del anarquismo, que había participado en los intentos de asesinar a Alfonso XIII en París y en Madrid, que había sido compañero de líderes libertarios abandonaba España siguiendo la cola de fugitivos que intentaba alcanzar Francia.

En las memorias, aporta algunos datos sobre este éxodo. «No muy lejos del puerto de Rosas encontré un hospital militar que desocupaban los enfermos;-me impresionó profundamente contemplar a varios ciegos que cogidos de la mano preguntaban cuál era el camino de Francia».

Cerca de los Pirineos pasa su última noche española. Antes de partir, entrega a la madre de un soldado que conocía varios libros de medicina que llevaba. Y apunta:-«Por si pudiera algún día volver a recogerlos».

Esta frase, escrita tantos años después en su exilio mexicano, está cargada de pesadumbre. Habría que imaginar a un Vallina envejecido, casi vencido, que recuerda el paradero de sus libros de medicina en los que había anotado algunos casos sobre la viruela, la tifoidea, la escrofulosis o las tisis venéreas. A veces, su memoria se convierte en un albarelo que guardara los malos humores y las fiebres malignas de todos los que sanó.

Vallina sigue el terrible camino del destierro. El chalequillo le huele a polvo de quina aluminoso y jarabe de adormidera con el que quisiera olvidar el verdadero olor que lleva en la ropa y en el alma: el hedor abstracto de la muerte.

En Perpiñán, el médico es obligado por las autoridades francesas a entregar el fusil e ingresa en un refugio-prisión. Allí ejerce de médico en una barraca de curaciones. Luego, pasará al campo de internamiento de Argelès hasta poder refugiarse en un sanatorio antituberculoso, un panorama desolador que él conoce muy bien. Es entonces cuando recuerda sus experiencias en el sanatorio antituberculoso que creó en Cantillana, todo ese mundo que dejó atrás y que ahora parece tan lejano.

Camino de América

Finalmente, Vallina abandona Francia y se embarca en el vapor La Salle rumbo a Santo Domingo. En la colonia de Dajabón abre una clínica para sanar a los nativos que padecen el paludismo y la tuberculosis.

Poco después se establece en México. Primero vive con su familia en la calle de Bolívar y luego se traslada a Loma Bonita en Oaxaca donde permanecerá cerca de treinta años curando a los indios y campesinos mexicanos en el Consultorio Médico Quirúrgico Ricardo Flores Magón.

En una de las cartas de sus últimos años, en concreto en una enviada a Renée Lamberet, profesora de Historia en París, describe su trabajo:-«Te remito tres fotografías de indios de esta selva. La muchacha que levanta el brazo izquierdo, lo tiene enfermo de gangrena y hay que amputarlo. (…) El calor aquí es espantoso por este tiempo, y la disentería, el paludismo, etc hacen grandes estragos, pero el peor enemigo es el alcohol. Los asesinatos son muy frecuentes».

En sus últimos años, ya en Veracruz, Vallina se volcará en su libro de memorias. En octubre de 1968 recibe los primeros ejemplares, que se venden muy bien. El dinero conseguido, que podría haber servido para aliviar su situación económica, se empleará desgraciadamente en los gastos del entierro. Fue un entierro modesto, apenas diez personas lo acompañaron. La tumba en el cementerio de Veracruz quedó cubierta por claveles rojos y gladiolos que colocaron sus nietas.

APOYO: RECUERDOS SIN NOSTALGIA DE UN PUEBLO ANDALUZ

«Mi nombre es Pedro Vallina Martínez, y nací en Guadalcanal, provincia de Sevilla, el 29 de junio de 1879. Mi padre era asturiano y de muchacho marchó a pie a Sevilla, con otros de su edad, en busca de ocupación». Así comienzan las memorias de Vallina, uno de los libros más singulares sobre aquellos personajes de la leyenda libertaria.

Vallina moría en el exilio mexicano en febrero de 1970 y, aparentemente, sólo restaba que se cumpliera el macabro rito del olvido, ese sudario definitivo que cubre la memoria de los desterrados. Pero, algunos años más tarde, a pesar del silencio y el interés por el olvido, en Sevilla –la ciudad que apenas recordaba su leyenda maldita– un grupo de personas se interesaba por rescatar la leyenda del llamado «tigre libertario», ese hombre que definían como una mezcla «entre Bakunin y San Francisco de Asís».

Pero no se trataba sólo de la reedición de sus memorias. Un escritor sevillano, a su modo también un lúcido ácrata, se atrevía a novelar la vida de Pedro Vallina. Era Vicente Tortajada, quien en Flor de cananas (Renacimiento, 1999) rescataba la curiosa existencia del médico libertario. En este pasaje narra cómo era la casa de Vallina en la calle Bustos Tavera, en el corazón de Sevilla la Roja:-«Había una alacena cuyo fondo camuflaba una puerta, y una escalerita que iba al ‘Cuarto de las conspiraciones’, salón subterráneo y bien amplio adonde se colaba el anarquismo cabal del barrio: desde San Marcos al Pumarejo y San Julián, de los Terceros a la cúpula blanca y azul de San Luis de los Franceses y al arco bellísimo y populachero de Bab-Al-Macaraná».

Pero, más allá de este atractivo ejercicio de ficción, las memorias de Pedro Vallina son el mejor documento para conocer a este personaje. Especialmente estremecedor es el capítulo dedicado a su pueblo natal, Guadalcanal, y cómo el niño Vallina se da cuenta de las injusticias y decide convertirse en anarquista. El relato evocador nada tiene que ver con el habitual tono de nostalgia de los libros de memorias del exilio:-«El personal en su mayoría valía poco y no aspiraba a otra cosa que a vegetar. La propiedad de la tierra estaba en las manos de unos pocos, los más malos y brutos del lugar. Los ricos holgazanes pasaban el día en el casino, hablando de tonterías;-los artesanos, las noches en las tabernas. (…) Las mujeres de los ricos hablaban como cotorras, se visitaban entre ellas, y organizaban fiestas religiosas, bailes y corridas de toros».

EVA DÍAZ PÉREZ

PUBLICADO EN EL MUNDO EL 23 DE ABRIL DE 2007


FUENTE
memorialibertaria.com