Cuenta la tradición, y repiten los estudiosos del tema, que en la antigüedad griega, en la ciudad de Atenas, vivía un hacendado llamado Academus aquien se le ocurrió utilizar un precioso jardín que poseía junto a su casa paradedicarlo a actividades deportivas. Con el tiempo dicho huerto pasó a ser pro-piedad de diferentes individuos que se encargaron de adornarlo con estatuas yfuentes, hasta convertirlo en reunión de filósofos, entre ellos Platón y Aristóteles.Éste último acabó fundando en el lugar una escuela de filosofía que dio enllamar Academia, en memoria de Academus, su creador y propietario.Siglos después, en la Italia renacentista y, por extensión, en el resto deterritorios, se pusieron de moda lo que hoy conocemos como “academias”.
Tampoco España fue en esto una excepción; por el contrario, los escritores que El Palacio de Sotofermoso, propiedad que fuera de los duques de Alba,situado en los bellos parajes de Abadía, al norte de provincia de Cáceres,constituyó durante algún tiempo el lugar ideal, el locus amoenus, que reunióentre sus paredes a artistas destacados de nuestra cultura dorada. Entre ellos podemos rastrear la huella de algunos de los más importantes, como Garcilaso de la Vega, Boscán o el mismo Lope de Vega, todos ellos generosos en susdescripciones y recuerdos de aquellos paisajes impresionantes.
viajaron a Italia regresaron dispuestos a reivindicar aquel fenómeno social y literario de primera magnitud que venía a mitigar las estrecheces de tanto poeta dispuesto a servir a un noble para poder vivir. De este modo, desde Madrid a Zaragoza, desde Huesca a Toledo, desde Sevilla a Badajoz o Granada, proliferaron todo tipo de academias que prestigiaron la labor de muchos mecenas,por un lado, y provocaron la burla y el enfrentamiento de algunos poetas por otro. Una academia era una reunión en casa de un aristócrata en la que los presentes procuraban demostrar su ingenio y agudeza. Su duración dependía del interés del mecenas por mantenerla y, en ocasiones, desaparecían por razones ajenas a él, como nuevos cargos y responsabilidades políticas que les obligaban a trasladarse a otros lugares, largas ausencias por motivos de viaje o diplomáticos... De este modo, existieron academias de un día, creadas para conmemorar un acontecimiento político, religioso o social de primer orden,frente a aquellas otras que mantuvieron cierta periodicidad o que perduraronen el tiempo a pesar de convocarse de tarde en tarde. Los asistentes solían reunirse un día en concreto a la semana o al mes encasa del anfitrión, normalmente por la tarde o por la noche. Dicho anfitrión pertenecía a esa aristocracia que muy pronto descubrió en esta actividad un remedio para combatir el hermetismo de la corte y el aburrimiento de una vida menos combativa y más cortesana. Propuesto el orden del día, se debatía sobre un tema elegido y a partir del cual se daba rienda suelta al ingenio con las distintas composiciones poéticas que surgían al hilo del mismo y que eran leídas por el secretario. La intrascendencia del tema hace que la mayoría de los poemas compuestos en estos cenáculos carezca de interés poético, a pesar de que a ellos eran invitados los mejores ingenios de la corte, “destos que comen del sudor de sus coplas”, como señalara Salas Barbadillo en su obra el Caballero puntual (Madrid, 1614).
En otras ocasiones se realizaban disputados certámenes poéticos que coronaban a los tres mejores poetas del lugar, galardonados con un par de guantes de ámbar, alguna piedra preciosa, una bolsa de dinero, un mondadientes de plata, una banda de seda, unas medias, si la ganadora era una de las escasas mujeres que asistían a estos acontecimientos. Los participantes ocultaban su verdadera personalidad bajo seudónimos pastoriles (Albano, Cardenio, Jacinto...) o bien con aquellos otros relacionados con la filosofía imperante en el recinto poético (Secreto, Bárbaro...). De este modo, mientras el noble veía colmado su orgullo mediante su patrocinio a cambio del que recibía los más exagerados halagos de los pedigüeños, los poetas obtenían la protección de un mecenas bajo cuyo amparo procuraban vivir despreocupados de los asuntos mundanos y dedicados a la escritura.
Estas academias literarias concluían con la lectura de un vejamen, compuesto por el escritor más famoso de los allí reunidos, en el que, con tono burlón y exagerado sarcasmo, se sacaba punta no sólo al ingenio poético de las composiciones presentadas, sino también a cuestiones personales que acababan por despellejar a los presentes y provocar momentos de tensión, cuando no sonadas algaradas que podían acabar en peleas si no eran atajadas a tiempo. Si a ello unimos que los poetas enfrentados asistían a las academias acompañados de los señores que les protegían, y que éstos, también en ocasiones, no dudaban en intervenir en la disputa, no es extraño suponer que con el tiempo estas reuniones terminaran por desprestigiarse de tal manera que escritores como Lope de Vega, Calderón o Salas Barbadillo, entre otros, acabaron por censurar las abiertamente y dejaron de participar en ellas.
En definitiva, estos encuentros literarios, nacidos al amparo de la antigüedad clásica e imitados del ambiente cultural de las cortes italianas, se convirtieron en círculos polémicos y de enfrentamiento, causantes de muchos sinsabores y muestra de la escasa originalidad y de la mezquindad de los más mediocres.
La rica e inquieta Extremadura del Siglo de Oro tampoco fue ajena a esta actividad cultural, prestigiada por la talla de sus generosos mecenas. Es el caso de don Juan de Zúñiga, hombre culto, enemigo de las intrigas de la corte, que se recogió en su mansión mandada construir en Villanueva de la Serena, endonde pasaba largas temporadas dedicado a la caza y la meditación. Allí, o en sus posesiones de Zalamea de la Serena o de Brozas, compartió experiencias y conocimientos junto a un grupo de hombres insignes, entre los que destaca la compañía de Gutierre de Trejo, el doctor de la Parra, el comendador Hernán Núñez, el maestro Antonio de Nebrija, que le enseñó la lengua latina, y su joven hijo, Marcelo de Nebrija, a quien confió el hábito y la encomienda de La Puebla.
Todos ellos le acompañaron en esa academia de la Casa de los Zúñiga,y a su lado, bajo su protección, escribieron algunas de sus obras más famosas, hasta el punto de que hoy parece más que probable que el primer diccionario yla primera gramática de la lengua castellana se escribieran en Extremadura al amparo de este noble. Más al sur estaba instalada la corte de los Suárez de Figueroa, duques deFeria, situada entre las poblaciones de Zafra, Feria y Badajoz. Hablamos deuno de los núcleos culturales más destacados de la Extremadura medieval yrenacentista, no sólo por el parentesco que unía a esta nobleza con personalidades de la talla del marqués de Santillana, el infante don Juan Manuel, Jorge Manrique o el propio Garcilaso, sino también porque sus salones y estanciasfueron lugar de reunión para escritores como Gregorio Silvestre, Garci Sánchez de Badajoz, Juan de Ávila o Cristóbal de Mesa, entre otros. Gracias a su ayuda económica, Juan de Figueroa, sobrino de Diego Sánchez de Badajoz, pudo publicar la obra póstuma de éste.Recordemos también, aunque años después, la figura de don Gómez dela Rocha y Figueroa, encargado de organizar una Academia en Badajoz, encasa de don Manuel Meneses y Moscoso, Caballero de la Orden de Calatrava,a la manera de aquella otra que él había conocido en Madrid bajo la presidencia de don Melchor Fernández de León, en la Real Aduana. En Badajoz, donGómez, junto a un grupo de caballeros, en su mayor parte procedentes delmundo de la milicia y la administración (regidores, caballeros, maestres decampo...), organizaban tertulias, festejos y actividades que a veces ponían en entredicho el prestigio de sus cargos, aunque, como él mismo reconociera enalguna ocasión, “es menester salir alguna vez de juicio para no pudrirse decuerdo”.
Aquí cabría citar asimismo a don Juan Antonio de Vera y Zúñiga, condede la Roca, autor de El Embajador, entre otras obras, quien, abandonada su Mérida natal, se estableció en Sevilla, frecuentando los cenáculos literarios de la capital andaluza y ganándose la amistad de los grandes poetas de la época,algunos de los cuales no dudaron en agasajarle repetidamente, como Lope deVega o Pérez de Montalbán. La misma Sevilla en la que, años antes, otro insigne extremeño, Hernán Cortés, cansado de tanto peregrinar por la Corte para no recibir los merecimientos que correspondían a sus méritos, había decidido instalar su Academia cortesiana rodeado de amigos como Juan de Vega, Francis-co de Cobos, Pedro de Navarra, y poetas del renombre de Gutierre de Cetina oHurtado de Mendoza. La Extremadura de la nobiliaria Plasencia, con su Convento de los Frailes Predicadores de San Vicente, con su Academia de Gramática y Retórica,con su Colegio de Gramáticos, con su Colegio de Jesuitas, en donde muy probablemente se representaran las primeras tragedias de nuestro naciente teatro;la Extremadura de la devota Guadalupe, con su Monasterio presidido por unaimpresionante biblioteca que almacenaba volúmenes dedicados a todos lossaberes conocidos, con el auge de una destacada escuela de miniaturistas y elcreciente influjo de sus cátedras; la Extremadura de la burocrátrica Llerena,residencia del Tribunal del Santo Oficio, cabeza del Priorato de San Marcos deLeón, Plaza de Armas, en donde naciera Luis Zapata, el cortesano autor delCarlo famoso, y por donde corretearía caprichosa y presumida la poetisa Catalina Clara Ramírez de Guzmán, protagonista de todas las veladas literarias quetenían lugar en aquella localidad...7* * * * *La nobleza, en general, se había adaptado a los nuevos modos instaladosen las cortes europeas, aquellos que sitúan los límites entre la época medievaly la renacentista, esto es, entre el mundo de la guerra y el de la cortesanía.Ahora se le exige a un buen cortesano que no sólo sepa utilizar con maestría lasarmas, sino que además domine las materias relacionadas con la vida de lospalacios. Los nobles se interesan por la cultura, creando sus propias bibliote-cas en las que abundan aquellos códices comprados en Italia tanto en la lengualatina como en la griega, síntoma de cultura; también practican los modos cor-teses y no dudan en leer con devoción aquellos tratados que les enseñan acomportarse en sociedad, como El Cortesano de Castiglione, traducido al cas-tellano por uno de nuestros más insignes poetas, Juan Boscán, del que hablare-mos más adelante como representación ejemplar de la tradición cultural de losAlba.Si esto era así, qué duda cabe que una de las familias que mejor y másrápidamente se incorporó a los nuevos usos fue aquella que muy pronto repre-sentó también a la aristocracia de más rancio abolengo: la casa de Alba. Apesar de que don Fadrique, uno de sus descendientes más famosos, no fue unhombre especialmente letrado ni inclinado a la lectura, supo pronto de la im-portancia de rodearse de los hombres de letras y por ello quiso que su nieto donFernando recibiera una completa educación no sólo en el brillo de las armas,de las que haría alarde en Europa y norte de África demostrando su valor, sinotambién en el conocimiento de las letras.Desde muy niño, don Fernando Álvarez de Toledo mostró un gran inte-rés por las letras, que fomentó no sólo en la actividades realizadas en su residencia de Alba de Tormes, sino también durante su estancia en Flandes, en surelación con Arias Montano y los teólogos que preparaban la Biblia Políglota,y, en general, durante su vida militar, acompañado de esa corte de poetas-sol-dados, con Garcilaso en la primera línea, que defendían los ideales del imperiode Carlos V. Como señala J. Pérez de Guzmán “...del núcleo de aquella casahabía de salir la legión reformadora a cuya cabeza se colocaría Garcilaso de laVega, Juan Boscán de Almogávar, el embajador Diego Hurtado de Mendoza,el caballero aragonés D. Hierónimo de Urrea y el caballero castellanoD. Hernando de Acuña, el aventurero andaluz Gutiérre de Cetina y todos lospadres del nuevo Pindo, que habían de dar forma definitiva al genio poético deEspaña”8.No fueron éstos los únicos que se aprovecharon de las inquietudes cultu-rales de la Casa de Alba. Como ya subrayara J. Lihani9, es muy probable que eldramaturgo extremeño Bartolomé de Torres Naharro formara parte de un gru-po de jóvenes estudiantes de las aulas salmantinas -entre los que se encontra-rían también Lucas Fernández, Gil Vicente y Sánchez de Badajoz-, tan intere-sados por la actividad dramática, que Juan de la Encina se encargaba dereclutarlos como actores cuando iba a representar alguna de sus églogas en elpalacio ducal, que bien pudiera ser en cualquiera otra de sus propiedades re-partidas por aquella comarca.Estas casas solariegas, pensadas para el entretenimiento y el recreo, esta-ban enclavadas en los lugares más estratégicos y servían de refugio a lasmezquindades y entresijos de la corte.
En ese retiro deseado en el campo, con ese toque humanístico consistente en el menosprecio de la corte y la alabanzade la aldea, encontraban la paz y la tranquilidad necesarias para disfrutar detodas las actividades referidas al cultivo del cuerpo y del espíritu. Allí disfruta-ban de la caza, pasatiempo cortesano de primer orden, y motivo de interés sitenemos en cuenta el elevado número de tratados sobre esta materia, desde elLibro de la caza de López de Ayala hasta el Libro de Cetrería de nuestro paisano Luis Zapata. Los nobles buscaban en aquellos lugares el disfrute de estosratos de descanso, bien enfrascados en la caza mayor, bien en la cetrería o en lacaza menor. Jabalíes y ciervos constituían las presas más delicadas y codiciadas, y en su búsqueda recorrían los montes y los bosques, los campos y lasdehesas. Las tardes, más relajadas, con diversiones y debates, enigmas y concursos, juegos y paseos, daban paso a aquellas actividades nocturnas que en formade bailes, pasatiempos, momos y demás espectáculos, incluido el teatro, lespermitían disfrutar de una existencia alejada de las obligaciones cotidianas.Así se explica la importancia concedida a los jardines y parques, a los laberin-tos y huertas, desde Aranjuez al Pardo o El Retiro, concebidos y diseñados porjardineros flamencos o franceses.De este modo nacieron verdaderas academias “rurales”, invitándose a suhospedaje a todos aquellos que participaban de la vida cotidiana del mecenaz-go, ya familiares, ya amigos. Podemos hablar así de La Florida de D. PedroLópez de Portocarrero, en Sevilla, La Huerta del duque de Lerma, en Madrid,La Burlada del obispo de Pamplona don Antonio Venegas, La Heredad delconde de Salinas, junto al Duero, El Bosque de los de Béjar, y cruzando lafrontera la Quinta de Santa Cruz, fundada en 1560, cerca de Oporto, por elobispo D. Rodrigo Pinheyro, La Tapada de los duques de Braganza, que aco-gió a los poetas portugueses de moda, Sá de Miranda y Bernardino Ribeiro,junto a otros castellanos como Feliciano de Silva o Núñez de Reinoso10.* * * * *Y es aquí donde aparece el motivo de mi intervención, el lugar que va aconvertirse en centro también de la actividad cultural y lúdica de la casa deAlba, aquel entre cuyas paredes se reunieron en ocasiones los hombres másilustres del momento. Me refiero, como es obvio, a Abadía, en donde se alza elPalacio de los duques de Alba, también conocido como el Palacio deSotofermoso11, otorgado al conde de Alba en el año de 1444 por el rey Juan IIen pago por la ayuda prestada en su lucha contra los Infantes de Aragón.
¿Qué representó La Abadía para el Duque y sus amigos? Un evidente lugar de reunión y distración, de encuentro y pasatiempo, de alojamiento ydisfrute. Un lugar que sirvió para acoger entre sus muros a los visitantes másegregios, desde los Reyes Católicos, con motivo del matrimonio de su hijadoña Isabel con el rey don Manuel de Portugal en el año 1497, y que, una vezconocido, le encantó tanto que repitió sus estancia años después, recomendándoselo a su hija doña Juana, y el impaciente Felipe II cuando viajó hasta allí alencuentro de la que sería su esposa, doña María de Portugal. Hasta allí veníanmonarcas y príncipes buscando la tranquilidad que no hallaban en la Corte,disfrutando de la paz y también del divertimento si tenemos en cuenta las noti-cias que nos ofrece Bartolomé de Villalva y Estaña en su libro El PelegrinoCurioso, cuando señala que “...hay en el tal soto dos o tres mil corzos y muchosvenados, algunos gamos y jabalíes, muchos conejos y liebres, de lo cual sontestigos los cortesanos que allí suelen ir a recreo, lo cual todo tiene a su cargoun caballero”12.Era aquel lugar, lugar de paso, un impresionante y paradisíaco vergel,tan famoso que el propio Luis Zapata en su Miscelánea, libro en el que nodudó en encarecer las bondades de otras poblaciones extremeñas (“el mejormercado franco” el de Llerena, “el mejor molino” el de Guadalupe, “la mejordehesa” la de la Serena, “la fruta más temprana” la de Plasencia, “el puentemás admirable” el de Alcántara...), señalaba que “La mejor huerta la del Abadía del duque de Alba”13.“Es indudable, como señala Lozano Bartolozzi, que el jardín es un símbolo de prestigio y de búsqueda de concreción de la fama del autor, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, tercer duque de Alba(1507-1582), quereunía las intenciones de una figura típica del renacimiento: crear un contextoheroico en un lugar apartado, que exaltara con alegorías y analogías su perso-nalidad. Un contexto reflejo de su cultura intelectual, donde fantasía, caprichoy naturaleza se interrelacionan”.
Es muy probable que entre aquellos muros, los Alba disfrutaran de la compañía de amigos e invitados, acogidos con franca hospitalidad por la calidad de los mismos, en una especie de Parnaso idílico. Allí estuvo Juan Boscán,el poeta de los sonetos endecasílabos, ayo de don Fernando, como confirmanlos testimonios de amigos como Garcilaso o Marineo Sículo. A mí me interesa,sin embargo, la divertida anécdota que recoge Francesillo de Zúñiga en suCrónica burlesca del Emperador Carlos V, cuando describe:Carta para la reina de Francia doña Leonor: Diréis al Duque deAlba que su nieto me ha hecho media copla, y como el Marqués deVillafranca la oyó, dijo a grandes voces a Boscán: –¡Cuánto os debemosla Casa de Alba, puesto que a nuestro mayorazgo habéis hecho trovador.15Aunque Boscán regresó a Barcelona tras asistir a las bodas del empera-dor Carlos V, manteniendo una estrecha relación con la Casa de Alba y reci-biendo de ella todo tipo de generosos detalles por los servicios prestados, en suproducción poética podemos rastrear vivos ejemplos de esa concepción deacademia literaria que muy probablemente celebrarían en aquel lugar ideal.Así, por ejemplo, en su poesía titulada “Villancico del mismo (Boscán) y de Garcilaso de la Vega a don Luis de la Cueva porque bailó en palacio con unadama que llamavan La Páxara”16, nos encontramos con una composición amanera de competencia poética llena de ingenio en la que, por este orden, elDuque de Alba, Garcilaso, el Prior de San Juan, Boscán, don Fernando Álvarezde Toledo, el Clavero de Alcántara, don Luis Osorio, don García de Toledo,don Gutierre López de Padilla y, por último, el marqués de Villafranca, com-pusieron una estrofa de contenido burlesco sobre tan liviano asunto que, pare-ce muy plausible, sea un divertido ejercicio compuesto para una lectura con-certada.Seguramente, este grupo de personajes, unidos por su afición a la poesíay a la diversión cortesana, se reunieron en más de una ocasión en torno a losjardines del palacio de Sotofermoso, en donde pasarían temporadas enteras.No resulta extraño por ello que el citado Villalva y Estaña en su libro de anéc-dotas viajeras advierta que entre las extraordinarias imágenes que asaltan al visitante cuando contempla las excelencias del lugar se encuentre una fuentedonde “estaba Boscán con las uvas que había cogido y de frente el cancerberocon sus tres cabezas, subtilidad bastante para desfalcar hasta parte del cansancio que nuestro peregrino llevaba”. Si la referencia de nuestro Curioso Peregrino no es falsa, ¿acaso se laconstataría en el lugar el acompañante que guiaba sus pasos y le explicaba loque veía?, estaríamos ante una evidente identificación entre La Abadía y Boscán,hasta el punto de que el duque de Alba habría introducido un homenaje eviden-te al amigo en forma de recuerdo en mármol. No sería el primer homenajereconocido. También la figura de Garcilaso de la Vega vaga por aquellos para-jes en forma de reconocimiento público.Cuando Lope de Vega escribe su poema “Descripción de “La Abadía”,jardín del duque de Alba”, del que hablaremos a continuación, no duda enatribuirle a aquel escenario la calidad del Parnaso, al que también acuden nu-merosos poetas que dan lustre al lugar. Y señala entre el final de una octava yel comienzo de la siguiente:¡Oh gran caballo!, vuestro curso enfrene,pues tantos van al agua del olvido,el espíritu vivo de aquel Laso,que vive en vos por milagroso caso.Que el intento mayor del gran Fernando,por quien su fama censo al tiempo niega,fue hacer este Parnaso, fabricandosepulcro a Garcilaso de la Vega.18Quieren decir estos versos que aquellos vergeles cacereños fueron le-vantados como homenaje en recuerdo del poeta toledano tan estrechamente vinculado a aquella corte. Mucho debió agradecer Garcilaso a la familia de losAlba las numerosas muestras de amistad y solidaridad que le demostraron a lolargo de su corta existencia, en algunos casos incluso a riego de ganarse laenemistad del mismo Emperador. Tantas pruebas de lealtad fueron correspon-didas por el poeta en su obra. La Elegía Primera va dedicada a don Fernandocon motivo de la muerte de su hermano Bernardino, ocurrida a su regreso de laexpedición de Túnez en 1535; la Égloga Primera la dirige a don Pedro deToledo, tío del Duque, el mismo que le había armado caballero en Pamplonaen 1523 y que lo llevó en su corte hasta Nápoles, donde fue Virrey; y la ÉglogaSegunda encierra un encendido elogio a don Fernando, e incluso hay quienesquieren ver detrás del personaje del pastor Albanio la figura del aristócrata...Aunque la existencia de Garcilaso fue tan tormentosa que apenas si resi-dió en España por temporadas, todo hace suponer que su estrecha vinculacióna la casa de Alba le llevaría también a disfrutar de La Abadía. Así parecenconstatarlo buena parte de los estudiosos quienes, con el hispanista W.F. Kinga la cabeza, no dudan en señalar que “Aproximadamente contemporánea (“a laacademia de Fernando Colón en Sevilla”) es la llamada “academia doméstica”de la Abadía, cerca del Tormes, de los Duques de Alba, formada por los ami-gos del joven Duque Fernando, y entre cuyos asistentes se contaba a vecesGarcilaso”19.* * * * *Como quiere otro de los clásicos del tema de las academias en España, J.Sánchez, años después “La Abadía cambió de nombre a La Arcadia, y la famo-sa obra de Lope de Vega de este nombre, publicada en 1598, es una síntesis dela vida literaria e íntima de las reuniones del Duque de Alba”20.Lope entró al servicio de don Antonio, el joven duque de Alba, a media-dos de 1591. Por entonces, el Fénix servía en Toledo al marqués de Malpica.Sin embargo, en el verano de 1591 el duque de Alba se encontraba en Novés, localidad toledana cercana a Torrijos, por asuntos de negocio o con motivo delfallecimiento de don Antonio de Padilla, señor de Novés; entre los muchospersonajes que componían su cortejo se encontraba ya Lope de Vega, en calidad de “gentilhombre”, pues como “secretario” nunca figura citado en los archivos de la Casa. R. Osuna22tiene la sospecha de que en este viaje la comitivase detuvo tanto a la ida como a la vuelta en La Abadía, la primera vez que elFénix tomó contacto con el lugar.Era el Duque hijo de don Diego Álvarez de Toledo y de doña Brianda deBeaumont. Había nacido en Lerín (Navarra) en 1568 y moriría en 1639, siendoenterrado en Alba de Tormes. Era un joven de blanda condición y amante de lavida cortesana, que tuvo que vérselas con su tío y tutor, don Hernando de Toledo,quien procurando para él un matrimonio conveniente acabó provocando sinquererlo un auténtico escándalo que llevó a su sobrino a ser encerrado porFelipe II en el castillo de la Mota de Medina, acusado de bígamo por contraermatrimonio con doña Catalina Enríquez, hija del duque de Alcalá, y con la quefinalmente sería su mujer, doña Mencía de Mendoza, hija del duque delInfantado.Esta circunstancia explica que Lope fuese muy bien recibido en aquellacorte si tenemos en cuenta que ambos, protector y protegido, eran almas geme-las y corrían semejante destino, pues los dos estaban desterrados a causa deuna mujer.Allí, en esa Corte, se encontraban también o se fueron incorporandocon el tiempo el médico Enrico Jorge Anríquez, el músico Juan Blas de Castro,Jerónimo de Arceo, y los poetas Pedro de Medina Medinilla, Liñán de Riaza yDiego de Mendoza, entre otros.Lope, al amparo del Duque, disfrutando de la tranquilidad que le ofrecíael campo y la amorosa compañía de Isabel de Urbina, además de imaginar laComedia Nueva que desarrollaría poco después, como quiere el profesor Ca-ñas Murillo23, escribió algunas de sus obras dramáticas (El favor agradecido,El maestro de danzar, El leal criado, Laura perseguida, La Arcadia, Los amores de Albano e Ismenia, Las Batuecas del duque de Alba...), un buen númerode romances (“Sobre unas tajadas rocas”, “Vestido de gabán leonado”, “Bajolas escasas sombras”, “Mirando un corriente río”, “Albanio un pastor de Tirse”,y a buen seguro algunos otros24), algunas composiciones en verso, como lacitada descripción de La Abadía o la Elegía a la muerte de don Diego deToledo, atribuida también a Pedro de Medina Medinilla, y una de sus novelasmás destacada, La Arcadia.Que Lope de Vega estuvo en La Abadía parece evidente; que aquellosparajes le proporcionaron material para sus composiciones resulta innegable;que entre aquellos muros, rodeado de aquel locus amoenus, compuso algunasde sus obras es más que plausible. Él era así. Todo lo que veía o descubría seconvertía de inmediato en motivo argumental, en una mezcla perfecta de viday ficción. Además, su estancia allí le permitió recorrer otros lugares de esaExtremadura dorada, desde Coria a Plasencia, desde la Vera a Trujillo, re-creando historias como Los Chaves de Villalba, La contienda de Diego Garcíade Paredes, La serrana de la Vera, Las sierras de Guadalupe o Las Batuecasdel Duque de Alba...Pero la evidencia más destacada surge de la lectura de su poema en octa-vas titulado “Descripción de La Abadíá, jardín del duque de Alba”, en el querecrea con todo lujo de detalles las excelencias de aquel lugar para el que noregatea elogios (“la octava de las siete maravillas”, “paraíso...pequeño”,“Parnaso”...). De la lectura de estos versos se desprende que el poeta no hablade oídas, está narrando lo que ve a su alrededor, incluso me atrevería a decirque el poema está pensado para ser recitado, como ejercicio propio de unaacademia literaria, en presencia del mecenas, el Albano de la composición,quien, dice en el verso 15, “nos oye atento”25. El poema, como tantas otrascomposiciones suyas, está pensado para mayor alabanza de la casa de Alba, desus antepasados y descendientes.
Para Lope de Vega aquel lugar, con sus jardines, sus calles, sus artificios,sus cuadros y esculturas, representa la grandeza de su mecenas, pero también,y ésta es la repentina novedad del poema según se acerca a su final, es unaexcusa para retratar el escenario elegido por don Antonio para recordar a suamada doña Mencía, bajo el nombre poético de Flérida. En aquel paraíso po-blado de manzanos y perales, de cerezos y endrinas, de conejos y jabalíes, desabrosa pesca, el Duque había encontrado no sólo el consuelo para sus triste-zas, sino también el retiro para la vejez, el refugio del guerrero cansado:Aquí, con la venerable barba y calva,de nietos que te hereden regalado,te harán las aves destos montes salvaal claro parecer del sol dorado.En tanto, pues, que de Toledo y Albaestá en tus brazos el valor guardado,este bello jardín goce y posea,que es digno de las guardas de Medea.26Lo que comenzó siendo una detenida descripción, tan poética como plo-miza, acabará convirtiéndose en un escenario por el que pasa la existencia delDuque ante los ojos del poeta. Allí encuentra Lope para el de Alba lo queperderá muy pronto: el amor de su fiel esposa, Isabel de Urbina, muerta prema-turamente al dar a luz a la infeliz Teodora, que le seguirá poco después.Cuando Lope de Vega habla de La Abadía sabe de qué está hablando,aunque hoy día sea imposible reseñar la existencia del río Serracinos (¿tal vezpor “sarracenos”?) o debamos suponer que la sierra de Segura hace referenciaal pueblo de ese mismo nombre situado a sus faldas. Porque la realidad, en elcaso de Lope como en el de tantos otros escritores de su época, muchas vecesse confunde con la fantasía en una evidente mezcla de lo “verosímil-maravilloso”.
Para el Fénix aquel lugar representaba el locus amoenus pastoril, comolas Batuecas simbolizaba el agreste y peligroso mundo de lo arcano, a la mane-ra del de las Indias recién descubiertas. Por ello, cuando La Abadía adquieretintes de ficción literaria se confunde casi siempre con la estética propia de lapoética pastoril, ya a través de los romances pastoriles, del teatro de pastores odel género clásico por excelencia inaugurado en nuestra literatura por La Dia-na de Montemayor.La Abadía lírica representa la separación de la amada, la ausencia delamor, los conflictos de la corte ducal en un paraje inigualable. Si ya adverti-mos de esta circunstancia en el poema de la descripción de sus jardines, algoparecido encontramos en un Romance anónimo, hoy día atribuible a Lope, elque hace el nº66 del Romancero de Barcelona, fechado por la primavera de1592, y que comienza con el verso “El sol, que al dorado Tajo”. En él sospe-chamos que el Duque ha cumplido su segundo año de destierro lejos de laamada (“Ay, Siluia, que ya dos vezes/he vistas (sic) verdes espigas!”) y desdeLa Abadía, no puede ser otro el lugar, Albanio, el duque, rodeado de almen-dros y retamas, añora la presencia de su amada:Los fértiles campos miraque las sierras de Siguracorona la nieue fría.27El teatro refuerza el conflicto de los pastores en asuntos de amor, perotampoco pierde de vista los parajes del norte de Cáceres. En La pastoral deJacinto, el pastor, nacido en las orillas del Jarama, busca a su pastora en lasorillas del Tajo, cerca de las sierras de Béjar; en Los amores de Albanio eIsmenia dramatiza los desamores de esta pareja de pastores que vive en unidílico valle al servicio de un conde justiciero que debe poner paz en las dispu-tas entre Albanio y Pinardo; conflicto de amores y perdón sobre el que Lope volverá en Las Batuecas del duque de Alba y que hizo sospechar al profesorJ.M. Rozas sobre la posibilidad de que el Fénix abandonara la casa de su señor por la puerta falsa, huyendo de la corte ducal con doña Antonia Trillo de Armenta, por lo que fue acusado y procesado por amancebamiento en Madridpoco tiempo después.Yen La Arcadia, comedia embrión de la que saldrá la novela homónima,la acción transcurre entre el monte Ménalo y el Liceo, coordenada geográficay espacial que fue resuelta por uno de los más destacados conocedores delLope pastoril:La probabilidad es, pues, que el monte Ménalo, donde todos loscríticos ven una transfiguración de Alba de Tormes, sea en realidadToledo, con el que el duque estuvo vinculado. El monte Liceo, al que lospadres de Anfriso envían a éste, podría ser la finca “La Abadía”, que losAlbas poseían en los confines de Extremadura29.Por último, su novela pastoril La Arcadia representa un encendido ho-menaje a la figura de don Antonio y a la casa de Alba en general. Desde losPreliminares del relato se observa esta estrecha relación a tenor del soneto de“Anfriso a Lope de Vega”, que la crítica coincide en considerar una pruebamás del egocentrismo del autor que del ingenio poético del aristócrata30. Por suparte, Lope le regala los oídos con un extenso poema incluido en el Libro V, endonde relata el nacimiento del “heroico Albano” bajo la atenta mirada de todoslos dioses clásicos que se le vinieron a la cabeza en exagerada alabanza.Aunque publicada en 1598, La Arcadia fue escrita durante su estancia alservicio del Duque. Como señalara uno de sus editores modernos, E.S. Morby,al leer La Arcadia “...nos formamos una idea de cómo sería esa existencia, porlo menos en las horas de ocio: tertulias filosóficas, más sutiles que profundas,sobre poesía, amor, normas de belleza, psicología masculina y femenina; músi-cas, bromas, juegos, cambios de prendas; mudos diálogos sentimentales por medio de emblemas y colores simbólicos...; en suma, la existencia de una pequeña corte elegante y aislada, aunque muy al tanto de las modas, presididapor un mecenas sin gran talento propio, pero de refinado gusto, consciente delo que debe a su rango y sin necesidad de limitar sus caprichos”31.Esa corte a la que se refiere el hispanista ha sido fielmente reproducidapor R. Osuna cuando señala que “Existen en La Arcadia reflejos de lo quedebió de ser aquella compañía que rodeaba al duque don Antonio en su cortede Alba, el cual trataría de hacer más pasable la ausencia de la esposa contertulias literarias, músicas y fiestas galantes, como ya había hecho su abueloen la finca de La Abadía”.Esta novela, escrita en el destierro, es una novela de propaganda, unrelato en clave que Lope reconoce como la descripción de la corte de Albabajo los disfraces pastoriles. Si no la escribió en Alba de Tormes, sólo puedeexistir un lugar, alejado de los entresijos cortesanos, un lugar de paz y tranqui-lidad, en el que pudo escribirla o imaginarla: La Abadía cacereña.De hecho hay pasajes en el relato que inevitablemente nos obligan a lacomparación y a la identificación de la ficción con la realidad. La visita altemplo de Palas es un paseo por los jardines de La Abadía; el torneo del aguaes una evidente exageración de algún otro acontecimiento cortesano en el queLope pudo haber participado y que podemos relacionar con toda la maquinariahidráulica que existía en La Abadía y de la que dan cuenta todos sus visitantes;la cueva de Dardanio, en una de cuyas cuadras enseña a Anfriso, el duque, losmármoles que retratan a personas ilustres de Grecia, Italia y España, desdeRómulo y Remo hasta el emperador Carlos V, son muy semejantes a las escul-turas dispuestas ordenadamente en diferentes tabernáculos que adornan consus veinticuatro bustos de emperadores, consules y generales romanos las ca-lles de los jardines del Palacio...Desconocemos las razones por las cuales Lope de Vega abandonó laCasa de Alba. Espíritu inquieto, había perdido en aquel lugar a sus prendasmás amadas, y aquellos aires le traían a la memoria tan dolorosas ausencias; talvez le picaba el gusanillo de la Corte, las intrigas y los corrillos literarios, el ansia por triunfar; quizás le jugara una mala pasada su inclinación por las mujeres. El caso es que pareció tener mucha prisa en abandonar la casa, pues diopoderes a un tal don Antonio de la Fuente para que liquidara las cuentas pendientes. Y aunque no siempre se comportó con la elegancia debida hacia sugeneroso mecenas, dejó para la posteridad las páginas más hermosas escritassobre La Abadía cacereña. Ese al menos ha sido su legado.El Palacio de Sotofermoso, pues, presentaba todas las características ne-cesarias para convertirse en un lugar de encuentro cortesano: era propiedad deuno de los nobles más poderosos de la corte española, mantenía una tradiciónliteraria que le venía de lejos, era lugar de paso, itinerario imprescindible, dis-ponía de unas condiciones envidiables en cuanto al clima y a la belleza y rique-za de sus parajes, despertó muy pronto el interés de sus propietarios que nodudaron en adecentarlo y embellecerlo hasta convertirlo en un auténtico edénen el que no faltaba el más mínimo detalle.Allí se reunieron, en torno al mecenas, sus más cercanos parientes y ami-gos, en las horas de reposo y sosiego, para compartir mesa, para cazar, paraescuchar música, para leer poemas, para asistir a representaciones dramáticasy juegos cortesanos, para debatir, para bailar, en definitiva, para entretenerse.Todo ello sirvió para que este lugar perviviese en la memoria a través de laimaginación poética de autores como Garcilaso, Boscán o el mismo Lope deVega, así como a las inigualables referencias de los viajeros que hasta esosparajes se acercaron para contemplar unas maravillas que, esperemos no seaya demasiado tarde, no se las acabe llevando el tiempo en forma de las ruinasa las que tan bien cantaron los poetas del Siglo de Oro.
MIGUEL ÁNGEL TEIJEIRO FUENTES
Universidad de Extremadura
Tampoco España fue en esto una excepción; por el contrario, los escritores que El Palacio de Sotofermoso, propiedad que fuera de los duques de Alba,situado en los bellos parajes de Abadía, al norte de provincia de Cáceres,constituyó durante algún tiempo el lugar ideal, el locus amoenus, que reunióentre sus paredes a artistas destacados de nuestra cultura dorada. Entre ellos podemos rastrear la huella de algunos de los más importantes, como Garcilaso de la Vega, Boscán o el mismo Lope de Vega, todos ellos generosos en susdescripciones y recuerdos de aquellos paisajes impresionantes.
viajaron a Italia regresaron dispuestos a reivindicar aquel fenómeno social y literario de primera magnitud que venía a mitigar las estrecheces de tanto poeta dispuesto a servir a un noble para poder vivir. De este modo, desde Madrid a Zaragoza, desde Huesca a Toledo, desde Sevilla a Badajoz o Granada, proliferaron todo tipo de academias que prestigiaron la labor de muchos mecenas,por un lado, y provocaron la burla y el enfrentamiento de algunos poetas por otro. Una academia era una reunión en casa de un aristócrata en la que los presentes procuraban demostrar su ingenio y agudeza. Su duración dependía del interés del mecenas por mantenerla y, en ocasiones, desaparecían por razones ajenas a él, como nuevos cargos y responsabilidades políticas que les obligaban a trasladarse a otros lugares, largas ausencias por motivos de viaje o diplomáticos... De este modo, existieron academias de un día, creadas para conmemorar un acontecimiento político, religioso o social de primer orden,frente a aquellas otras que mantuvieron cierta periodicidad o que perduraronen el tiempo a pesar de convocarse de tarde en tarde. Los asistentes solían reunirse un día en concreto a la semana o al mes encasa del anfitrión, normalmente por la tarde o por la noche. Dicho anfitrión pertenecía a esa aristocracia que muy pronto descubrió en esta actividad un remedio para combatir el hermetismo de la corte y el aburrimiento de una vida menos combativa y más cortesana. Propuesto el orden del día, se debatía sobre un tema elegido y a partir del cual se daba rienda suelta al ingenio con las distintas composiciones poéticas que surgían al hilo del mismo y que eran leídas por el secretario. La intrascendencia del tema hace que la mayoría de los poemas compuestos en estos cenáculos carezca de interés poético, a pesar de que a ellos eran invitados los mejores ingenios de la corte, “destos que comen del sudor de sus coplas”, como señalara Salas Barbadillo en su obra el Caballero puntual (Madrid, 1614).
En otras ocasiones se realizaban disputados certámenes poéticos que coronaban a los tres mejores poetas del lugar, galardonados con un par de guantes de ámbar, alguna piedra preciosa, una bolsa de dinero, un mondadientes de plata, una banda de seda, unas medias, si la ganadora era una de las escasas mujeres que asistían a estos acontecimientos. Los participantes ocultaban su verdadera personalidad bajo seudónimos pastoriles (Albano, Cardenio, Jacinto...) o bien con aquellos otros relacionados con la filosofía imperante en el recinto poético (Secreto, Bárbaro...). De este modo, mientras el noble veía colmado su orgullo mediante su patrocinio a cambio del que recibía los más exagerados halagos de los pedigüeños, los poetas obtenían la protección de un mecenas bajo cuyo amparo procuraban vivir despreocupados de los asuntos mundanos y dedicados a la escritura.
Estas academias literarias concluían con la lectura de un vejamen, compuesto por el escritor más famoso de los allí reunidos, en el que, con tono burlón y exagerado sarcasmo, se sacaba punta no sólo al ingenio poético de las composiciones presentadas, sino también a cuestiones personales que acababan por despellejar a los presentes y provocar momentos de tensión, cuando no sonadas algaradas que podían acabar en peleas si no eran atajadas a tiempo. Si a ello unimos que los poetas enfrentados asistían a las academias acompañados de los señores que les protegían, y que éstos, también en ocasiones, no dudaban en intervenir en la disputa, no es extraño suponer que con el tiempo estas reuniones terminaran por desprestigiarse de tal manera que escritores como Lope de Vega, Calderón o Salas Barbadillo, entre otros, acabaron por censurar las abiertamente y dejaron de participar en ellas.
En definitiva, estos encuentros literarios, nacidos al amparo de la antigüedad clásica e imitados del ambiente cultural de las cortes italianas, se convirtieron en círculos polémicos y de enfrentamiento, causantes de muchos sinsabores y muestra de la escasa originalidad y de la mezquindad de los más mediocres.
La rica e inquieta Extremadura del Siglo de Oro tampoco fue ajena a esta actividad cultural, prestigiada por la talla de sus generosos mecenas. Es el caso de don Juan de Zúñiga, hombre culto, enemigo de las intrigas de la corte, que se recogió en su mansión mandada construir en Villanueva de la Serena, endonde pasaba largas temporadas dedicado a la caza y la meditación. Allí, o en sus posesiones de Zalamea de la Serena o de Brozas, compartió experiencias y conocimientos junto a un grupo de hombres insignes, entre los que destaca la compañía de Gutierre de Trejo, el doctor de la Parra, el comendador Hernán Núñez, el maestro Antonio de Nebrija, que le enseñó la lengua latina, y su joven hijo, Marcelo de Nebrija, a quien confió el hábito y la encomienda de La Puebla.
Todos ellos le acompañaron en esa academia de la Casa de los Zúñiga,y a su lado, bajo su protección, escribieron algunas de sus obras más famosas, hasta el punto de que hoy parece más que probable que el primer diccionario yla primera gramática de la lengua castellana se escribieran en Extremadura al amparo de este noble. Más al sur estaba instalada la corte de los Suárez de Figueroa, duques deFeria, situada entre las poblaciones de Zafra, Feria y Badajoz. Hablamos deuno de los núcleos culturales más destacados de la Extremadura medieval yrenacentista, no sólo por el parentesco que unía a esta nobleza con personalidades de la talla del marqués de Santillana, el infante don Juan Manuel, Jorge Manrique o el propio Garcilaso, sino también porque sus salones y estanciasfueron lugar de reunión para escritores como Gregorio Silvestre, Garci Sánchez de Badajoz, Juan de Ávila o Cristóbal de Mesa, entre otros. Gracias a su ayuda económica, Juan de Figueroa, sobrino de Diego Sánchez de Badajoz, pudo publicar la obra póstuma de éste.Recordemos también, aunque años después, la figura de don Gómez dela Rocha y Figueroa, encargado de organizar una Academia en Badajoz, encasa de don Manuel Meneses y Moscoso, Caballero de la Orden de Calatrava,a la manera de aquella otra que él había conocido en Madrid bajo la presidencia de don Melchor Fernández de León, en la Real Aduana. En Badajoz, donGómez, junto a un grupo de caballeros, en su mayor parte procedentes delmundo de la milicia y la administración (regidores, caballeros, maestres decampo...), organizaban tertulias, festejos y actividades que a veces ponían en entredicho el prestigio de sus cargos, aunque, como él mismo reconociera enalguna ocasión, “es menester salir alguna vez de juicio para no pudrirse decuerdo”.
Aquí cabría citar asimismo a don Juan Antonio de Vera y Zúñiga, condede la Roca, autor de El Embajador, entre otras obras, quien, abandonada su Mérida natal, se estableció en Sevilla, frecuentando los cenáculos literarios de la capital andaluza y ganándose la amistad de los grandes poetas de la época,algunos de los cuales no dudaron en agasajarle repetidamente, como Lope deVega o Pérez de Montalbán. La misma Sevilla en la que, años antes, otro insigne extremeño, Hernán Cortés, cansado de tanto peregrinar por la Corte para no recibir los merecimientos que correspondían a sus méritos, había decidido instalar su Academia cortesiana rodeado de amigos como Juan de Vega, Francis-co de Cobos, Pedro de Navarra, y poetas del renombre de Gutierre de Cetina oHurtado de Mendoza. La Extremadura de la nobiliaria Plasencia, con su Convento de los Frailes Predicadores de San Vicente, con su Academia de Gramática y Retórica,con su Colegio de Gramáticos, con su Colegio de Jesuitas, en donde muy probablemente se representaran las primeras tragedias de nuestro naciente teatro;la Extremadura de la devota Guadalupe, con su Monasterio presidido por unaimpresionante biblioteca que almacenaba volúmenes dedicados a todos lossaberes conocidos, con el auge de una destacada escuela de miniaturistas y elcreciente influjo de sus cátedras; la Extremadura de la burocrátrica Llerena,residencia del Tribunal del Santo Oficio, cabeza del Priorato de San Marcos deLeón, Plaza de Armas, en donde naciera Luis Zapata, el cortesano autor delCarlo famoso, y por donde corretearía caprichosa y presumida la poetisa Catalina Clara Ramírez de Guzmán, protagonista de todas las veladas literarias quetenían lugar en aquella localidad...7* * * * *La nobleza, en general, se había adaptado a los nuevos modos instaladosen las cortes europeas, aquellos que sitúan los límites entre la época medievaly la renacentista, esto es, entre el mundo de la guerra y el de la cortesanía.Ahora se le exige a un buen cortesano que no sólo sepa utilizar con maestría lasarmas, sino que además domine las materias relacionadas con la vida de lospalacios. Los nobles se interesan por la cultura, creando sus propias bibliote-cas en las que abundan aquellos códices comprados en Italia tanto en la lengualatina como en la griega, síntoma de cultura; también practican los modos cor-teses y no dudan en leer con devoción aquellos tratados que les enseñan acomportarse en sociedad, como El Cortesano de Castiglione, traducido al cas-tellano por uno de nuestros más insignes poetas, Juan Boscán, del que hablare-mos más adelante como representación ejemplar de la tradición cultural de losAlba.Si esto era así, qué duda cabe que una de las familias que mejor y másrápidamente se incorporó a los nuevos usos fue aquella que muy pronto repre-sentó también a la aristocracia de más rancio abolengo: la casa de Alba. Apesar de que don Fadrique, uno de sus descendientes más famosos, no fue unhombre especialmente letrado ni inclinado a la lectura, supo pronto de la im-portancia de rodearse de los hombres de letras y por ello quiso que su nieto donFernando recibiera una completa educación no sólo en el brillo de las armas,de las que haría alarde en Europa y norte de África demostrando su valor, sinotambién en el conocimiento de las letras.Desde muy niño, don Fernando Álvarez de Toledo mostró un gran inte-rés por las letras, que fomentó no sólo en la actividades realizadas en su residencia de Alba de Tormes, sino también durante su estancia en Flandes, en surelación con Arias Montano y los teólogos que preparaban la Biblia Políglota,y, en general, durante su vida militar, acompañado de esa corte de poetas-sol-dados, con Garcilaso en la primera línea, que defendían los ideales del imperiode Carlos V. Como señala J. Pérez de Guzmán “...del núcleo de aquella casahabía de salir la legión reformadora a cuya cabeza se colocaría Garcilaso de laVega, Juan Boscán de Almogávar, el embajador Diego Hurtado de Mendoza,el caballero aragonés D. Hierónimo de Urrea y el caballero castellanoD. Hernando de Acuña, el aventurero andaluz Gutiérre de Cetina y todos lospadres del nuevo Pindo, que habían de dar forma definitiva al genio poético deEspaña”8.No fueron éstos los únicos que se aprovecharon de las inquietudes cultu-rales de la Casa de Alba. Como ya subrayara J. Lihani9, es muy probable que eldramaturgo extremeño Bartolomé de Torres Naharro formara parte de un gru-po de jóvenes estudiantes de las aulas salmantinas -entre los que se encontra-rían también Lucas Fernández, Gil Vicente y Sánchez de Badajoz-, tan intere-sados por la actividad dramática, que Juan de la Encina se encargaba dereclutarlos como actores cuando iba a representar alguna de sus églogas en elpalacio ducal, que bien pudiera ser en cualquiera otra de sus propiedades re-partidas por aquella comarca.Estas casas solariegas, pensadas para el entretenimiento y el recreo, esta-ban enclavadas en los lugares más estratégicos y servían de refugio a lasmezquindades y entresijos de la corte.
En ese retiro deseado en el campo, con ese toque humanístico consistente en el menosprecio de la corte y la alabanzade la aldea, encontraban la paz y la tranquilidad necesarias para disfrutar detodas las actividades referidas al cultivo del cuerpo y del espíritu. Allí disfruta-ban de la caza, pasatiempo cortesano de primer orden, y motivo de interés sitenemos en cuenta el elevado número de tratados sobre esta materia, desde elLibro de la caza de López de Ayala hasta el Libro de Cetrería de nuestro paisano Luis Zapata. Los nobles buscaban en aquellos lugares el disfrute de estosratos de descanso, bien enfrascados en la caza mayor, bien en la cetrería o en lacaza menor. Jabalíes y ciervos constituían las presas más delicadas y codiciadas, y en su búsqueda recorrían los montes y los bosques, los campos y lasdehesas. Las tardes, más relajadas, con diversiones y debates, enigmas y concursos, juegos y paseos, daban paso a aquellas actividades nocturnas que en formade bailes, pasatiempos, momos y demás espectáculos, incluido el teatro, lespermitían disfrutar de una existencia alejada de las obligaciones cotidianas.Así se explica la importancia concedida a los jardines y parques, a los laberin-tos y huertas, desde Aranjuez al Pardo o El Retiro, concebidos y diseñados porjardineros flamencos o franceses.De este modo nacieron verdaderas academias “rurales”, invitándose a suhospedaje a todos aquellos que participaban de la vida cotidiana del mecenaz-go, ya familiares, ya amigos. Podemos hablar así de La Florida de D. PedroLópez de Portocarrero, en Sevilla, La Huerta del duque de Lerma, en Madrid,La Burlada del obispo de Pamplona don Antonio Venegas, La Heredad delconde de Salinas, junto al Duero, El Bosque de los de Béjar, y cruzando lafrontera la Quinta de Santa Cruz, fundada en 1560, cerca de Oporto, por elobispo D. Rodrigo Pinheyro, La Tapada de los duques de Braganza, que aco-gió a los poetas portugueses de moda, Sá de Miranda y Bernardino Ribeiro,junto a otros castellanos como Feliciano de Silva o Núñez de Reinoso10.* * * * *Y es aquí donde aparece el motivo de mi intervención, el lugar que va aconvertirse en centro también de la actividad cultural y lúdica de la casa deAlba, aquel entre cuyas paredes se reunieron en ocasiones los hombres másilustres del momento. Me refiero, como es obvio, a Abadía, en donde se alza elPalacio de los duques de Alba, también conocido como el Palacio deSotofermoso11, otorgado al conde de Alba en el año de 1444 por el rey Juan IIen pago por la ayuda prestada en su lucha contra los Infantes de Aragón.
¿Qué representó La Abadía para el Duque y sus amigos? Un evidente lugar de reunión y distración, de encuentro y pasatiempo, de alojamiento ydisfrute. Un lugar que sirvió para acoger entre sus muros a los visitantes másegregios, desde los Reyes Católicos, con motivo del matrimonio de su hijadoña Isabel con el rey don Manuel de Portugal en el año 1497, y que, una vezconocido, le encantó tanto que repitió sus estancia años después, recomendándoselo a su hija doña Juana, y el impaciente Felipe II cuando viajó hasta allí alencuentro de la que sería su esposa, doña María de Portugal. Hasta allí veníanmonarcas y príncipes buscando la tranquilidad que no hallaban en la Corte,disfrutando de la paz y también del divertimento si tenemos en cuenta las noti-cias que nos ofrece Bartolomé de Villalva y Estaña en su libro El PelegrinoCurioso, cuando señala que “...hay en el tal soto dos o tres mil corzos y muchosvenados, algunos gamos y jabalíes, muchos conejos y liebres, de lo cual sontestigos los cortesanos que allí suelen ir a recreo, lo cual todo tiene a su cargoun caballero”12.Era aquel lugar, lugar de paso, un impresionante y paradisíaco vergel,tan famoso que el propio Luis Zapata en su Miscelánea, libro en el que nodudó en encarecer las bondades de otras poblaciones extremeñas (“el mejormercado franco” el de Llerena, “el mejor molino” el de Guadalupe, “la mejordehesa” la de la Serena, “la fruta más temprana” la de Plasencia, “el puentemás admirable” el de Alcántara...), señalaba que “La mejor huerta la del Abadía del duque de Alba”13.“Es indudable, como señala Lozano Bartolozzi, que el jardín es un símbolo de prestigio y de búsqueda de concreción de la fama del autor, don Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, tercer duque de Alba(1507-1582), quereunía las intenciones de una figura típica del renacimiento: crear un contextoheroico en un lugar apartado, que exaltara con alegorías y analogías su perso-nalidad. Un contexto reflejo de su cultura intelectual, donde fantasía, caprichoy naturaleza se interrelacionan”.
Es muy probable que entre aquellos muros, los Alba disfrutaran de la compañía de amigos e invitados, acogidos con franca hospitalidad por la calidad de los mismos, en una especie de Parnaso idílico. Allí estuvo Juan Boscán,el poeta de los sonetos endecasílabos, ayo de don Fernando, como confirmanlos testimonios de amigos como Garcilaso o Marineo Sículo. A mí me interesa,sin embargo, la divertida anécdota que recoge Francesillo de Zúñiga en suCrónica burlesca del Emperador Carlos V, cuando describe:Carta para la reina de Francia doña Leonor: Diréis al Duque deAlba que su nieto me ha hecho media copla, y como el Marqués deVillafranca la oyó, dijo a grandes voces a Boscán: –¡Cuánto os debemosla Casa de Alba, puesto que a nuestro mayorazgo habéis hecho trovador.15Aunque Boscán regresó a Barcelona tras asistir a las bodas del empera-dor Carlos V, manteniendo una estrecha relación con la Casa de Alba y reci-biendo de ella todo tipo de generosos detalles por los servicios prestados, en suproducción poética podemos rastrear vivos ejemplos de esa concepción deacademia literaria que muy probablemente celebrarían en aquel lugar ideal.Así, por ejemplo, en su poesía titulada “Villancico del mismo (Boscán) y de Garcilaso de la Vega a don Luis de la Cueva porque bailó en palacio con unadama que llamavan La Páxara”16, nos encontramos con una composición amanera de competencia poética llena de ingenio en la que, por este orden, elDuque de Alba, Garcilaso, el Prior de San Juan, Boscán, don Fernando Álvarezde Toledo, el Clavero de Alcántara, don Luis Osorio, don García de Toledo,don Gutierre López de Padilla y, por último, el marqués de Villafranca, com-pusieron una estrofa de contenido burlesco sobre tan liviano asunto que, pare-ce muy plausible, sea un divertido ejercicio compuesto para una lectura con-certada.Seguramente, este grupo de personajes, unidos por su afición a la poesíay a la diversión cortesana, se reunieron en más de una ocasión en torno a losjardines del palacio de Sotofermoso, en donde pasarían temporadas enteras.No resulta extraño por ello que el citado Villalva y Estaña en su libro de anéc-dotas viajeras advierta que entre las extraordinarias imágenes que asaltan al visitante cuando contempla las excelencias del lugar se encuentre una fuentedonde “estaba Boscán con las uvas que había cogido y de frente el cancerberocon sus tres cabezas, subtilidad bastante para desfalcar hasta parte del cansancio que nuestro peregrino llevaba”. Si la referencia de nuestro Curioso Peregrino no es falsa, ¿acaso se laconstataría en el lugar el acompañante que guiaba sus pasos y le explicaba loque veía?, estaríamos ante una evidente identificación entre La Abadía y Boscán,hasta el punto de que el duque de Alba habría introducido un homenaje eviden-te al amigo en forma de recuerdo en mármol. No sería el primer homenajereconocido. También la figura de Garcilaso de la Vega vaga por aquellos para-jes en forma de reconocimiento público.Cuando Lope de Vega escribe su poema “Descripción de “La Abadía”,jardín del duque de Alba”, del que hablaremos a continuación, no duda enatribuirle a aquel escenario la calidad del Parnaso, al que también acuden nu-merosos poetas que dan lustre al lugar. Y señala entre el final de una octava yel comienzo de la siguiente:¡Oh gran caballo!, vuestro curso enfrene,pues tantos van al agua del olvido,el espíritu vivo de aquel Laso,que vive en vos por milagroso caso.Que el intento mayor del gran Fernando,por quien su fama censo al tiempo niega,fue hacer este Parnaso, fabricandosepulcro a Garcilaso de la Vega.18Quieren decir estos versos que aquellos vergeles cacereños fueron le-vantados como homenaje en recuerdo del poeta toledano tan estrechamente vinculado a aquella corte. Mucho debió agradecer Garcilaso a la familia de losAlba las numerosas muestras de amistad y solidaridad que le demostraron a lolargo de su corta existencia, en algunos casos incluso a riego de ganarse laenemistad del mismo Emperador. Tantas pruebas de lealtad fueron correspon-didas por el poeta en su obra. La Elegía Primera va dedicada a don Fernandocon motivo de la muerte de su hermano Bernardino, ocurrida a su regreso de laexpedición de Túnez en 1535; la Égloga Primera la dirige a don Pedro deToledo, tío del Duque, el mismo que le había armado caballero en Pamplonaen 1523 y que lo llevó en su corte hasta Nápoles, donde fue Virrey; y la ÉglogaSegunda encierra un encendido elogio a don Fernando, e incluso hay quienesquieren ver detrás del personaje del pastor Albanio la figura del aristócrata...Aunque la existencia de Garcilaso fue tan tormentosa que apenas si resi-dió en España por temporadas, todo hace suponer que su estrecha vinculacióna la casa de Alba le llevaría también a disfrutar de La Abadía. Así parecenconstatarlo buena parte de los estudiosos quienes, con el hispanista W.F. Kinga la cabeza, no dudan en señalar que “Aproximadamente contemporánea (“a laacademia de Fernando Colón en Sevilla”) es la llamada “academia doméstica”de la Abadía, cerca del Tormes, de los Duques de Alba, formada por los ami-gos del joven Duque Fernando, y entre cuyos asistentes se contaba a vecesGarcilaso”19.* * * * *Como quiere otro de los clásicos del tema de las academias en España, J.Sánchez, años después “La Abadía cambió de nombre a La Arcadia, y la famo-sa obra de Lope de Vega de este nombre, publicada en 1598, es una síntesis dela vida literaria e íntima de las reuniones del Duque de Alba”20.Lope entró al servicio de don Antonio, el joven duque de Alba, a media-dos de 1591. Por entonces, el Fénix servía en Toledo al marqués de Malpica.Sin embargo, en el verano de 1591 el duque de Alba se encontraba en Novés, localidad toledana cercana a Torrijos, por asuntos de negocio o con motivo delfallecimiento de don Antonio de Padilla, señor de Novés; entre los muchospersonajes que componían su cortejo se encontraba ya Lope de Vega, en calidad de “gentilhombre”, pues como “secretario” nunca figura citado en los archivos de la Casa. R. Osuna22tiene la sospecha de que en este viaje la comitivase detuvo tanto a la ida como a la vuelta en La Abadía, la primera vez que elFénix tomó contacto con el lugar.Era el Duque hijo de don Diego Álvarez de Toledo y de doña Brianda deBeaumont. Había nacido en Lerín (Navarra) en 1568 y moriría en 1639, siendoenterrado en Alba de Tormes. Era un joven de blanda condición y amante de lavida cortesana, que tuvo que vérselas con su tío y tutor, don Hernando de Toledo,quien procurando para él un matrimonio conveniente acabó provocando sinquererlo un auténtico escándalo que llevó a su sobrino a ser encerrado porFelipe II en el castillo de la Mota de Medina, acusado de bígamo por contraermatrimonio con doña Catalina Enríquez, hija del duque de Alcalá, y con la quefinalmente sería su mujer, doña Mencía de Mendoza, hija del duque delInfantado.Esta circunstancia explica que Lope fuese muy bien recibido en aquellacorte si tenemos en cuenta que ambos, protector y protegido, eran almas geme-las y corrían semejante destino, pues los dos estaban desterrados a causa deuna mujer.Allí, en esa Corte, se encontraban también o se fueron incorporandocon el tiempo el médico Enrico Jorge Anríquez, el músico Juan Blas de Castro,Jerónimo de Arceo, y los poetas Pedro de Medina Medinilla, Liñán de Riaza yDiego de Mendoza, entre otros.Lope, al amparo del Duque, disfrutando de la tranquilidad que le ofrecíael campo y la amorosa compañía de Isabel de Urbina, además de imaginar laComedia Nueva que desarrollaría poco después, como quiere el profesor Ca-ñas Murillo23, escribió algunas de sus obras dramáticas (El favor agradecido,El maestro de danzar, El leal criado, Laura perseguida, La Arcadia, Los amores de Albano e Ismenia, Las Batuecas del duque de Alba...), un buen númerode romances (“Sobre unas tajadas rocas”, “Vestido de gabán leonado”, “Bajolas escasas sombras”, “Mirando un corriente río”, “Albanio un pastor de Tirse”,y a buen seguro algunos otros24), algunas composiciones en verso, como lacitada descripción de La Abadía o la Elegía a la muerte de don Diego deToledo, atribuida también a Pedro de Medina Medinilla, y una de sus novelasmás destacada, La Arcadia.Que Lope de Vega estuvo en La Abadía parece evidente; que aquellosparajes le proporcionaron material para sus composiciones resulta innegable;que entre aquellos muros, rodeado de aquel locus amoenus, compuso algunasde sus obras es más que plausible. Él era así. Todo lo que veía o descubría seconvertía de inmediato en motivo argumental, en una mezcla perfecta de viday ficción. Además, su estancia allí le permitió recorrer otros lugares de esaExtremadura dorada, desde Coria a Plasencia, desde la Vera a Trujillo, re-creando historias como Los Chaves de Villalba, La contienda de Diego Garcíade Paredes, La serrana de la Vera, Las sierras de Guadalupe o Las Batuecasdel Duque de Alba...Pero la evidencia más destacada surge de la lectura de su poema en octa-vas titulado “Descripción de La Abadíá, jardín del duque de Alba”, en el querecrea con todo lujo de detalles las excelencias de aquel lugar para el que noregatea elogios (“la octava de las siete maravillas”, “paraíso...pequeño”,“Parnaso”...). De la lectura de estos versos se desprende que el poeta no hablade oídas, está narrando lo que ve a su alrededor, incluso me atrevería a decirque el poema está pensado para ser recitado, como ejercicio propio de unaacademia literaria, en presencia del mecenas, el Albano de la composición,quien, dice en el verso 15, “nos oye atento”25. El poema, como tantas otrascomposiciones suyas, está pensado para mayor alabanza de la casa de Alba, desus antepasados y descendientes.
Para Lope de Vega aquel lugar, con sus jardines, sus calles, sus artificios,sus cuadros y esculturas, representa la grandeza de su mecenas, pero también,y ésta es la repentina novedad del poema según se acerca a su final, es unaexcusa para retratar el escenario elegido por don Antonio para recordar a suamada doña Mencía, bajo el nombre poético de Flérida. En aquel paraíso po-blado de manzanos y perales, de cerezos y endrinas, de conejos y jabalíes, desabrosa pesca, el Duque había encontrado no sólo el consuelo para sus triste-zas, sino también el retiro para la vejez, el refugio del guerrero cansado:Aquí, con la venerable barba y calva,de nietos que te hereden regalado,te harán las aves destos montes salvaal claro parecer del sol dorado.En tanto, pues, que de Toledo y Albaestá en tus brazos el valor guardado,este bello jardín goce y posea,que es digno de las guardas de Medea.26Lo que comenzó siendo una detenida descripción, tan poética como plo-miza, acabará convirtiéndose en un escenario por el que pasa la existencia delDuque ante los ojos del poeta. Allí encuentra Lope para el de Alba lo queperderá muy pronto: el amor de su fiel esposa, Isabel de Urbina, muerta prema-turamente al dar a luz a la infeliz Teodora, que le seguirá poco después.Cuando Lope de Vega habla de La Abadía sabe de qué está hablando,aunque hoy día sea imposible reseñar la existencia del río Serracinos (¿tal vezpor “sarracenos”?) o debamos suponer que la sierra de Segura hace referenciaal pueblo de ese mismo nombre situado a sus faldas. Porque la realidad, en elcaso de Lope como en el de tantos otros escritores de su época, muchas vecesse confunde con la fantasía en una evidente mezcla de lo “verosímil-maravilloso”.
Para el Fénix aquel lugar representaba el locus amoenus pastoril, comolas Batuecas simbolizaba el agreste y peligroso mundo de lo arcano, a la mane-ra del de las Indias recién descubiertas. Por ello, cuando La Abadía adquieretintes de ficción literaria se confunde casi siempre con la estética propia de lapoética pastoril, ya a través de los romances pastoriles, del teatro de pastores odel género clásico por excelencia inaugurado en nuestra literatura por La Dia-na de Montemayor.La Abadía lírica representa la separación de la amada, la ausencia delamor, los conflictos de la corte ducal en un paraje inigualable. Si ya adverti-mos de esta circunstancia en el poema de la descripción de sus jardines, algoparecido encontramos en un Romance anónimo, hoy día atribuible a Lope, elque hace el nº66 del Romancero de Barcelona, fechado por la primavera de1592, y que comienza con el verso “El sol, que al dorado Tajo”. En él sospe-chamos que el Duque ha cumplido su segundo año de destierro lejos de laamada (“Ay, Siluia, que ya dos vezes/he vistas (sic) verdes espigas!”) y desdeLa Abadía, no puede ser otro el lugar, Albanio, el duque, rodeado de almen-dros y retamas, añora la presencia de su amada:Los fértiles campos miraque las sierras de Siguracorona la nieue fría.27El teatro refuerza el conflicto de los pastores en asuntos de amor, perotampoco pierde de vista los parajes del norte de Cáceres. En La pastoral deJacinto, el pastor, nacido en las orillas del Jarama, busca a su pastora en lasorillas del Tajo, cerca de las sierras de Béjar; en Los amores de Albanio eIsmenia dramatiza los desamores de esta pareja de pastores que vive en unidílico valle al servicio de un conde justiciero que debe poner paz en las dispu-tas entre Albanio y Pinardo; conflicto de amores y perdón sobre el que Lope volverá en Las Batuecas del duque de Alba y que hizo sospechar al profesorJ.M. Rozas sobre la posibilidad de que el Fénix abandonara la casa de su señor por la puerta falsa, huyendo de la corte ducal con doña Antonia Trillo de Armenta, por lo que fue acusado y procesado por amancebamiento en Madridpoco tiempo después.Yen La Arcadia, comedia embrión de la que saldrá la novela homónima,la acción transcurre entre el monte Ménalo y el Liceo, coordenada geográficay espacial que fue resuelta por uno de los más destacados conocedores delLope pastoril:La probabilidad es, pues, que el monte Ménalo, donde todos loscríticos ven una transfiguración de Alba de Tormes, sea en realidadToledo, con el que el duque estuvo vinculado. El monte Liceo, al que lospadres de Anfriso envían a éste, podría ser la finca “La Abadía”, que losAlbas poseían en los confines de Extremadura29.Por último, su novela pastoril La Arcadia representa un encendido ho-menaje a la figura de don Antonio y a la casa de Alba en general. Desde losPreliminares del relato se observa esta estrecha relación a tenor del soneto de“Anfriso a Lope de Vega”, que la crítica coincide en considerar una pruebamás del egocentrismo del autor que del ingenio poético del aristócrata30. Por suparte, Lope le regala los oídos con un extenso poema incluido en el Libro V, endonde relata el nacimiento del “heroico Albano” bajo la atenta mirada de todoslos dioses clásicos que se le vinieron a la cabeza en exagerada alabanza.Aunque publicada en 1598, La Arcadia fue escrita durante su estancia alservicio del Duque. Como señalara uno de sus editores modernos, E.S. Morby,al leer La Arcadia “...nos formamos una idea de cómo sería esa existencia, porlo menos en las horas de ocio: tertulias filosóficas, más sutiles que profundas,sobre poesía, amor, normas de belleza, psicología masculina y femenina; músi-cas, bromas, juegos, cambios de prendas; mudos diálogos sentimentales por medio de emblemas y colores simbólicos...; en suma, la existencia de una pequeña corte elegante y aislada, aunque muy al tanto de las modas, presididapor un mecenas sin gran talento propio, pero de refinado gusto, consciente delo que debe a su rango y sin necesidad de limitar sus caprichos”31.Esa corte a la que se refiere el hispanista ha sido fielmente reproducidapor R. Osuna cuando señala que “Existen en La Arcadia reflejos de lo quedebió de ser aquella compañía que rodeaba al duque don Antonio en su cortede Alba, el cual trataría de hacer más pasable la ausencia de la esposa contertulias literarias, músicas y fiestas galantes, como ya había hecho su abueloen la finca de La Abadía”.Esta novela, escrita en el destierro, es una novela de propaganda, unrelato en clave que Lope reconoce como la descripción de la corte de Albabajo los disfraces pastoriles. Si no la escribió en Alba de Tormes, sólo puedeexistir un lugar, alejado de los entresijos cortesanos, un lugar de paz y tranqui-lidad, en el que pudo escribirla o imaginarla: La Abadía cacereña.De hecho hay pasajes en el relato que inevitablemente nos obligan a lacomparación y a la identificación de la ficción con la realidad. La visita altemplo de Palas es un paseo por los jardines de La Abadía; el torneo del aguaes una evidente exageración de algún otro acontecimiento cortesano en el queLope pudo haber participado y que podemos relacionar con toda la maquinariahidráulica que existía en La Abadía y de la que dan cuenta todos sus visitantes;la cueva de Dardanio, en una de cuyas cuadras enseña a Anfriso, el duque, losmármoles que retratan a personas ilustres de Grecia, Italia y España, desdeRómulo y Remo hasta el emperador Carlos V, son muy semejantes a las escul-turas dispuestas ordenadamente en diferentes tabernáculos que adornan consus veinticuatro bustos de emperadores, consules y generales romanos las ca-lles de los jardines del Palacio...Desconocemos las razones por las cuales Lope de Vega abandonó laCasa de Alba. Espíritu inquieto, había perdido en aquel lugar a sus prendasmás amadas, y aquellos aires le traían a la memoria tan dolorosas ausencias; talvez le picaba el gusanillo de la Corte, las intrigas y los corrillos literarios, el ansia por triunfar; quizás le jugara una mala pasada su inclinación por las mujeres. El caso es que pareció tener mucha prisa en abandonar la casa, pues diopoderes a un tal don Antonio de la Fuente para que liquidara las cuentas pendientes. Y aunque no siempre se comportó con la elegancia debida hacia sugeneroso mecenas, dejó para la posteridad las páginas más hermosas escritassobre La Abadía cacereña. Ese al menos ha sido su legado.El Palacio de Sotofermoso, pues, presentaba todas las características ne-cesarias para convertirse en un lugar de encuentro cortesano: era propiedad deuno de los nobles más poderosos de la corte española, mantenía una tradiciónliteraria que le venía de lejos, era lugar de paso, itinerario imprescindible, dis-ponía de unas condiciones envidiables en cuanto al clima y a la belleza y rique-za de sus parajes, despertó muy pronto el interés de sus propietarios que nodudaron en adecentarlo y embellecerlo hasta convertirlo en un auténtico edénen el que no faltaba el más mínimo detalle.Allí se reunieron, en torno al mecenas, sus más cercanos parientes y ami-gos, en las horas de reposo y sosiego, para compartir mesa, para cazar, paraescuchar música, para leer poemas, para asistir a representaciones dramáticasy juegos cortesanos, para debatir, para bailar, en definitiva, para entretenerse.Todo ello sirvió para que este lugar perviviese en la memoria a través de laimaginación poética de autores como Garcilaso, Boscán o el mismo Lope deVega, así como a las inigualables referencias de los viajeros que hasta esosparajes se acercaron para contemplar unas maravillas que, esperemos no seaya demasiado tarde, no se las acabe llevando el tiempo en forma de las ruinasa las que tan bien cantaron los poetas del Siglo de Oro.
MIGUEL ÁNGEL TEIJEIRO FUENTES
Universidad de Extremadura
FUENTE:
http://www.dip-badajoz.es/publicaciones/reex/rcex_2_2003/estudios_03_rcex_2_2003.pdf