Pocas ciudades europeas, probablemente ninguna, han visto pasar por su historia tanta devastación.
En la existencia de Badajoz se tienen acreditados hasta 20 asedios, 20 estados de sitio.
Desde que la ciudad fuera fundada por un guerrillero levantisco, cristianos, musulmanes, ingleses, españoles, austriacos, irlandeses, portugueses, holandeses, golpistas y tropas africanas han hecho de esta ciudad un eterno caer y volver a levantar. Destruir y volver a construir. Arruinar y volver a crear. Despoblar. Pobre Badajoz.
Con motivo de las guerras napoleónicas, en 1812, el ejército inglés asedia, una vez más, y toma Badajoz el 7 de abril.
Al éxito militar le siguieron saqueos en masa y desórdenes mientras los casacas rojas se emborrachaban, y pasaron unas 72 horas hasta que el orden fue completamente restaurado. Entre los civiles que consiguieron sobrevivir estaban Juana María de los Dolores de León, futura mujer del general Harry Smith, y su hermana.
Cuando llegó finalmente la mañana del 7 de abril, se reveló el horror de la matanza que rodeaba toda la muralla. Los cuerpos fueron apilados y la sangre discurría como ríos en las zanjas y trincheras. Cuando vio la destrucción y la masacre, Sir Arthur Wellesley lloró amargamente y maldijo al Parlamento Británico por concederle tan pocos recursos y soldados. El asalto y las escaramuzas anteriores habían causado en el bando aliado unas 4.800 bajas. La élite de la División Ligera había salido muy dañada, perdiendo un 40% de sus hombres. El asalto fue, sin embargo, un éxito, Wellesley había asegurado la frontera hispano-portuguesa.
La descripción que hace William Grattam de los temidos Connaught Rangers no deja lugar a dudas sobre la bárbara actuación de los soldados ingleses al entrar en la ciudad:
Desvalijaron las tiendas; primero un grupo, que tomó los mejores artículos, luego otro, que pensaba que se había hecho rico cogiendo lo que había sido despreciado por sus predecesores; luego otro, y otro más hasta que no quedaba ni una sola cosa. Unas pocas horas fueron suficientes. La noche caía y entonces sucedió algo que pocas veces un escritor se ha visto obligado a describir. Todos los insultos, hasta la última infamia que la invención humana ha imaginado se perpetraron allí. El día siguiente, el 8 de abril, también fue un día de terror para los desgraciados habitantes de Badajoz; los soldados sin control y absolutamente borrachos no respetaron la vida de nadie, no importaba ni su rango ni su sexo. Si entraban en una casa que no había sido saqueada procedían a destruirlo todo; o, si ya estaba vacía, se ponían a disparar contra las puertas, las ventanas, los habitantes o incluso entre ellos mismos. Luego salían a las calles y disparaban contra las campanas de las iglesias, o contra las palomas y las lechuzas que poblaban las torres de la ciudad. Luego empezaron a disparar contra sus camaradas y muchos fueron asesinados para arrebatarles el botín. Morían a manos de aquellos que unas pocas horas antes hubieran arriesgado sus vidas para protegerles en el asalto a la brecha. Luego arremetieron contra las indefensas mujeres y les arrancaron las baratijas que adornaban sus cuellos, dedos y orejas. Finalmente las despojaron de sus ropas y cometieron todo tipo de excesos.
Parece que sobre Badajoz recayó desde los primeros días de su existencia la maldición de Tántalo.
En la existencia de Badajoz se tienen acreditados hasta 20 asedios, 20 estados de sitio.
Desde que la ciudad fuera fundada por un guerrillero levantisco, cristianos, musulmanes, ingleses, españoles, austriacos, irlandeses, portugueses, holandeses, golpistas y tropas africanas han hecho de esta ciudad un eterno caer y volver a levantar. Destruir y volver a construir. Arruinar y volver a crear. Despoblar. Pobre Badajoz.
Con motivo de las guerras napoleónicas, en 1812, el ejército inglés asedia, una vez más, y toma Badajoz el 7 de abril.
Al éxito militar le siguieron saqueos en masa y desórdenes mientras los casacas rojas se emborrachaban, y pasaron unas 72 horas hasta que el orden fue completamente restaurado. Entre los civiles que consiguieron sobrevivir estaban Juana María de los Dolores de León, futura mujer del general Harry Smith, y su hermana.
Cuando llegó finalmente la mañana del 7 de abril, se reveló el horror de la matanza que rodeaba toda la muralla. Los cuerpos fueron apilados y la sangre discurría como ríos en las zanjas y trincheras. Cuando vio la destrucción y la masacre, Sir Arthur Wellesley lloró amargamente y maldijo al Parlamento Británico por concederle tan pocos recursos y soldados. El asalto y las escaramuzas anteriores habían causado en el bando aliado unas 4.800 bajas. La élite de la División Ligera había salido muy dañada, perdiendo un 40% de sus hombres. El asalto fue, sin embargo, un éxito, Wellesley había asegurado la frontera hispano-portuguesa.
La descripción que hace William Grattam de los temidos Connaught Rangers no deja lugar a dudas sobre la bárbara actuación de los soldados ingleses al entrar en la ciudad:
Desvalijaron las tiendas; primero un grupo, que tomó los mejores artículos, luego otro, que pensaba que se había hecho rico cogiendo lo que había sido despreciado por sus predecesores; luego otro, y otro más hasta que no quedaba ni una sola cosa. Unas pocas horas fueron suficientes. La noche caía y entonces sucedió algo que pocas veces un escritor se ha visto obligado a describir. Todos los insultos, hasta la última infamia que la invención humana ha imaginado se perpetraron allí. El día siguiente, el 8 de abril, también fue un día de terror para los desgraciados habitantes de Badajoz; los soldados sin control y absolutamente borrachos no respetaron la vida de nadie, no importaba ni su rango ni su sexo. Si entraban en una casa que no había sido saqueada procedían a destruirlo todo; o, si ya estaba vacía, se ponían a disparar contra las puertas, las ventanas, los habitantes o incluso entre ellos mismos. Luego salían a las calles y disparaban contra las campanas de las iglesias, o contra las palomas y las lechuzas que poblaban las torres de la ciudad. Luego empezaron a disparar contra sus camaradas y muchos fueron asesinados para arrebatarles el botín. Morían a manos de aquellos que unas pocas horas antes hubieran arriesgado sus vidas para protegerles en el asalto a la brecha. Luego arremetieron contra las indefensas mujeres y les arrancaron las baratijas que adornaban sus cuellos, dedos y orejas. Finalmente las despojaron de sus ropas y cometieron todo tipo de excesos.
Parece que sobre Badajoz recayó desde los primeros días de su existencia la maldición de Tántalo.
FUENTE: losarapiles.com // wikipedia