La Real Dehesa de la Serena

Antiguo territorio de la provincia de Badajoz, que formó durante el Antiguo Régimen un partido llamado de la Serena, con capital en Villanueva de la Serena, del que formaban parte 18 villas (además de Villanueva, Benquerencia, Cabeza del Buey, Campanario, Castuera, Esparragosa de la Serena, Esparragosa de Lares, Higuera, La Guarda, La Haba, La Coronada, Magacela, Malpartida, Monterrubio, Quintana, Sancti-Spíritus, Valle de la Serena y Zalamea). Ocupada durante la Edad Media a los moros por los caballeros de la Orden de Alcántara, fue cedida por los reyes a la Mesa Maestral de la Orden. A los pueblos situados en su demarcación se les fijaron sus correspondientes dehesas boyales, ejidos y baldíos para su aprovecho comunal. Además, otros fragmentos se convirtieron en encomiendas (Castilnovo, Adelfa, Portugalesa, Almorchón, etc.), que fueron entregadas a caballeros distinguidos para su disfrute particular. Incorporado el maestrazgo de la Orden a la Corona, pasó a denominarse Real Dehesa. Desde siempre destacó la gran calidad de sus pastos que los hacían muy apetecibles para los grandes rebaños trashumantes. El aumento de la población de los pueblos hizo que solicitasen más tierras para el pastaje del ganado y la labor. De esta forma obtuvieron el baldiaje (desde el 16 de marzo al 16 de octubre) de parte de los millares que constituían la Real Dehesa.



A mediados del siglo XVIII, las necesidades económicas de la Corona llevaron a que la atención real se fijase en esta importante finca. Con permiso papal, necesario al tratarse de una propiedad de la Orden de Alcántara, se procedió por parte de Felipe V a su enajenación. Sin embargo, el baldiaje gravaba la rentabilidad de la dehesa e impedía conseguir buenos precios en los remates. Por ello, a fin de obtener mejor postor, se redujo el baldiaje en un mes; pero a cambio (Concordia de 1744) los vecinos obtenían un nuevo derecho, las terceras partes. De esta forma, a lo largo de varias décadas, ya en los reinados de Fernando VI y sucesores, se produjo la venta de los millares de la dehesa. En la compra intervinieron todos aquellos ganaderos que tenían medios, tanto particulares (marqués de Perales, marqués de los Llamos, conde de Superunda, marqués de Iturbieta, señor de Rubianes, Manuel Godoy, etc.), como instituciones (Monasterio del Escorial, Monjas Descalzas Reales, etc.). El disfrute de estas propiedades fue siempre conflictivo, tanto por la resistencia de sus nuevos dueños a respetar los derechos de los pueblos (baldiaje y terceras partes), como por los propios enfrentamientos entre los vecinos a la hora de proceder al disfrute comunal. Los grandes ganaderos, miembros de las oligarquías locales, trataban de monopolizar el disfrute de sus ricos pastos. El inicio de la Reforma Agraria Liberal supuso el principio del fin de aquellas servidumbres tradicionales.

Ya el decreto de Cortes de 8 de junio de 1813, que permitía el cerramiento de las fincas particulares, sentó la base legal que permitió a los propietarios comenzar a ignorar los derechos vecinales. Sin embargo, el tema no estaba suficientemente claro y los pleitos menudearon. Pero el avance irresistible del individualismo liberal hacía que el proceso de desaparición de aquellas servidumbres fuera imparable. A pesar de la resistencia de los pueblos, nuevas normas legales, Ley de 15 de junio de 1866, dieron el carpetazo definitivo al asunto. Fracasados los intentos de recuperación que protagonizaron diversos municipios aprovechando el nuevo clima político creado durante el Sexenio Democrático (más sensible a las aspiraciones populares), los propietarios comenzaron en esos mismos años a redimir las cargas que gravaban sus dehesas.


FUENTE: Fernan Sánchez Marroyo. Gran Enciclopedia Extremaña. Tomo 9