Timoteo Pérez Rubio

Uno de los hombres más injustamente olvidados de Extremadura es el pintor Timoteo Pérez Rubio. Salvo su mujer y un grupo pequeñísimo de fieles amigos, aquí apenas habia nadie que recordara a aquel hombre que no sólo fue un gran pintor sino que llegó a presidente de la Junta de Defensa del Tesoro Artístico Nacional durante la II República y que salvó, gracias a sus valiosísimas gestiones, el riquisimo patrimonio del arte español. Este olvido era dramático y palpable hace sólo diez años, cuando aún vivía en Hispanoamérica, Pérez Rubio.

Luego, un día, Francisco Lebrato Fuentes, que es uno de los extremeños más apasionados de su tierra y que más están haciendo por ella, se puso a indagar. Conocía muy poco sobre Pérez Rubio. Casi nada. Sabía, sí, que había nacido como él en Oliva de la Frontera, el 24 de enero de 1896; que fue un pintor de relativa fama en el Madrid de preguerra; que obtuvo la segunda medalla en la Exposición Nacional de 1930 y que contribuyó a salvar el patrimonio artístico español de las barbaries de la contienda civil. Recuerdo que Paco Lebrato me escribió —como escribió a medio mundo— interesándose por el "caso Pérez Rubio". Y me encontré con una grata sorpresa. Para el archivo de "Prensa Española", editora de ABC y "Blanco y Negro", Timoteo Pérez Rubio no era un desconocido como casi lo era para todos nosotros. En su carpeta gráfica, amarilla por los años e intocada desde hacía décadas, había una serie de cuadros del artista; algunas fotografías suyas y el bellísimo "Paisaje con animales" que le valiera aquella segunda medalla en 1930. Lebrato fue adquiriendo datos y más datos. Hoy es uno de los mejores conocedores de la vida y la obra de Pérez Rubio y sin duda su mejor biógrafo.




Recuerdo, pues que estamos en capítulo de evocaciones, cuando Lebrato se atrevió a hablar sobre el pintor nada menos que en el Ateneo de Madrid. Salvo para Rosa Chace!, su mujer, y para muy pocos familiares, la figura artística Rubio fue una auténtica sorpresa. Lebrato consiguió hacer vivir entre nosotros al pintor y a su obra. Yo, que en su presentación, hablé de los silencios y los olvidos de Extremadura, estaba asombrado. Por fin, pensé, Pérez Rubio va a ser conocido en su tierra; aunque como casi todas las cosas de Extremadura, para tener eco, tengan que ser aireadas en Madrid. Timoteo regresó del exilio. Llegó a España en septiembre de 1974. Sólo un periódico de Madrid se acordaba de él: "ABC". Luego, los demás, fueron despertando de su letargo. Extremadura, en Oliva de la Frontera, le rendirá homenaje.

Pero, ¿a quién se homenajeaba? A uno de los pintores más interesantes que ha dado Extremadura en la primera mitad del siglo XX. Pérez Rubio había iniciado su carrera al lado de Covarsí en la Escuela de Artes y Oficios de Badajoz. Luego, la Diputación provincial le pensionó en Madrid en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Empieza a destacar como un gran impresionista, preocupado por la luz y el color. Los elogios a sus obras aparecen firmados por las plumas de la época en las revistas de moda. Es un hombre que alterna su vida en Extremadura con París e Italia. Casa con una muchacha que tiene vocación de escritora. Se llama Rosa Chacel. Entonces, años 20 y 30, ella era "la mujer de Timoteo Pérez Ru¬bio". Hoy —ironías del destino—, hay que decir de él que "es el marido de Rosa Chacel". Sus cuadros, entonces, se codean en las exposiciones con los de Picasso, Dalí, Miró, Solana... Son compañeros de vocación y de vida artística. Cuando en 1966 se inaugura el Museo Español de Arte Contemporáneo no puede faltar en el mismo una representación de su obra.

Con el exilio vino el silencio y el olvido más injusto. Su obra decae. El se desliga totalmente de Extremadura. (Digámoslo en honor a la verdad, querido Paco Lebrato, y sé que lo que escribo te puede doler un poco: a Timoteo Pérez Rubio, su mujer, la eximia Rosa Chacel, le "descastó" de Extremadura. Desde su casamiento con la escritora vallisoletana, Pérez Rubio se desligó totalmente de su tierra natal. En esto estoy de acuerdo con el también escritor olivero y gran amigo Emilio Díaz Díaz).

Años después, mientras él sigue pintando para museos hispanoamericanos y colecciones particulares, su mujer va escalando los peldaños de la fama literaria. Estamos ya en la década actual. Viendo el pintor que ese grupo de escritores de su tierra le recuerda, decide volver. Asiste al homenaje. Se emociona. Su mujer ya lleva tiempo viviendo en Madrid. El haría lo mismo. Intentaría reconstruir su pasado. Tender un puente entre el ayer perdido y el mañana que se le presenta risueño. Vuelve a Brasil para hacer las maletas definitivas. Extremadura le había dado una lección de generosidad y de afecto... El homenaje, los artículos en los periódicos, el ensayo de Paco Lebrato con las opiniones de los mejores pintores y críticos de arte... Había durante años olvidado a su tierra y su tierra, en cambio, le devolvía el cariño que a él le faltaba. Era preciso volver. Recomponerlo todo; deshacer errores y aquilatar cordialidades. Roma, Moscú, Río de Janeiro, Baltimore... ¿qué le importaban ya los museos? Ahora iba a encontrar, en medio del frío interior que le consumía, cercana la vejez, el calor espontáneo de su tierra. Regresó a América contento. Prepararía todo y volvería a España. Pero la muerte tenía firmada en Brasil su última decisión, Inesperadamente. Era el verano de 1977. El pintor ya nunca pudo regresar a su pueblo.

FUENTE: Santiago Castelo. Región Extremeña. Febrero. 1979