Ritos paganos: Fecundidad

Ritos de fecundidad y embarazo en la tradición cacereña


1. ¿Fecunda o infencunda?

A lo largo de los tiempos nos encontramos que el hecho de procrear ha sido una constante preocupación y un poderoso deseo en todas las sociedades. La psicología, la antropología, la sociología, etc., pretenden dar las causas y las razones de este anhelo universal. Lo cierto es que todo esto ha llevado a considerar a la maternidad como algo completamente normal y deseable, mientras que la esterilidad, ya desde el remoto pasado, tenía la marca de la maldición divina y constituía un estado indeseable para la propia mujer infecunda y repudiado por su grupo humano. Los libros sagrados son sumamente explícitos en este tema, lo que no expongo por ser de sobra conocido.

Para la mujer extremeña nada hay tan penoso ni constituye mayor infamia que el que se la tache de astéril, jarra y machúa. Por eso, en una tierra en donde los muchos hijos son símbolo de riqueza, en donde la esterilidad es sinónimo de castigo del cielo, nada extraña que parte de las creencias populares giren en torno a una larga serie de formas o usos propiciatorios capaces de hacer fecunda a la mujer estéril y de facilitar la concepción de la que no lo es. En uno y otro caso los métodos empleados pueden variar, como luego veremos.

Lo primero que hace una mujer en edad de merecer, aunque alguna retrase la prueba hasta estar matrimoniada, es averiguar si es apta o no para la reproducción. Diversos son los métodos que para tal fin he logrado recoger en la provincia de Cáceres. En la capital se emplea un procedimiento que, nadie se extrañe, ya era recomendado por el filósofo Aristóteles. Consiste el mismo en untarse la mujer consultante con su propia saliva la parte superior de ambos párpados. Si se secan pronto la comprobante es fecunda. Si, por el contrario, los párpados permanecen húmedos largo rato, es estéril. En algunos lugares de la Sierra de Gata, concretamente en Eljas, se comprueba metiendo un hueso de liebre en la lumbre. Si el hueso arde sin estallarse es porque la mujer es fecunda. En el valle medio del río Alagón la prueba era aún más curiosa, ya que la mujer al acostarse orinaba en un recipiente de barro, cristal o aluminio, que posteriormente dejaba al sereno durante toda la noche, recogiéndolo al amanecer para su observación. Si el líquido permanecía con idéntico color es que la mujer era fértil, pero si el orín había mudado su colorido, tenía posos el recipiente o había algún insecto muerto en la superficie no quedaban dudas de su esterilidad. En Tornavacas, Cabezuela, Valencia de Alcántara, Salorino y Piedras Albas la mujer adivinaba la esterilidad o la fecundidad sembrando trigo en una maceta. Si el trigo crecía en poco tiempo valía para la maternidad.

El cabello también es objeto de análisis, pero siempre en manos del marido o del novio. Sin que la mujer se percate, él tomará algunos pelos que se le hayan caído a su dama y los meterá en una palangana con agua durante los toítuh sieti díah del pleniluniu. Si al cabo de esa semana los pelos no se han convertido en culebrillas hay que dar por segura la fertilidad de la esposa o novia. Esta práctica era común en numerosos pueblos de la provincia de Cáceres, tales como Santa Cruz de la Sierra, Cachorrilla, Ahigal y Jaraicejo. En Miajadas, Alía, Oliva de Plasencia y Pozuelo de Zarzón los mozos llevaban cosido al sombrero un cabello de su prometida, que les anunciaba que ésta era fértil si a los pocos días había cambiado de color. Este tipo de adivinación por el pelo era mal visto por las mujeres y los resultados, desde el punto de vista de ellas, no eran válidos. No ocurría así con los hombres, hasta el extremo de que algunos convencidos por los resultados del examen del cabello dejaron a sus novias por ser jorras y buscaron otras parieras. Muchas veces el chasco fue mayúsculo, pues aluegu por esah cosah que pasan, yo no digu qué, lah primerah trujun muchachuh cual si jueran ratonih y lah otrah ná, pa tí que te ví.

2. Propiación

Tras realizar las pruebas anteriores la mujer ya sabe si sirve o no para la procreación. Tanto en un caso como en otro, las extremeñas comenzarán desde ese momento todo un calvario de formas propiciatorias que hagan posible el deseo de engendrar, por lo que respecta a las estériles, y más fácil el embarazo, en lo que a las fértiles se refiere. La infecunda no se resigna a aceptar su maleficio y está convencida de que mediante un determinado comportamiento su sino tiene que cambiarse obligatoriamente.

El agua de determinados lugares de Extremadura ha sido muy estimada por su alto poder fecundante. Las estériles pacenses acuden a los baños romanos de Alange para curar su mal mediante inmersiones en sus aguas. Lo mismo hacen las cacereñas en las termas de Baños de Montemayor, en los baños de San Gregorio, de Brozas y en los de Pedroso de Acín. Las ribereñas del Tajo se hacen fecundas tomando un número de baños impar en el río, siempre a la luz de la luna. Los días pares tomarán sus baños en el río de Los Angeles, antes de salir el sol, las mujeres que buscan descendencia, contabilizando un total de nueve inmersiones.

Mezclando agua de tres fuentes o de tres ríos y bebiéndola en ayunas es un remedio para conseguir la fecundidad, siempre que este agua haya sido cogida por la propia mujer entre la puesta y la salida del sol. Es un remedio generalizado en toda la provincia, aunque con ligeras variantes. En el Campo del Arañuelo la toma de agua de una a otra fuente ha de estar separada por un tiempo mínimo de tres horas. Prolijo sería señalar el número de manantiales santos a los que el pueblo les atribuye propiedades curativas entre las que no faltan la de poner fin a la esterilidad. Son fuentes que nacen a los pies de ermitas y santuarios, teniendo que ver la fuerza profiláctica de sus aguas con la protección de alguna virgen o santo local. Sus aplicaciones son varias. La estéril podrá beberla o lavarse con ella distintas partes del cuerpo, al tiempo que musitará alguna oración a la deidad protectora.

Mas cuando de lavatorios se trata la estéril cacereña no duda en acudir a procedimientos mágicos-religiosos. Se lavará los pechos y vientre con el agua en la que haya tenido a remojo una medalla de la Milagrosa; o en la que se haya vertido alguna gota de cera derretida de la vela de tinieblas; o con agua en la que previamente lavara alguna imagen de San Ramón Nonato; o con agua de la palmatoria que cualquier viernes haya alumbrado al Santísimo. Para los mismos fines en Membrío, Salorino y Alcántara se usaba agua en la que hubieran echado algunas gotas del óleo del bautismo.

El agua bendita que se reparte el Sábado de Gloria tiene un especial efecto fecundizador. La estéril hará una aspersión de su cama con un manojo de hierbabuena, al tiempo que dice: Por el Crihto resucitau, que creza en mi vientri comu en el de la Virgen María creció en Belén. Lo repetirá tres veces seguidas antes de acostarse esa noche. Suele hacerse esto en Marchagaz, Mohedas, Cerezo y Guijo de Galisteo. En el Último de estos pueblos, al igual que en Ahigal, Granadilla, Caminomorisco y Casar de Palomero es costumbre que la estéril pida a una madre con varios niños los pañales sucios del pequeñín, que los meterá a remojo con su ropa interior con la esperanza de que con este acto alcanzará la fecundidad que hizo posible el nacimiento de aquel niño. Por su parte, la mujer que ya es madre y desee nuevamente quedar embarazada no ha de hacer otra cosa que regalar todas las ropitas que hubiera usado su hijo.

El rocío de la noche de San Juan era tomado, antes de que saliera el sol, en muchos lugares de la provincia, tales como Logrosán y todas Las Villuercas, Las Hurdes y zona norte de Plasencia. Las mozas se revolcaban en los prados, ya que las propiciaba para ser madres de familia.

Junto al agua, parece ser que al viento se le atribuyó un importante papel en el proceso fecundativo en toda la provincia de Cáceres. No hace muchos años me encontraba en un pueblo de la comarca de La Vera y repentinamente se levantó una bruja (remolino de viento). Cerca de mí, en plena calle, dos mujeres ya maduras se sujetaban los vestidos para que no se los voltease el aire. Una de ellas, dirigiéndose a su compañera, dijo: Vamos deprisa, que este viento empreña. ¿Creencia actual? ¿Frase hecha que recuerda un pensamiento generalizado en otros tiempos? Una pícara sonrisa de ambas fue la respuesta a mis preguntas. No hay que olvidar que Cáceres pertenece a lo que fuera la antigua Lusitania, lugar en donde Virgilio, Plinio el Viejo y Columela recogieron el mito del viento Céfiro que fecundaba a las yeguas de la región. En mi análisis de la leyenda de la Serrana de la Vera llego a la conclusión de que la mítica mujer no es otra que una diosa que es fecunda gracias a la acción del viento. (Ver las actas del VI Congreso de Estudios Extremeños, 1982.) En el siglo XVI, el extremeño doctor Sorapán escribía refiriéndose al mismo lugar: "Como indicio del buen temple de esta tierra está el que gran número de perdices que en ella se crían, y de todo género de aves, jabalíes, venados, liebres y conejos, en tanta abundancia que hay quien afirma, que por la fertilidad de la tierra, se producen en ella sin ayuntamiento de macho y hembra, como ratones, con solo la fuerza de la causa equinocia." De la fecundación anatural en los animales a la misma fecundación en la mujer ni tan siquiera hay medio paso.

Cualquiera que haya recorrido los antiguos partidos judiciales de Hervás, Coria o Plasencia, prácticamente todo el norte de la provincia, habrá escuchado a los niños entonar esta letrilla:

"El novio y la novia se van a casar,
cogen el yugo y se van a arar."

Responde a una no muy lejana práctica de hacer labrar a los contrayentes el día después de los esponsales. Los recién casados eran atados a un yugo y obligados a arar en determinados puntos de la localidad, actuando como gañán el propio padrino. Constituía un acto propiciatorio de la fecundidad, ya que el acto de labrar la tierra queda asimilado al acto de la generación y la identificación de la tierra o del surco abierto en la tierra con la mujer es paralela a la identificación del varón con la reja o la azada que abre ese surco. A continuación los novios sembraban unos granos de los recogidos en el tálamo (ofrendados) con el convencimiento, merced a una magia simpática, de que la germinación de éstos iría paralela al desarrollo del feto en el vientre de la desposada.

Las plantas son un elemento muy tenido en cuenta en lo que a la fecundación se refiere. La estéril deseosa de hijos no debe tocar nunca una cebolla albarrana, según creencia de Torrejón el Rubio, Villarreal de San Carlos y Serradilla. Ni ha de arrancar pies de burros, en Guijo de Granadilla y Ahigal. Pero está recomendada en toda la provincia una alimentación a base de grandes cantidades de cebolla y una especie de jarabe fabricado con vino blanco, manteca de cerdo y canela, entre otros ingredientes del reino vegetal.

Hay, no obstante, otras hierbas capaces de mostrar su poder o fuerza fecundativa por el simple contacto con los pies de la mujer, ya sea casada, viuda o soltera. Es creencia muy extendida dentro de nuestra región, por toda la península e, incluso, fuera de nuestras fronteras. Variantes no faltan: la erva fadada del romance portugués de doña Ausenda, la borraja del no menos popular romance asturiano de la princesa Alexandra, la azucena que causó la desdicha de la reina Isea en los poemas del ciclo bretón, etc. En Berzocana, Cañamero y Logrosán aún hay ancianas que salmodian esta letra de alguna vieja canción:

Nace en el campo una yerba,
qu' es una yerba mu rara;
quien pasa encima de ella
luego se encuentra preñada.

Una curiosa variante de esta letrilla es la que se cantaba en Montánchez, Zarza, Arroyomolino y Benquerencia, pueblos próximos entre sí:

Si supieran las mujeres
qué hierba es la borrasca,
no harían falta los hombres,
que ellas solas se empreñaban.

El pueblo ha atribuido a las piedras un valor importante en lo referente a eliminar la esterilidad de las mujeres. La piedra bamboleante (oscilante) que existía en las inmediaciones de Montánchez era un fácil recurso para que las mujeres alcanzaran la fertilidad. Hasta ella iban las estériles que deseaban descendencia y, abrazándose a la misma, la movían ligeramente. Dicha piedra fue destruida en 1937. En Casar de Cáceres los matrimonios sin hijos acudían a yacer a la lancha de Valdejuán, una piedra plana de inmensas proporciones, sita a unos doce kilómetros del pueblo .Acto seguido la mujer movía un cancho oscilante que había en el centro de la mencionada piedra. Eso era más que suficiente para que la hembra alcanzara la fecundidad.

En Extremadura son corrientes los emplastos para curar la esterilidad. En ellos suelen emplearse las más variadas y extrañas sustancias, tales como aceite, manteca, yema de huevo, gotas de cera, cerumen de los oídos, excrementos de determinados animales, vino, leche, etc., sin que suelan faltar en la composición unas gotas de agua bendita o de sagrados óleos. Los lugares en los que estos emplastos se colocan son la pelvis, el vientre y los riñones. El más conocido de estos emplastos es el llamado bilma madrera, muy usado en la capital cacereña, en donde además de los ingredientes propios del caso se prescribe la abstinencia sexual durante una temporada.

De pasada he hecho mención a algunos alimentos que hacen posible la maternidad. Pero ninguno es tan positivo como darle a la infecunda, como si dé cofites se tratara, nueve granos de excremento de liebre virgen. Tras esta curativa no queda la menor duda de que la mujer parirá como una coneja. Efectivo debe ser el remedio cuando éste es el recurso más recurrido en toda la provincia. En Coria y Plasencia se raspaban los eslabones de las cadenas que había a la puerta de la catedral y esos polvos se le administraban a la estéril mezclados con vino blanco.

Saltar la hoguera de la noche de San Juan hace fecundas a las mujeres que practican ese rito milenario. En Ahigal las pavesas del capazu (hoguera de San Juan) que caen sobre las cabezas de las mujeres hacen los mismos efectos.

La estéril que se ponga la camisa sudada de una embarazada, siempre que ya hubiera tenido varios partos, hará que ésta conciba rápidamente. Igualmente la mujer que se vista los pantalones de cualquier hombre quedará embarazada, incluso sin haber tenido contacto sexual. De aquí la aversión que las mujeres cacereñas han tenido a vestirse por los pies.

El contacto con determinados objetos cura la esterilidad. Así tenemos la costumbre de que las mujeres cacereñas sin descendencia frotan cada día antes de acostarse la mano del almirez. A la catedral de Plasencia acudían algunas para propiciar el embarazo levantando el mazo de machar el incienso, que aún se conserva en el claustro de la catedral vieja. Gómez Tabanera explica estos usos por la forma fálica de tales instrumentos. El mismo carácter propiciatorio tiene el colgar de la cama matrimonial una llave macho. Con el presente objeto nos metemos en el terreno de los amuletos fecundadores usados en la provincia cacereña, que no difieren en gran medida de los empleados en otros puntos de la geografía peninsular.

En Portezuelo las deseosas de alzanzar la maternidad llevaban al cuello, dentro de una bolsita, algunos trozos de ara del altar de Santa Marina. El mismo amuleto portaban en Moraleja, Santibáñez el Alto y Torre de Don Miguel. Las bullas, amuletos típicamente romanos, eran de uso corriente en todos los pueblos al norte y al sur del Tajo. Se trataba de un receptáculo de metal o cuero que las mujeres portaban al cuello y en el que se metían los más variados objetos: un trozo de camisa de culebra, una cinta santa, un diente de ajo, una hoja del evangelio de San Juan, un pedazo de tela manchada en sangre de toro, etc. El contenido era distinto en los diferentes lugares en los que se utilizaban estos amuletos. A las conchas se les atribuía el mismo efecto y otro tanto sucedía con los pequeños cuernos, con los colmillos de jabalíes y con los espolones de gallos, pero siempre que la estéril los llevase al cuello engarzados en plata o en oro. La costumbre aún pervive en Las Hurdes, Sierra de Gata, Las Villuercas y pueblos del río Ibor .

La sangre de los toros y de los gallos, siempre que hayan sido sacrificados dentro de un ritual, tiene un carácter propiciatorio de la fecundidad femenina. En las capeas, una vez que el toro era muerto, los mozos se lanzaban con violencia a la plaza para arrancarle las turmas al animal. Quien conseguía el preciado trofeo se lo arrojaba a su novia para que ésta pudiera lucir en la tarde de la fiesta sus vestido impregnados con la sangre de la bestia. Así ocurría en Coria, en la comarca de la Vera y en la casi totalidad de los pueblos de Cáceres.

El toro como dador de la fecundidad se recoge en una serie de mitos extremeños. Tal es el toro de San Juan, en Ahigal, al que limpiándole la baba alguna moza ésta alcanzaba la concepción. En la historia extremeña del toro de Oro una mujer logra vencer la esterilidad gracias a la virtud mágica de una estatua del bravo animal. La asociación toro-imagen religiosa-fecundidad puede constatarse numerosas veces en la provincia. La Virgen de Guadalupe, la Virgen de Argeme, en Coria, y los santos Fulgencio y Florentina, en Berzocana, fueron objeto de un culto contra la esterilidad, resultando que todos ellos, según creencia popular, fueron hallados por la acción de unos bueyes en el lugar donde las imágenes se hallaban sepultadas.

Hasta mediados del siglo pasado existió en la provincia de Cáceres una costumbre religiosa que tenia por protagonista al toro: el llamado toro de San Marcos. Traído el animal hasta la iglesia era tratado con la máxima devoción, hasta el extremo de presidir la misa y ser sacado de procesión. El bruto era objeto de un culto especial por parte de las mujeres, las cuales le colocaban guirnaldas de flores, panes y velas encendidas sobre los cuernos. Esta práctica era usual en Brozas, Casas de Don Gómez, Casas del Monte, Pozuelo de Zarzón, Mirabel y Talayuela. La sacralidad del toro se ha basado a lo largo de los tiempos en dos aspectos complementarios, cualen son la fuerza física y la potencia generacional o genésica, y su relación con la mujer se observa con relativa facilidad desde un sentido mágico. Así vemos, según relato de Diodoro (I, 85, 3), que en Menfis, al ser consagrado cada nuevo dios-toro (Apis), las mujeres, que habitualmente no comparecían ante él, le servían por espacio de cuarenta días y junto a él desnudaban ~ E."1J~v y,-\)\)Y\.r,i. fO~Í.c. para recibir esa virtud generadora del dios-toro. Este sentido mágico de fecundación de las mujeres es el que debió tener la costumbre extremeña desaparecida en el pasado siglo.

En Hervás, Casas del Monte, Zarza de Granadilla, Jarilla, Segura de Toro, Ahigal y otros pueblos del norte de la provincia existía la costumbre nupcial de, en víspera de una boda, pasear los mozos un toro fuertemente atado por las calles del pueblo. El recorrido finalizaba en casa de la novia, siendo muerto el animal en la misma habitación de la casadera. Previamente el novio ponía al animal unas banderillas adornadas por su dama. Este derramamiento de sangre en presencia de la novia, junto a su lecho, respondía al lógico deseo de poner en contacto a la joven con un animal eminentemente fecundador y, mediante una simpatía mágica, hacerla propicia a la concepción.

La corrida nupcial debió ser corriente en Plasencia, según se desprende de una de las Cantigas .de Santa María (siglo XIII), la que hace el número 144, que narra Como Santa María guardou de morte un ome bôo en Prazença:

Ond'un cavaleiro ben d'i casou
da vila, et touros trager mandou
pera sas vodas, et un' apartou
d'eles chús bravo que mandou correr.

En estas corridas el novio utilizaba su chaqueta para sortear al toro, cuyo contacto con la prenda le hacía recibir la fuerza genésica del animal. Pero al mismo tiempo se usaban también en el toreo, al estilo de las actuales muletas, las sábanas blancas del ajuar de la novia, a la que finalmente, por idéntico contacto, quedaría vinculado todo ese poder de fecundidad. Puesto que de Cáceres se trata, señalaré que en el pueblecito de Madrigalejo falleció el rey Fernando el Católico a consecuencia de una sobredosis de criadillas de toro. Estas se las administró su jovencísima esposa y sobrina Germana de Foix, que pretendía, ya en plena madurez del monarca, llenarle de un vigor genésico capaz de fecundarla a ella y de darle un hijo aspirante al trono.

En Santa Cruz de la Sierra y otros pueblos del partido de Trujillo, al igual que en el valle del río Alagón y otros puntos de la provincia, los quintos corren los gallos. Montados en un corcel intentan al galope cortarle la cabeza a un gallo que aparece colgado por las patas de una cuerda en el medio de la calle. El que consigue la hazaña de cortar la cabeza a uno de estos animales la arroja contra el vestido de su novia, creyendo que este hecho la hace sumamente fértil y aleja el fantasma de una posible esterilidad. El gallo está considerado en Extremadura como el ave de mayor poder genésico y gallo morón es el apelativo que se da al don Juan cacereño.

Las mellizas tienen fama de ser buenas reproductoras al ser hijas de madres muy fecundas y se cree que pueden transmitir algo de su fertilidad mediante contacto. Así se piensa en Guijo de Coria y en Guijo de Santa Bárbara, donde si una melliza soltera que haya nacido en Jueves Santo pisa las espaldas de una estéril tendida en el suelo ésta quedará embarazada en un tiempo breve.

La estéril cacereña siempre tiene algún santo de su devoción. San Ramón Nonnato es el remediador de todas aquellas mujeres que procuran descendencia. Eso como tónica general. Sin embargo, en cada pueblo existe la virgen o el santo al que dirigir las súplicas. En Villamiel es San Pedro Celestino el que ha de hacer prolífera a las estériles. Y si no escucha, como este santo tiene dos cabezas, una para los días de diario y otra para las fiestas, la solicitante le quitará la nueva y le colocará la vieja y fea. Pero la mujer seguirá insistiendo y si el santo no le arregla su demanda tomará nueva venganza: le dará la vuelta a la cabeza de manera que ésta mire hacia la espalda y de esta guisa permanecerá hasta que se decida a hacer el milagro. En Garrovillas y Navas del Madroño es la Virgen de la O, en cuya iconografía se ve al Niño en el vientre a través de un cristal, a la que acuden las mujeres en demanda de maternidad. Santa Ana es la que escucha a las estériles en Guijo de Granadilla. La Virgen de la Soledad, en Casatejada. La de la Berrocosa, en Jarandilla. La de Monfragüe, en Torrejón el Rubio. Santa Marina, en Portezuelo, Aceituna y Cañaveral. El Cristo de la Victoria, en Serradilla y pueblos comarcanos. La lista no se agota.

Los gozos de San Pascual Bailón fueron en otros tiempos muy celebrados por las mujeres que ansiaban ser madres. Aún se recuerdan algunas estrofas en Hinojal y Mirabel. Dicen que solían recitarse los nueve días siguientes a la celebración de la boda, al levantarse, a media mañana y a la puesta del sol, coincidiendo con los tres toques de oraciones:

Con tu dulce invocación
de los frutos de la tierra
toda plaga se destierra
y viene la bendición;
a la casada la sucesión
da el vuestro merecimiento;
por ti logramos, Pascual,
los frutos del sacramento.

Por último me referiré a otros rituales que propician la maternidad de la mujer desde el mismo momento de su matrimonio. Tal es la costumbre de lanzar arroz a los novios al terminar la ceremonia nupcial, práctica generalizada en toda la provincia, que constituye un conjuro contra la esterilidad. El mismo sentido tenía la costumbre de introducir la madre en el dobladillo del vestido de la novia algunos granos de trigo, rito muy común en los pueblos limítrofes con Portugal (Piedras Albas, Zarza la Mayor, Alcántara, Ceclavín...), así como en Holguera, Riolobos, Piornal, Miajadas y Arroyo de la Luz. En Malpartida de Plasencia y Garrovillas la madre de la novia bendecía a los contrayentes y asperjaba con una ramita de laurel o hierbabuena unas gotas de agua sobre las cabezas de éstos, lo que a todas luces constituye un acto propiciatorio de la fecundidad;

3. Prácticas abortivas.

De sobra es conocido que existen razones, cuya enumeración ahora no viene al caso, por las que una mujer no desea quedar embarazada o busca la interrupción del embarazo una vez que ha concebido. Para el primero de los casos la mujer cacereña echa mano de variados procedimientos. En Trujillo, Jaraicejo, Serradilla y Torrejón el Rubio poniendo debajo de la cama una cebolla albarrana se evita el embarazo. Llevando puesta la camisa de una estéril no hay peligro de que la mujer quede encinta, según creencia viva en Almoharín, Calzadilla de Coria y comarca de Las Hurdes. En Navalmoral de la Mata la mujer que no busque descendencia se verá obligada a llevar al cuello una bolsa conteniendo un pelo y una gota de sangre de mula. En toda la provincia se aconseja no comer carne de liebre, ya que se piensa que si carni de liebri se comi, vientri de liebri se cría y conocida es la fecundidad de ese herbívoro. Tampoco quedará en estado durante los años que lo desee la mujer que tome un grano seco de perejil por cada uno de esos años. Tampoco quedará embarazada la mujer que mueva una cuna vacía: Siempre habrá quien no se fíe de los recursos mencionados y piense que lo mejor es recurrir a lo que el cacereño de Logrosán Sorapán de Rieros escribiera, allá en el siglo XVI, en sus provervios recogidos del mismo pueblo: Dieta, mangueta y siete ñudos en la bragueta. Abstinencia sexual, en definitiva.

Los remedios que las embarazadas cacereñas han empleado como abortivos a lo largo de los años son poco numerosos, aunque harto complicados. En Granadilla y algunos pueblos de su antigua mancomunidad provocaba el aborto tomar en ayunas una infusión de romero y perejil o, para el caso es lo mismo, una infusión de raíz de hierbabuena, perejil seco y clara de huevo. En Cáceres se colocan las mujeres sobre la pelvis o el ombligo un parche o bizma en cuya composición han de entrar ajo, perejil y cornezuelo de centeno. El cornezuelo en polvo y disuelto en agua caliente es abortivo empleado en numerosos pueblos de la provincia. Sin poderse determinar los lugares, se sabe que la mujer cacereña abortaba tomando sangre catamenial disuelta en orina de joven virgen, o sencillamente bebiendo agua en la que se haya disuelto un cordón umbilical seco y húmedo.

4. Embarazo: prescripciones

Sea como sea, aquí tenemos a la mujer embarazada y deseosa de que su hijo naza como Dios manda. La cacereña lo primero que hace al darse cuenta de su estado de buena esperanza es comunicarlo a todos sus allegados, pues en caso de ocultación voluntaria del embarazo el niño nacería con la cabeza muy grande. Así lo creen en Brozas, Conquista de la Sierra y Casar de Palomero. Pero, además, de nada le serviría el callarse, ya que a alguien de la familia le saldría un orzuelo en un ojo y el embarazo se convertiría en un secreto a voces. En Eljas, Monroy, Cadalso, Cañamero y Caminomorisco se asegura que cuando un niño de meses agita sus manos no hace otra cosa que anunciar la preñez de su madre. Sus gestos son un saludo a su futuro hermanito.

Numerosas son las precauciones que ha de tomar una mujer encinta para evitar cualquier percance en el feto, así como también son numerosos los rituales a los que ha de atenerse. En los pueblos del norte de Cáceres se le aconseja a la mujer grávida el no visitar tres veces un cementerio, porque su hijo nacería muerto. En la misma zona la embarazada ha de evitar hacer labores de jilu y abuja, o sea, que no podrá coser, zurcir, bordar, hacer punto, mover bolillos o devanar madejas, pues en caso contrario se enrollaría el cordón umbilical al cuello del feto y lo asfixiaría. Tampoco deberá barrer, porque barrería el ánima del gazapinu. Recomendaciones no faltan para que la gestante no pase por debajo de una escalera o por debajo de las cuerdas dispuestas para tender la ropa y para que se abstenga de mirar al cura cuando se ciñe el cíngulo. En todos los casos el resultado es el mismo: muerte por asfixia del feto. Por idéntica razón la embarazada no debe cruzar las piernas.

En Guijo de Coria, Aldeanueva del Camino, Casas del Monte, Piornal, San Martín de Trevejo, Malpartida de Plasencia, Miajadas, Almoharín y Villa del Campo le está vedado a la embarazada hacer vida sexual. Esto no ocurre en los límites de la provincia cacereña con las de Toledo y Avila, donde, si hacemos caso del refrán allí muy repetido, ocurre todo lo contrario: A la preñada, hasta que para, y a la parida, cada día.

Las prescripciones alimentarias tienen su importancia. La embarazada no tomará comida pegada ni pan quemado porque las pares se pegarían al cuerpo y no saldrían en el momento del parto. Tampoco deberá comer anguilas, culebras o lagartos, ya que el niño se escurriría y nacería antes de tiempo. Retirará de su dieta toda clase de frutas macadas, porque el niño vendría al mundo con manchas en la piel. En el sur de la provincia aseguran que las manchas también aparecerán si la embarazada presenció un eclipse de sol.

Punto importante y curioso es el de los antojos. El antojo no es otra cosa que un capricho que siente la embarazada. En caso de no ser satisfecha el niño nacerá con una mancha en la piel que representará el objeto que su madre deseó. A veces el antojo toma la forma de un lunal vellú. En ocasiones la no satisfacción del deseo puede ocasionar un aborto, según creencia de Zarza de Granadilla y La Pesga. En Pedro Muñoz se asegura que cuando a la gestante se le da el antojo y luego se le arrebata el objeto con fuerzas el niño nacerá bizco. Con la misma tara física nacen en Torrejoncillo los niños que a sus madres, estando encinta, le quitaron algo que tuviera entre las manos.

En los pueblos de la raya de Portugal cuando la embarazada se siente indispuesta se cree que el feto está resfriado. En este caso meten a la gestante en una habitación y allí encienden un pequeño zajumeriu de plantas aromáticas, como romero, laurel, tomillo o eucaliptus, con el fin de ayudar al feto en su respiración.

Prácticamente en toda la provincia se piensa que la embarazada que hace de madrina de un bautizo tendrá un aborto. Abortará igualmente la embarazada que conviva con otra que haya abortado recientemente. En Calzadilla de Coria, Ahigal y Santibáñez el Bajo ninguna mujer encinta se dejará tocar el vientre por una persona fea o tarada física o psíquicamente, ya que el niño nacería con esos mismos defectos. Por el contrario, buscará que le acaricie el vientre alguna joven soltera de buen ver para que le traspase al feto todo un cúmulo de bellezas.

5. Adiviniación del sexo del niño.

Desde el momento en que una mujer se siente embarazada tendrá un sumo interés en conocer el sexo del feto. La observación de los más mínimos detalles es suficiente para este tipo de adivinación. La cacereña sabe que el momento de la concepción es clave para determinar el sexo del futuro hijo: será niño si la madre tiene dirigida su cabeza hacia el este, ya que en caso de tenerla dirigida hacia la puesta del sol nacerá una niña. Así lo dicen en Cañaveral, Pedroso de Acín, Logrosán y Cañamero. En Hervás, Casas del Monte, El Torno, Tornavacas, Cabezuela del Valle y Baños de Montemayor se asegura que nacerá una hembra si la fecundación tiene lugar en un día de tormenta. Es de todas aceptado que si se concibió en noche par el feto es de sexo masculino; si fue en noche impar, femenino. Igualmente habrá engendrado varón si el acto se realizó en luna llena o en cuarto creciente, ya que el cuarto menguante siempre trae el nacimiento de una niña. De esta manera lo piensan en Santa Cruz de la Sierra y Trujillo. En estos mismos lugares desaconsejan los embarazos en luna llena. Esa fase, además de no determinar el sexo, trae las fatales consecuencias de hijos tarados y de hijas estériles.

En todos los pueblos cacereños se sacan pronósticos en torno al sexo derivados del aspecto de la embarazada. Si ésta experimenta un embellecimiento, lo que tendrá será un niño. Nacerá una niña si ocurre todo lo contrario. Si el vientre toma una forma puntiaguda y se presenta alto se habrá engendrado varón. Si adquiere una forma redonda y baja se predice el nacimiento de una fémina. Por el contrario, la redondez en la cara y el buen color anuncian que el feto es masculino. Los abultamientos laterales del vientre posibilitan el vaticinio. Nacerá hembra cuando el abultamiento es mayor en la parte izquierda y varón cuando la embarazada tenga el banduju a su lado derecho.

En Torrejoncillo, Portaje, Riolobos y Morcillo se asegura que si el feto pega patáh antes de los tres meses es porque corresponde a un varón, mientras que si está tranquilo hasta mucho tiempo después se puede afirmar el alumbramiento de una niña. En Ahigal y Mohedas son pruebas de que nacerá niña las frecuentes indisposiciones de la gestante, la acritud de su carácter durante el embarazo y la mala colol. Un embarazo sin ninguno de estos problemas tendrá como colofón el parto de un niño. En Valencia de Alcántara nace varón cuando la embarazada tiene ardores de estómago durante la gestación. En Solorino ocurre lo mismo cuando le pica con frecuencia la mano derecha. En Talabán es necesario que le salga un grano también en la mano derecha y que no le desaparezca en una semana. En estos tres casos el nacido será un hombri de pelu en pechu.

De las arrugas que la embarazada tenga en la frente sacan en Villasbuenas de Gata conclusiones fidedignas, resultando que si se contabiliza un número par el sexo del feto es masculino, siendo femenino si el cómputo da número impar. Esta adivinación se hace en Cadalso atendiendo a las patas de gallo. En Guijo de Santa Bárbara se cuentan las arrugas que la gestante presenta en las piernas o en el costado.

Normalmente la aritnomancia o numerología sólo se utiliza en Cáceres para predecir el sexo del primer hijo. Consiste dicho arte en sumar el número de letras o sílabas del nombre y de los apellidos del padre y de la madre. Si el resultado es par indica que el hijo será varón. Este método se utiliza en la capital y en Plasencia. También en Plasencia se utiliza la bibliomancia. La embarazada abrirá un libro al azar y hallará la suma de las cifras de ambas páginas, siendo el resultado el mismo anterior. En Carcaboso y Piedras Albas tomará la gestante, también al azar, un puñado de legumbres o de cereales y lo extenderá sobre la mesa para contarlos. Si resulta un número par, ya se sabe, habrá que preparar ropitas de niño. En Miajadas el marido y la mujer lanzan dados, dos cada uno, sacando el vaticinio de la suma de todos los tantos conseguidos. La cifra par favorece al niño. En Alcuéscar las mujeres se inclinan por la baraja. Las gestantes tapan las barajas con un paño una vez que han sido mezcladas con la mano izquierda y, tras santiguarse y rezar un Avemaría, meten la mano derecha debajo del trapo y sacan una carta. De ella derivan sus conclusiones. El as, tres, sota, caballo y rey indican que ha engendrado niño; las cinco cartas restantes anuncian el nacimiento de una niña.

Las embarazadas de la Vera tienen por costumbre mirar la vela más gorda de las que alumbran el monumento en Semana Santa. Si ésta no se apaga durante los oficios pueden dar por cierto que serán madre de algún varón. En Jaraiz se cree ciegamente que si la embarazada en sus tres primeros meses de gestación no tropieza en el umbral al entrar o salir de casa tendrá un zagalillo.

Un método adivinatorio muy curioso, aunque hoy ya caído en desuso, es el que responde al nombre de electromancia y que solía practicarse en Acebo y partido judicial de Trujillo. La mujer grávida de esos pueblos hacía un círculo en el suelo y lo dividía en tantas partes iguales como letras tiene el abecedario. En cada uno de los sectores circulares grababa una letra y sobre ellas colocaba algunos granos de cereal. Seguidamente soltaba un gallo o capón en el mismo centro del círculo y del orden que siguiera en la eliminación de esos alimentos se sacaban las oportunas conclusiones. Aseguran que el gallo escribía un nombre, ya masculino o femenino, y ese nombre siempre correspondía al sexo del futuro naciente.

También las plantas tienen su palabra. En toda la provincia es costumbre que la embarazada practique con la margarita. A la voz de niño-niña irá deshojando la flor. La última hoja arrancada da la solución a su angustiada curiosidad. En Las Mestas, Casar de Palomero y Torrejón el Rubio afirman que todas las plantas que sembró la gestante se secan si ésta ha concebido una niña. En Arroyo de la Luz, Malpartida de Cáceres, Holguera y Mirabel la planta utilizada es la espiga de la festuca. La gestante la partirá por la mitad, encajando luego sus dos partes. Posteriormente colocará el tallo enganchado entre los dedos medio y anular por el revés de la mano izquierda. Con la mano derecha dará una palmada seca en la muñeca de la otra mano. Si la parte superior de la espiga cae al suelo nacerá niño; si la espiga se mantiene unida, será un rorro hembra lo que la consultante habrá de mecer.

Es norma en todos los pueblos el que la gestante se introduzca una moneda por el escote del cuello de manera que baje hasta el suelo rozándole la piel. Si al caer queda cara nacerá varón, y si sale cruz, hembra.

En Calzadilla de Coria tira los dos zapatos al aire y si ambos caen en la misma posición nacerá un niño. En Ahigal y Zarza de Granadilla colocan en distintas sillas, sin que la embarazada se percate de ello, un cuchillo y unas tijeras tapados con un paño o cojín. Luego se le dice a la gestante que se siente sobre cualquiera de las sillas. Si lo hace sobre las tijeras tendrá una niña; si se acomoda encima del cuchillo, un varón. Se esconden en una habitación dos vestidos de niño, de color azul y de color rosa respectivamente. La embarazada habrá de buscar hasta encontrar uno de ellos. Si da primero con el vestido azul es porque el sexo del feto es varón. De un pañal viejo tiran marido y mujer, cada uno agarrando por un extremo, hasta romperlo. El nonnato será del sexo del que se quedó con el trozo más grande. Para este tirón, siendo el resultado el mismo, se emplea una pluma de ave de corral.

En Garrovillas cuando la embarazada se encuentra abstraída alguien, como sorprendido, ha de preguntarle: ¿Qué te pasa en la mano? Si se mira el dorso nacerá niño, y si se mira la palma, niña. También depende de la mano que se observe primero: si es la derecha, varón; si es la izquierda, hembra.

Los procedimientos radiestésicos cuentan mucho en estos vaticinios. En Cáceres, en presencia de la gestante, se ata una cuerda a unas tijeras y se introduce el extremo libre a través de una criba o cedazo, de manera que al quedar suspendido en el aire pueda girar con facilidad. Si el giro es hacia la derecha la mujer dará a luz un varón, pero si es hacia la izquierda, una hembra será la que nazca. También se recuesta la embarazada sobre una cama o mesa y su marido sostiene sobre el vientre descubierto de ella una medalla colgando de una cadena, una aguja sujeta de un hilo u otro objeto similar. De la dirección en que gire el péndulo sobre el vientre de la mujer se sacan unas conclusiones idénticas a las del caso anterior.

El nacimiento de otros hijos da siempre la pauta para el que se espera. En Santibáñez el Bajo, Ahigal, Guijo de Granadilla y Aldeanueva del Camino, por sólo citar algunos lugares, se cree que si el último de los hijos nació en cuarto menguante el ahora concebido será de su mismo sexo. Por el contrario, si vio la luz en cuarto creciente, su futuro hermano será de sexo distinto. Así lo confirma un refrán del norte cacereño: Si nació en cuarto menguante, el siguiente semejante; si nació en cuarto creciente, el siguiente diferente, que en la zona sur se recita de parecida manera: en creciente al disonante y en menguante al consonante.

El que salga un orzuelo en el párpado inferior de la embarazada o de otro cualquier familiar que viva con ella es prueba fehaciente de que ha concebido una hembra. Si sale en el párpado superior el sexo del feto es masculino. Tal creencia se recoge en Brozas, Casar de Palomero y Conquista de la Sierra.

Hay un caso curioso para conocer el sexo del niño que sólo lo he localizado en esta región. En Cáceres nadie cree, al contrario que en otras provincias, que los niños muertos sin recibir el bautismo van a parar al limbo de los justos. ¿Qué ocurre con esas almas? Pues sencillamente que van a reencarnarse en el vientre de otra mujer que quede encinta en un tiempo inmediato al del óbito del pequeño. Lógicamente el sexo del feto habrá de ser el mismo que el del pequeño fallecido.

La autoridad de la casa decanta el sexo del niño a su favor. Dependiendo de quien lleve los pantalones habrá de nacer un niño o una niña. Si en casa manda el padre la embarazada dará a luz un varón, pero si es la mujer la que parti el bacalau, nacerá una hembra. Es creencia que se da en Nuñomoral, Pasarón, Ahigal, Jarandilla, Galisteo, Hoyos, Gata, Villa del Campo, Hinojal y una interminable lista de pueblos.

6.Selección del sexo del niño.

Muchas mujeres cacereñas en lugar de predecir lo que hacen es una serie de prácticas con el fin de propiciar el sexo del feto conforme a sus propios deseos. De algunas de ellas ya he tratado más arriba tanto al hablar de la propiciación a nivel general como al referirme a las fórmulas de adivinación del sexo del niño aún no nacido. Se cree en algunos puntos de la provincia que el feto es asexual hasta un período bastante avanzado de la gestación. Ello lógicamente anima a la embarazada a realizar algunos actos que influirán a que el niño se decida por género masculino o femenino. En Gargantilla y Jarilla la gestante comerá corteza de pan si lo que desea es traer al mundo un niño. En caso de que quiera dar a luz una hembra no tendrá más que comer miga de tan común alimento. En Alía, Santibáñez el Alto, Zorita, Abadía, Granja de Granadilla y Garrovillas la embarazada, ya desde los primeros momentos y siempre que desee el nacimiento de un varón, tendrá que incluir en su dieta alimentos a los que el pueblo les atribuye sexo masculino, tales como pepinos, zanahorias, nabos y huevos, habiéndolos de tomar en ayunas y sin condimento de ninguna clase. En algunos núcleos de la Sierra de Gata la gestante bebía sangre de toro cuando deseaba tener un niño.

En Plasencia la mujer grávida que ansiara varón lo primero que hacía al levantarse cada mañana era dar unos golpes con la mano del almirez dentro del cuenco de éste. Pero en caso de que buscara el tener una hija la operación había de ser la opuesta: el cuenco golpearía la mano del almirez. El sonido también es tenido en cuenta en Cerezo. La embarazada pondrá un cencerro o esquila a una vaca o carnero de su propiedad .Si lo que pretende es una niña atascará el instrumento con telas o hierbas para que no toque. Pero si lo que desea es un hijo dejará el campanillo libre de estorbos para que toque al moverse el animal. De una u otra manera habrá de estar hasta el día del parto.

Las embarazadas de Cilleros acuden al Santuario de Nuestra Señora de Navelonga una vez cada mes de la gestación convencidas de que estas visitas propician el nacimiento de una hembra. Para dar a luz un varón basta con acercarse a la ermita de San José y dar una moneda macho como limosna.

En Ceclavín y Torremocha la mujer en estado que busque el nacimiento de un primogénito habrá de descalzarse primero el pie derecho cuando vaya a dormir y, al levantarse, habrá de ponerse en primer lugar ese mismo zapato. En caso de no hacerlo así durante toda la gestación ya sabe que su parto dará al mundo una hembra. En Albalat la cosa resulta menos complicada. Para tener una niña basta con que las gestantes se metan en casa todos los sábados antes de la puesta del sol.


José María Domínguez Moreno


FUENTE:
Fundación Joaquín Díaz