La mujer en los poblados de colonización desempeñó un papel económico fundamental. Tanto que sin su colaboración las explotaciones agrarias no hubieran sido viables. Aunque los titulares de las explotaciones fueran los hombres, las mujeres en los poblados de colonización han compartido las mismas tareas que éstos e incluso se encargaban de los trabajos más penosos, si bien casi siempre eran los menos públicos y reconocidos.
Una vez que llegaron a los poblados de colonización, las posibilidades de progreso laboral de las mujeres eran muy limitadas, tanto por la carga familiar como por las escasas oportunidades que ofrecía el entorno. Así nos indican los comentarios de Fermina Redondo (Entrerríos): «nosotras (las mujeres) aquí mal, porque no había un sitio donde pudiera ir a aprender un oñcio ni nada. Cultura para la mujer no había nada. No nos podíamos desplazar a ningún sitio para aprender a coser o bordar».
La mayor parte de los matrimonios emigrados a los pueblos de colonización eran jóvenes y con hijos, puesto que la carga familiar era un requisito favorable en la prelación establecida por el INC a la hora de conceder las parcelas. Las mujeres colonas compatibilizaron la atención a la familia y el desempeño de tareas agrícolas, las primeras en exclusiva y las segundas al mismo nivel que sus maridos.
Los varones entrevistados no destacan de forma generalizada el papel de la mujer, como era de esperar dada la edad y la escala de valores predominante en la época que les ha tocado vivir. Pero no faltan varones que respetan el trabajo realizado por sus mujeres. Sirvan algunos testimonios como excepción a la regla.
Francisco Arenas (Zurbarán) nos dice respecto del papel de las mujeres: «las mujeres aquí trabajaban como bestias. Cogiendo algodón, cogiendo maíz, con las botas de gomas puestas echando de comer y ordeñando a las vacas. Trabajando a rajatabla todo lo que podían; todas».
Miguel Duro (Zurbarán), que fue empleado del INC, reconoce que «la vida de las mujeres de los parceleros era muy dura. A las seis de la mañana estaban echando de comer al ganado y ordeñando, preparando su comida y ayudando a sus maridos en las parcelas. A veces las mujeres iban con los chiquillos a ayudar a sus maridos y los dejaban en cualquier sobrita (tierra baldía) que hubiera».
Manuel Flores, de Zurbarán, destaca alguna de las tareas: «las mujeres ayudaban en la recolección y en casa se ocupaban de los animales, las vacas y los recríos».
Y en el mismo sentido se expresa Jesús Gutiérrez (Entrerríos) respecto de su propia compañera: «mi mujer ha trabajado mucho conmigo en la parcela. También cosía y me atendía el ganado».
Del mismo modo, hay colonos que no tienen ningún empacho en reconocer que sus mujeres tenían pleno acceso a los recursos económicos de la familia, que éstas eran las que administraban realmente las cuentas e incluso que sus compañeras han decidido casi siempre en dónde había que gastar el dinero. Emilio Prieto (El Torviscal) así lo manifiesta: «los bienes materiales los administraban las mujeres, lo poco que teníamos». Francisco Arenas (Zurbarán), que tiene en muy buena estima el trabajo que realizaba su mujer, nos responde al respecto que «en mi casa mi mujer ha dispuesto siempre del dinero que había, igual o más que yo, porque yo jamás he pedido cuentas a mi mujer de nada, ella cogía lo que había y hacía lo que tenía que hacer».
Pero a pesar del reconocimiento brindado por algunos colonos al papel de la mujer, no se nos deben escapar las actitudes machistas en que estaba envuelta la sociedad rural de mediados del siglo XX. No queremos que, nuevamente, sólo los hombres sean protagonistas de la historia, o de la intrahistoria que nos ocupa, por eso se ha pedido también que las mujeres de los colonos nos cuenten el contexto en que se desenvolvió su vida: participación en el trabajo, aportación económica a las explotaciones familiares, participación en las decisiones económicas de la familia, dificultades que tuvieron en su maternidad y el cuidado de los hijos.
Hay testimonios realmente desgarradores que debemos destacar en este relato. Sin elevar a norma general los casos particulares, sí podemos decir que su vida no fue fácil. Llegaron muy jóvenes, con dos hijos pequeños de media, en edad de procrear aún y tuvieron más hijos en los poblados. En determinadas épocas realizaban la misma labor que sus maridos en el campo, pero la casa estaba a su cargo con todo lo que ello entraña: atención a los hijos y al ganado.
María Cerrato (Entrerríos), una de las pocas mujeres que tenía instrucción, regentaba una carnicería y nos cuenta: «yo me dedicaba a la casa, al campo, a la carnicería y a los niños». María, además, daba clases particulares a los niños del pueblo cuando no estaban ocupados en las faenas agrícolas. «Yo puse la escuela en Entrerríos. Todos los niños del pueblo iban a la escuela. Yo tuve la escuela hasta los años ochenta, cuando venían, por la mañana, por la noche, al mediodía, porque los muchachos que estaban empezando a trabajar los necesitaban los padres, no podían ir a la escuela, así que iban de noche... Tengo cuatro hijos, dos nacieron en Puebla y dos nacieron aquí. Yo no paraba, la casa unas veces estaba más limpia y otras veces estaba más sucia, así que yo me quedaba a arreglarla por la noche».
Francisca Cañamero (Entrerríos) tuvo serias dificultades para salir adelante: «me quedé viuda con tres hijos, yo mandaba a mi hijo a por los nabos (forraje para el ganado), tenía que cuidar de los animales, de la paja. Tuve que hacer de padre y de madre. No podíamos pagar. Me tenía que meter debajo de la cama cuando venían a cobrar».
Felisa Luengo (Entrerríos) también se quedó viuda a los 43 años. «A trabajar nos íbamos los dos (su marido y ella), porque teníamos que ayudarnos el uno al otro, quedaba hecha la comida y la mayor (su hija mayor), que tenía 5 años, se quedaba al cuidado de los otros dos, que tenía uno tres años y otro cuatro meses. Lavábamos de noche y blanqueábamos de noche, porque era todo muy duro».
Eulalia Sánchez (Entrerríos) era consciente de que las mujeres que vivían en los poblados tenían peor calidad de vida que el resto de las mujeres: «trabaja en la agricultura, la ganadería y las tareas del hogar. Las mujeres que vivían en Villanueva eran unas señoronas. Nosotras trabajamos mucho. Lo mismo trabajamos en la parcela que trabajamos en casa».
Dolores Ramos (Entrerríos) analiza, desde la atalaya de sus 77 años, su experiencia vital, plenamente consciente de la desigualdad de sexos: «trabajábamos más que los hombres, porque trabajábamos en casa y en la parcela. Cuando yo volvía de la parcela de trabajar me tenía que poner a aviar la cena, a preparar la casa y los niños. Mi marido se iba a tomar la copa de vino y llegaba a las once, hasta que le dije que si llegábamos los dos a la misma hora, los dos temamos que trabajar en casa, y desde entonces me decía que volviera un poco más temprano para aviar la cena...Trabajamos mucho y después, cuando llegaba, todo sin arreglar. Yo no tuve nunca siesta, mi marido dormido, los niños también y Dolores lavando y arreglándolo todo y por la tarde a trabajar otra vez.
(...)
La falta de mecanización de las nuevas explotaciones del Plan Badajoz fue suplida con el aporte extra de mano de obra femenina. La intensificación de muchos cultivos no se podría haber puesto en práctica sin que la mujer aportara al trabajo agrícola muchas horas de dedicación. Hemos de tener en cuenta que además esta implicación en las tareas agrícolas se hacía sin el apoyo de instituciones públicas de carácter social que facilitaran la incorporación de la mujer al trabajo y la conciliación de la vida familiar y laboral, tales como guarderías, jornadas reducidas, bajas por maternidad, etc.
Hoy podemos decir que fue la mano de obra femenina la que hizo posible la rentabilidad económica de las explotaciones agrícolas familiares del Plan Badajoz, auque no conste en las estadísticas, aunque jamás estas mujeres tengan por parte de la Adminis¬tración el reconocimiento de los derechos laborales que merecen. Gracias a la participación del trabajo extra de las mujeres, las explotaciones agrícolas de los colonos pudieron orientarse a cultivos intensivos como el algodón, pimientos, tomates y otras hortícolas, incrementando la producción láctea y cárnica. Cada explotación familiar era a su vez una huerta labrada en régimen intensivo y una microexplotación vacuna con un alto grado de autosuficiencia.
(...)
Una vez que llegaron a los poblados de colonización, las posibilidades de progreso laboral de las mujeres eran muy limitadas, tanto por la carga familiar como por las escasas oportunidades que ofrecía el entorno. Así nos indican los comentarios de Fermina Redondo (Entrerríos): «nosotras (las mujeres) aquí mal, porque no había un sitio donde pudiera ir a aprender un oñcio ni nada. Cultura para la mujer no había nada. No nos podíamos desplazar a ningún sitio para aprender a coser o bordar».
La mayor parte de los matrimonios emigrados a los pueblos de colonización eran jóvenes y con hijos, puesto que la carga familiar era un requisito favorable en la prelación establecida por el INC a la hora de conceder las parcelas. Las mujeres colonas compatibilizaron la atención a la familia y el desempeño de tareas agrícolas, las primeras en exclusiva y las segundas al mismo nivel que sus maridos.
Los varones entrevistados no destacan de forma generalizada el papel de la mujer, como era de esperar dada la edad y la escala de valores predominante en la época que les ha tocado vivir. Pero no faltan varones que respetan el trabajo realizado por sus mujeres. Sirvan algunos testimonios como excepción a la regla.
Francisco Arenas (Zurbarán) nos dice respecto del papel de las mujeres: «las mujeres aquí trabajaban como bestias. Cogiendo algodón, cogiendo maíz, con las botas de gomas puestas echando de comer y ordeñando a las vacas. Trabajando a rajatabla todo lo que podían; todas».
Miguel Duro (Zurbarán), que fue empleado del INC, reconoce que «la vida de las mujeres de los parceleros era muy dura. A las seis de la mañana estaban echando de comer al ganado y ordeñando, preparando su comida y ayudando a sus maridos en las parcelas. A veces las mujeres iban con los chiquillos a ayudar a sus maridos y los dejaban en cualquier sobrita (tierra baldía) que hubiera».
Manuel Flores, de Zurbarán, destaca alguna de las tareas: «las mujeres ayudaban en la recolección y en casa se ocupaban de los animales, las vacas y los recríos».
Y en el mismo sentido se expresa Jesús Gutiérrez (Entrerríos) respecto de su propia compañera: «mi mujer ha trabajado mucho conmigo en la parcela. También cosía y me atendía el ganado».
Del mismo modo, hay colonos que no tienen ningún empacho en reconocer que sus mujeres tenían pleno acceso a los recursos económicos de la familia, que éstas eran las que administraban realmente las cuentas e incluso que sus compañeras han decidido casi siempre en dónde había que gastar el dinero. Emilio Prieto (El Torviscal) así lo manifiesta: «los bienes materiales los administraban las mujeres, lo poco que teníamos». Francisco Arenas (Zurbarán), que tiene en muy buena estima el trabajo que realizaba su mujer, nos responde al respecto que «en mi casa mi mujer ha dispuesto siempre del dinero que había, igual o más que yo, porque yo jamás he pedido cuentas a mi mujer de nada, ella cogía lo que había y hacía lo que tenía que hacer».
Pero a pesar del reconocimiento brindado por algunos colonos al papel de la mujer, no se nos deben escapar las actitudes machistas en que estaba envuelta la sociedad rural de mediados del siglo XX. No queremos que, nuevamente, sólo los hombres sean protagonistas de la historia, o de la intrahistoria que nos ocupa, por eso se ha pedido también que las mujeres de los colonos nos cuenten el contexto en que se desenvolvió su vida: participación en el trabajo, aportación económica a las explotaciones familiares, participación en las decisiones económicas de la familia, dificultades que tuvieron en su maternidad y el cuidado de los hijos.
Hay testimonios realmente desgarradores que debemos destacar en este relato. Sin elevar a norma general los casos particulares, sí podemos decir que su vida no fue fácil. Llegaron muy jóvenes, con dos hijos pequeños de media, en edad de procrear aún y tuvieron más hijos en los poblados. En determinadas épocas realizaban la misma labor que sus maridos en el campo, pero la casa estaba a su cargo con todo lo que ello entraña: atención a los hijos y al ganado.
María Cerrato (Entrerríos), una de las pocas mujeres que tenía instrucción, regentaba una carnicería y nos cuenta: «yo me dedicaba a la casa, al campo, a la carnicería y a los niños». María, además, daba clases particulares a los niños del pueblo cuando no estaban ocupados en las faenas agrícolas. «Yo puse la escuela en Entrerríos. Todos los niños del pueblo iban a la escuela. Yo tuve la escuela hasta los años ochenta, cuando venían, por la mañana, por la noche, al mediodía, porque los muchachos que estaban empezando a trabajar los necesitaban los padres, no podían ir a la escuela, así que iban de noche... Tengo cuatro hijos, dos nacieron en Puebla y dos nacieron aquí. Yo no paraba, la casa unas veces estaba más limpia y otras veces estaba más sucia, así que yo me quedaba a arreglarla por la noche».
Francisca Cañamero (Entrerríos) tuvo serias dificultades para salir adelante: «me quedé viuda con tres hijos, yo mandaba a mi hijo a por los nabos (forraje para el ganado), tenía que cuidar de los animales, de la paja. Tuve que hacer de padre y de madre. No podíamos pagar. Me tenía que meter debajo de la cama cuando venían a cobrar».
Felisa Luengo (Entrerríos) también se quedó viuda a los 43 años. «A trabajar nos íbamos los dos (su marido y ella), porque teníamos que ayudarnos el uno al otro, quedaba hecha la comida y la mayor (su hija mayor), que tenía 5 años, se quedaba al cuidado de los otros dos, que tenía uno tres años y otro cuatro meses. Lavábamos de noche y blanqueábamos de noche, porque era todo muy duro».
Eulalia Sánchez (Entrerríos) era consciente de que las mujeres que vivían en los poblados tenían peor calidad de vida que el resto de las mujeres: «trabaja en la agricultura, la ganadería y las tareas del hogar. Las mujeres que vivían en Villanueva eran unas señoronas. Nosotras trabajamos mucho. Lo mismo trabajamos en la parcela que trabajamos en casa».
Dolores Ramos (Entrerríos) analiza, desde la atalaya de sus 77 años, su experiencia vital, plenamente consciente de la desigualdad de sexos: «trabajábamos más que los hombres, porque trabajábamos en casa y en la parcela. Cuando yo volvía de la parcela de trabajar me tenía que poner a aviar la cena, a preparar la casa y los niños. Mi marido se iba a tomar la copa de vino y llegaba a las once, hasta que le dije que si llegábamos los dos a la misma hora, los dos temamos que trabajar en casa, y desde entonces me decía que volviera un poco más temprano para aviar la cena...Trabajamos mucho y después, cuando llegaba, todo sin arreglar. Yo no tuve nunca siesta, mi marido dormido, los niños también y Dolores lavando y arreglándolo todo y por la tarde a trabajar otra vez.
(...)
La falta de mecanización de las nuevas explotaciones del Plan Badajoz fue suplida con el aporte extra de mano de obra femenina. La intensificación de muchos cultivos no se podría haber puesto en práctica sin que la mujer aportara al trabajo agrícola muchas horas de dedicación. Hemos de tener en cuenta que además esta implicación en las tareas agrícolas se hacía sin el apoyo de instituciones públicas de carácter social que facilitaran la incorporación de la mujer al trabajo y la conciliación de la vida familiar y laboral, tales como guarderías, jornadas reducidas, bajas por maternidad, etc.
Hoy podemos decir que fue la mano de obra femenina la que hizo posible la rentabilidad económica de las explotaciones agrícolas familiares del Plan Badajoz, auque no conste en las estadísticas, aunque jamás estas mujeres tengan por parte de la Adminis¬tración el reconocimiento de los derechos laborales que merecen. Gracias a la participación del trabajo extra de las mujeres, las explotaciones agrícolas de los colonos pudieron orientarse a cultivos intensivos como el algodón, pimientos, tomates y otras hortícolas, incrementando la producción láctea y cárnica. Cada explotación familiar era a su vez una huerta labrada en régimen intensivo y una microexplotación vacuna con un alto grado de autosuficiencia.
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FUENTE: Tierra Prometida. Historias y testimonios de la colonización en Extremadura. Fundación para la Promoción Social y Cultural de la Mujer "La Amistad"