...las llanuras del norte de Badajoz fueron escenario de una gran batalla entre cristianos y musulmanes. El encuentro de Zallaqa, o Sagrajas, el 23 de octubre de 1086, supuso la primera lucha de la Edad Media en la Península Ibérica. Por primera vez cristianos y musulmanes medían sus fuerzas partiendo de unas condiciones de relativa igualdad: era equiparable, al menos en teoría, la capacidad militar de los dos ejércitos y parejo, en fin, era el ímpetu y el arrojo de que hacían gala sus respectivos caudillos.
En efecto, el rey cristiano había culminado con éxito hacía unos meses sus campañas de presión sobre los reinos de taifas. Paralelamente, Yusuf Ibn Tasufin, el emir almorávide, había protagonizado una marcha imparable por el norte de Africa en la que fueron hitos destacados las conquistas de Tánger (1077), Tremecén (1081) y, al fin, Ceuta (1084). Desde junio de 1086, las tropas de Yusuf iniciaron el paso del Estrecho para proseguir, hacia el final del verano, su marcha hacia el Guadiana.
Las noticias de la llegada de las imparables fuerzas almorávides, reforzadas en camino por las tropas malagueñas de Abd Allah, el rey zirí de Granada y los auxilios del monarca sevillano al-Mutamid obligó a Alfonso VI a levantar el sitio que mantenía sobre Zaragoza, movilizar a un ejército de unos cincuenta mil hombres, e ir al inevitable enfrentamiento con las huestes musulmanas. Abd Allah refiere en sus Memorias que las tropas musulmanas debieron concentrarse en Badajoz antes que las cristianas, instalándose delante de la ciudad en espera de que el enemigo viniera a su encuentro.
Los albores de la jornada del viernes 23 de octubre de 1086 iluminaron la primera escena de una tragedia que se iba a prolongar hasta el anochecer, sembrando de muertos y heridos las llanuras entre el Gévora y el Guadiana. Antes de las primeras luces, los batallones cristianos se lanzaron por sorpresa sobre los campamentos musulmanes. Las fuentes musulmanas coinciden en calificar de alevoso el ataque de Alfonso VI, por el hecho de ser viernes aquella jornada, día santo para el Islam.
Una celada, dirigida por el propio emir, atacó el campamento alfonsino y sentenció la batalla. Los cristianos huyeron en desbandada. Sólo unos cuantos quedaron en torno al rey que, herido, tuvo que emprender una penosa retirada. Despejado momentáneamente el campo cristiano, los almorávides mudaron su atención hacia los frágiles reinos de al-Andalus, de los que no tardaron en apoderarse.
FUENTE: legadoandalusi.es
En efecto, el rey cristiano había culminado con éxito hacía unos meses sus campañas de presión sobre los reinos de taifas. Paralelamente, Yusuf Ibn Tasufin, el emir almorávide, había protagonizado una marcha imparable por el norte de Africa en la que fueron hitos destacados las conquistas de Tánger (1077), Tremecén (1081) y, al fin, Ceuta (1084). Desde junio de 1086, las tropas de Yusuf iniciaron el paso del Estrecho para proseguir, hacia el final del verano, su marcha hacia el Guadiana.
Las noticias de la llegada de las imparables fuerzas almorávides, reforzadas en camino por las tropas malagueñas de Abd Allah, el rey zirí de Granada y los auxilios del monarca sevillano al-Mutamid obligó a Alfonso VI a levantar el sitio que mantenía sobre Zaragoza, movilizar a un ejército de unos cincuenta mil hombres, e ir al inevitable enfrentamiento con las huestes musulmanas. Abd Allah refiere en sus Memorias que las tropas musulmanas debieron concentrarse en Badajoz antes que las cristianas, instalándose delante de la ciudad en espera de que el enemigo viniera a su encuentro.
Los albores de la jornada del viernes 23 de octubre de 1086 iluminaron la primera escena de una tragedia que se iba a prolongar hasta el anochecer, sembrando de muertos y heridos las llanuras entre el Gévora y el Guadiana. Antes de las primeras luces, los batallones cristianos se lanzaron por sorpresa sobre los campamentos musulmanes. Las fuentes musulmanas coinciden en calificar de alevoso el ataque de Alfonso VI, por el hecho de ser viernes aquella jornada, día santo para el Islam.
Una celada, dirigida por el propio emir, atacó el campamento alfonsino y sentenció la batalla. Los cristianos huyeron en desbandada. Sólo unos cuantos quedaron en torno al rey que, herido, tuvo que emprender una penosa retirada. Despejado momentáneamente el campo cristiano, los almorávides mudaron su atención hacia los frágiles reinos de al-Andalus, de los que no tardaron en apoderarse.
FUENTE: legadoandalusi.es