Víctor Chamorro, que tituló el tomo II de su original Historia de Extremadura ‘La Iluminada’, ya se ocupó allí ( páginas 183-210) del fenómeno también conocido como «Los alumbrados de Llerena» y del «perro ventor» , fray Alonso de la Fuente, cuyas denuncias implacables desencadenarían las intervenciones de la Inquisición (más benévolas de lo deseado por el ardiente dominico). Es el protagonista de esta novela, quizá la más lograda del autor extremeño. Nacido en Fuente del Maestre (1553), su padre y abuelos habían pertenecido a la Orden de Santiago, por lo que ha de incluírsele familiarmente en el grupo de cristianos viejos, circunstancia tal vez no del todo ajena a su enemiga contra los Alumbrados ( casi todos de origen judeoconverso). Profesó en la Orden de Santo Domingo, pasando una decena de años en el Colegio-Universidad de Santo Tomás de Sevilla, donde llegó a ser Rector. Tuvo, pues, sólidos conocimientos de filosofía y teología, según demostrarán más tarde sus polémicos escritos. Aunque practicase la docencia en los Estudios de su Orden, prefiere ejercer la predicación. Para ello, recorre distintos lugares de Extremadura. Esto le permite contactar con los grupos de teatinos, iluminados o alumbrados que, ante su asombro, parecen pulular por toda la Baja Extremadura.. Combatirlos denodadamente será el papel que él mismo se atribuye, para lo cual comienza por denunciarlos ante el tribunal de la Inquisición. Para poner en evidencia los gravísimos errores en que, a su entender, han incurrido aquellos hombres y mujeres redacta sólidos Memoriales, que dirige al temido Tribunal, a los superiores de su Orden, a altas autoridades eclesiásticas y al propio Rey Felipe II. En dichos textos analiza los errores teológicos y abomina de la conducta, especialmente en cuestiones sexuales, que siguen los Alumbrados. Contra ellos desencadena una rígida cruzada ideológica, cuyo ímpetu ocasionalmente se volverá contra el propio fraile, sin duda por los excesos en que con frecuencia incurre el colérico fontanés.
Aunque hayan pasado a la historia bajo el epígrafe de «Alumbrados de Llerena», en virtud del auto de fe a que los sometiera el Tribunal inquisitorial allí residente, fray Alonso los descubre por todos los rincones extremeños : En Alburquerque, Alcántara, Arroyo de Mérida, Badajoz, Las Brozas, Casatejada, Cilleros, Coria, Cumbres Altas, La Parra, Garrovillas, Granadilla, El Hinojar, Hornachos, Lobón, Medellín, Mérida, Montijo, Navalvillar, Plasencia, Puebla del Conde, Segura de León, Trujillo, Valencia de la Torre, Villanueva de la Serena, Jerez de los Caballeros, Almendral, Almendralejo, Barcarrota, Fregenal, Fuente de Cantos, la misma Llerena, Azuaga, la Fuente del Maestre, Usagre, y tantas otras villas interviene el Santo Oficio para localizar grupos infectados por las peligrosas ideas. Pero fue Zafra el verdadero núcleo del Alumbradismo. No en vano la mayor parte de su población es de origen judío, según fray Alonso, quien no duda en adscribir a dicha etnia a los setenta clérigos segedanos de la época. Desde 1570, cuando inicia sus predicaciones, hasta que expire el año 1592 , ya Maestro en Teología, fray Alonso lucha contra viento y marea por erradicar de Extremadura aquella peligrosa herejía, pues por tal la tuvo. Más aún, pretendió extender la persecución a tierras portuguesas y andaluzas, convencido de que hasta ellas llegaban las comunidades de Alumbrados. Pero no se redujo a perseguirlos. Pretendió comprender dónde podían estar las fuentes doctrinales que nutren aquellos espíritus enfervorizados. Fue esta búsqueda intelectual la que habría de generarle las máximas incomprensiones, hasta el punto de ser él mismo sospechoso para la Inquisición. En efecto, proclamaba enfáticamente que las orientaciones pastorales del obispo Juan de Ribera, el enfoque de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, ciertos planteamientos de la descalcez franciscana, los sermones del místico renano Juan Tauler, los libros místicos de Teresa de Ávila y, sobre todo, las tesis difundidas por Luis de Granada en su libro De la oración, eran el sustrato sobre el cual fue elevándose el edificio alumbradista. Hasta la misma Roma, según consta por documentación del Archivo Secreto Vaticano, llegarían las denuncias del dominico extremeño. Los grupos Alumbrados se distinguían por su valoración máxima de la oración mental, de carácter contemplativo (dos horas diarias), con claro desprecio hacia las fórmulas externas (Horas, rosario, etc.), incluidos también los sacramentos, si no es el de la Eucaristía, previa confesión (con alguien de la comunidad). El convencimiento de poder alcanzar incluso la visión de la esencia divina, una vez logrado cierto grado de perfección. La seguridad de que Dios se comunica a las almas sensiblemente, con nítidas repercusiones afectivas de calor, transportes corporales, sensaciones cálidas, sabor y dulzura., éxtasis incluso. El aprecio hacia las afecciones corporales, tenidas como el testimonio de haber recibido la gracia divina. El menosprecio de las obras buenas y de las virtudes clásicas, prefiriendo ser « dejados»: los que se empapan de Dios. La abundante presencia de clérigos, a veces de notable formación, así como de mujeres de toda clase y condición. El desapego frente a los bienes materiales. Sus duras críticas a los frailes y monjas y la desconfianza ante las autoridades civiles y religiosas.
Chamorro ha estudiado concienzudamente el fenómeno alumbrista y lo presenta muy bien enmarcado en su contexto espaciotemporal, lo que hace de la obra un buen retrato, crítico e irónico, de la España de Felipe II. Con extraordinaria riqueza léxica, en la que sobresalen numerosos y acertados neologismos, ‘Los Alumbrados’ nos parece una novela histórica muy superior a tantas de su género que hoy se escriben.
Aunque hayan pasado a la historia bajo el epígrafe de «Alumbrados de Llerena», en virtud del auto de fe a que los sometiera el Tribunal inquisitorial allí residente, fray Alonso los descubre por todos los rincones extremeños : En Alburquerque, Alcántara, Arroyo de Mérida, Badajoz, Las Brozas, Casatejada, Cilleros, Coria, Cumbres Altas, La Parra, Garrovillas, Granadilla, El Hinojar, Hornachos, Lobón, Medellín, Mérida, Montijo, Navalvillar, Plasencia, Puebla del Conde, Segura de León, Trujillo, Valencia de la Torre, Villanueva de la Serena, Jerez de los Caballeros, Almendral, Almendralejo, Barcarrota, Fregenal, Fuente de Cantos, la misma Llerena, Azuaga, la Fuente del Maestre, Usagre, y tantas otras villas interviene el Santo Oficio para localizar grupos infectados por las peligrosas ideas. Pero fue Zafra el verdadero núcleo del Alumbradismo. No en vano la mayor parte de su población es de origen judío, según fray Alonso, quien no duda en adscribir a dicha etnia a los setenta clérigos segedanos de la época. Desde 1570, cuando inicia sus predicaciones, hasta que expire el año 1592 , ya Maestro en Teología, fray Alonso lucha contra viento y marea por erradicar de Extremadura aquella peligrosa herejía, pues por tal la tuvo. Más aún, pretendió extender la persecución a tierras portuguesas y andaluzas, convencido de que hasta ellas llegaban las comunidades de Alumbrados. Pero no se redujo a perseguirlos. Pretendió comprender dónde podían estar las fuentes doctrinales que nutren aquellos espíritus enfervorizados. Fue esta búsqueda intelectual la que habría de generarle las máximas incomprensiones, hasta el punto de ser él mismo sospechoso para la Inquisición. En efecto, proclamaba enfáticamente que las orientaciones pastorales del obispo Juan de Ribera, el enfoque de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, ciertos planteamientos de la descalcez franciscana, los sermones del místico renano Juan Tauler, los libros místicos de Teresa de Ávila y, sobre todo, las tesis difundidas por Luis de Granada en su libro De la oración, eran el sustrato sobre el cual fue elevándose el edificio alumbradista. Hasta la misma Roma, según consta por documentación del Archivo Secreto Vaticano, llegarían las denuncias del dominico extremeño. Los grupos Alumbrados se distinguían por su valoración máxima de la oración mental, de carácter contemplativo (dos horas diarias), con claro desprecio hacia las fórmulas externas (Horas, rosario, etc.), incluidos también los sacramentos, si no es el de la Eucaristía, previa confesión (con alguien de la comunidad). El convencimiento de poder alcanzar incluso la visión de la esencia divina, una vez logrado cierto grado de perfección. La seguridad de que Dios se comunica a las almas sensiblemente, con nítidas repercusiones afectivas de calor, transportes corporales, sensaciones cálidas, sabor y dulzura., éxtasis incluso. El aprecio hacia las afecciones corporales, tenidas como el testimonio de haber recibido la gracia divina. El menosprecio de las obras buenas y de las virtudes clásicas, prefiriendo ser « dejados»: los que se empapan de Dios. La abundante presencia de clérigos, a veces de notable formación, así como de mujeres de toda clase y condición. El desapego frente a los bienes materiales. Sus duras críticas a los frailes y monjas y la desconfianza ante las autoridades civiles y religiosas.
Chamorro ha estudiado concienzudamente el fenómeno alumbrista y lo presenta muy bien enmarcado en su contexto espaciotemporal, lo que hace de la obra un buen retrato, crítico e irónico, de la España de Felipe II. Con extraordinaria riqueza léxica, en la que sobresalen numerosos y acertados neologismos, ‘Los Alumbrados’ nos parece una novela histórica muy superior a tantas de su género que hoy se escriben.
FUENTE
Texto: Manuel Pecellín Lancharro
Ubicación: blogs.hoy.es