Cristina Martínez pertenece al grupo de esas mujeres extremeñas (extensible al alma alentejana) que poseen el gen de la aventura, de la incertidumbre, de la inquietud, del dolor, de la seducción.
Como ya lo hicieron, en otros momentos de nuestra historia y razones bien diferentes, Juanita Smith, Elvira Quintana o la propia Florbela Espanca, Cristina Martínez abandonó su paisaje fundacional para emprender un viaje en el tiempo, en las formas y en los espacios.
Aún hay quien la recuerda en Campanario, en el horizonte inmenso de La Serena. Hermosa, hermosísima como la montijana Elvira Quintana o la también bellísima Florbela.
A mediados de los años 80 del pasado siglo nos la encontramos en Washington D.C. Aquí empieza la leyenda. Cuentan las crónicas que en 1985, durante un concierto de la banda Jesus & Mary Chain, conoce a un tal Jon Spencer.
Eran días viscosos. De alambre. De crestas. De ruido, mucho ruido. De guitarras sucias. De música en los garajes.
El tal Jon Spencer toca en grupos de sótano. Underground se dice. Downtown se llama.
Cristina Martínez es ya una joven viajada y bruseleada. Forma parte del engranaje salvaje de la ciudad.
De la misma forma que la dulce Juanita Smith seduce con su tragedia pacense al teniente inglés Smith y acaba dando su nombre a una ciudad en Sudáfrica, o Elvira Quintana ahoga las penas de la guerra en Montijo cantándole al amor en tierras mejicanas, Cristina Martínez y Jon Spencer comienzan una aventura comunal que ya forma parte de la memoria más oscura del rock global.
Pussy Galore, Honeymoon Killers o Boss Hog forman parte de un esotérico círculo para iniciados en eso que algunos denominan el Trash Rock neoyorkino.
Volvemos a hablar de las guitarras sucias, casi destempladas, de los mensajes disconformes, de la esencia punk, en suma.
Son muchas las etiquetas que los críticos aplican a esta forma de hacer canciones, a este estilo de ver la vida. Garaje. Blues Punk. Rock Alternativo. Rock esquizoide.
Sea como fuera nuestra Cristina se convirtió en un icono de los bajos fondos musicales neoyorkinos, y por extensión, europeos.
Su imágenes desnudas en las carátulas de los discos, o en los conciertos vestida de látex la hicieron protagonista de muchos sueños de cuero y electricidad radiante.
Cuenta la leyenda que, sin embargo, volvió a Campanario para casarse de blanco y por la iglesia, como Dios manda, con Jon Spencer. ¿Alguien guarda fotos de ese día?
Obviamente, puedes adentrarte en Cristina Martínez y su música en las ventanas abiertas al mundo del proyecto Cantarrania. Ahí lo tienes todo.
Como ya lo hicieron, en otros momentos de nuestra historia y razones bien diferentes, Juanita Smith, Elvira Quintana o la propia Florbela Espanca, Cristina Martínez abandonó su paisaje fundacional para emprender un viaje en el tiempo, en las formas y en los espacios.
Aún hay quien la recuerda en Campanario, en el horizonte inmenso de La Serena. Hermosa, hermosísima como la montijana Elvira Quintana o la también bellísima Florbela.
A mediados de los años 80 del pasado siglo nos la encontramos en Washington D.C. Aquí empieza la leyenda. Cuentan las crónicas que en 1985, durante un concierto de la banda Jesus & Mary Chain, conoce a un tal Jon Spencer.
Eran días viscosos. De alambre. De crestas. De ruido, mucho ruido. De guitarras sucias. De música en los garajes.
El tal Jon Spencer toca en grupos de sótano. Underground se dice. Downtown se llama.
Cristina Martínez es ya una joven viajada y bruseleada. Forma parte del engranaje salvaje de la ciudad.
De la misma forma que la dulce Juanita Smith seduce con su tragedia pacense al teniente inglés Smith y acaba dando su nombre a una ciudad en Sudáfrica, o Elvira Quintana ahoga las penas de la guerra en Montijo cantándole al amor en tierras mejicanas, Cristina Martínez y Jon Spencer comienzan una aventura comunal que ya forma parte de la memoria más oscura del rock global.
Pussy Galore, Honeymoon Killers o Boss Hog forman parte de un esotérico círculo para iniciados en eso que algunos denominan el Trash Rock neoyorkino.
Volvemos a hablar de las guitarras sucias, casi destempladas, de los mensajes disconformes, de la esencia punk, en suma.
Son muchas las etiquetas que los críticos aplican a esta forma de hacer canciones, a este estilo de ver la vida. Garaje. Blues Punk. Rock Alternativo. Rock esquizoide.
Sea como fuera nuestra Cristina se convirtió en un icono de los bajos fondos musicales neoyorkinos, y por extensión, europeos.
Su imágenes desnudas en las carátulas de los discos, o en los conciertos vestida de látex la hicieron protagonista de muchos sueños de cuero y electricidad radiante.
Cuenta la leyenda que, sin embargo, volvió a Campanario para casarse de blanco y por la iglesia, como Dios manda, con Jon Spencer. ¿Alguien guarda fotos de ese día?
Obviamente, puedes adentrarte en Cristina Martínez y su música en las ventanas abiertas al mundo del proyecto Cantarrania. Ahí lo tienes todo.