El Arroyo de los Cagaos

A principios de los 90, la Taberna de Maxi (antes Ca'Belloto) en Villanueva la Vera era el reducto de los más escandalosos pelanas adolecentes del pueblo. Allí se reunían para beber calimocho, fumar porros y cantar canciones de la maqueta de Extremoduro que habían logrado nadie sabe cómo. Con el paso del tiempo estos pelanas fueron creciendo y descubrieron las virtudes del vino de pitarra, vedado para los vándalos sin iniciar que eran antes. En estos momentos, cuando los vapores del vino nublaban su conocimiento, cantaban entre el repertorio jevi, cierta canción verata en la que se apologiza la masturbación, con lo que poco a poco fueron dirigiendo su esfuerzo hacia la recopilación de canciones de taberna con las coplas lo más guarras y escandalosas posibles y que más tarde harían famoso al Arroyo. Algunos, incluso se arrimaban a las numerosas rondas que con motivo de bodas u otros festejos pasaban por la puerta de tan entrañable taberna, refugio último para aquellos que en estos singulares eventos querían escaquearse de tener que pisar suelo sagrado. En esta época, y hay documentos gráficos que así lo corroboran, celebraban los cumpleaños aporreando la guitarra y verreando en lo que llamaban liar una zambra, descubriendo el inmmeso placer de revolcarse en el suelo cuan mulos sudados duchándose en la arena.


Y llegó el día en que cerró sus puertas la ya legendaria taberna de Maxi, pues se jubilaba el tabernero incapaz de soportar más los intensos hedores marihuaneros que emanaban de su lugar de trabajo. Tras echarle a tío Maxi una despedida que estuviera a la altura de las circunstancias, en la que casi mueren electrocutados, anduvieron errantes sin bar fijo hasta que Merengue les ofreció su paciencia mañanera, quedando desde entonces su taberna establecida como sede oficial de estos singulares personajes. Tras un intento de formar un grupo de thrash metal que al fin y al cabo les sirvió para iniciarse en la música, fueron descubriendo que era más divertido tocar por bares y tabernas que en local de ensayo. Así pues, los derroteros de estos pelanas no transcurrirían más por el mundo de los electroduendes, y las guitarras eléctircas empezaron a oxidarse y cojer polvo abandonadas en el local, mientras que la vieja guitarrilla no paraba de romper cuerdas y dedos por igual. Además, poco a poco se fueron uno a uno cortando el pelo según fueron siendo llamados a filas, con lo que los exentos, los objetores y los insumisos son los únicos de este grupo que siguen teniendo el pelo largo (es decir, el exento, el objetor y el insumiso).

Gracias al legendario Peporro, a José María y otros aguitarreros, a la sombra de la encina del Labrao el Señor y a la santa paciencia de Merengue , algunos de estos Calaveras (como se conocía por esta época a los antiguos pelanas que seguían con la afición a las camisetas románticas) aprendieron de mala manera a afinar guitarras, laudes, bandurrias, arabeles y lo que hicera falta. Con los guitaparros afinados descubrieron un maravilloso mundo de armonías tradicionales que antes les parecía provenir del vapor mágico del pitarra marihuanero. Así pudieron comprobar que si en vez de gritar a lo burro y aporrear la guitarra ponían ciertos acordes en un orden determinado y se entonaba una tosca medolía en conjunción resultaba una bella canción, incluso podía salir una jota o una rondeña. Descubrieron además que existían varios estilos para cada cantaor y pueblo y, en general, un universo entero de melodías y ritmos por explorar. Y eso les pareció bueno.

Así, cuando cerraban la discoteca, en vez de dedicarse a berrear como antes, corrían a sus casas a por los guitarros, los afinaban a duras penas y practicaban horas y horas, amenzando las tranquilas mañanas domingueras de Villanueva. Lo hicieron con tanto entusiasmo que los propios pelanas que no sabían tocar ningún instrumento aprendieron a hacerlo para no dormirse, pues su fama de juerguistas infatigables se estaba echando a perder. En esta época empezaron a manifestarse los talentos hasta entonces ocultos de algunos de estos vándalos que parecía que sólo sabían dedicarse a hacer el indio. También se reforzó el grupo con una nueva camada de jevis sin domar que también habían evolucionado desde lo más cañero del Hardcore hasta la música tradicional.

Debido a un cúmulo de casualidades de la vida, en la radio del tractor que escuchaban colgando tabaco un día escucharon que existía un concurso de jotas y rondeñas al que decidieron presentarse, dispuestos a cagarse en Dios como usualmente hacían. Desde entonces los pilares que el deleznable caudillo había eregido para tratar de domesticar la música tradicional empezaron a derrumbarse. Corría el año 1996, El Arroyo los Cagaos empezaba su actividad guerrillera.


FUENTE:
arroyodeloscagaos.com