Jardín de las Arguijuelas


Viajero, a las Arguijuelas hay que ir en mañanas de lluvia, porque las tardes de paseo están para otros.

El silencio sobrecoge. Es un tópico. No sobrecoge. Simplemente asusta. Da miedo. No cantan los pájaros, no ladran los perros, el eco del quesebesen de la boda del día anterior ya se ha perdido entre los árboles del otro lado de la carretera, donde la ermita de Gracia.

Algo no cuadra. Dos castillos de libro. Esbeltos. Señoriales. Levantados sobre paisaje horizontal. Perfectos. Tanto que parecen construidos para un plató de cine.

Nadie duda de que en sus principios fueran casas fuertes, como otras que florecieron junto al Salor. Pero lo que hoy vemos es un conjunto residencial sereno, elegante, por momentos exquisito. Nadie duda de que antaño estos muros fueran, o quisieran ser, banderas de poder. Hoy, sin embargo, son marcas de poderío.

Lo que contemplas desde el exterior enmudece a los castillos de Hollywood y de Ivanhoe. Lo que puedes ver por dentro se acerca a los patios de los palacios de la ciudad madre.

Bajo ese aspecto castrense externo que se levanta desde finales del siglo XV, se esconde un encuentro con la literatura romántica. La hiedra se va adueñando, calculadamente, de las paredes de piedra, y las abraza, como dice la canción, y aspire tu perfume cual hiedra unida a ti vivir.

En el castillo de Abajo un hermoso y cuidado jardín da la bienvenida al viajero. No es del tiempo de los hombres antiguos. No estaba de moda. Éramos recios. Dicen que se diseñó a finales del XIX, y que sus sucesivos propietarios lo han mimado con cariño. Y parece verdad, porque es el jardín el que le da a este castillo (repleto de almenas, torres, matacanes, garitas, troneras y saeteras, y también de pajares, con algún horno y cuadras para animales de engorde) ese aire decimonónico, y lánguido que desprende, propenso a los desamores irremediables, a las lágrimas inconsolables, a los pétalos de rosas amargas.

Y es este jardín el que le otorga el horizonte al castillo de Arriba, porque sentado bajo alguno de sus árboles o en algún pretil de piedra, el viajero tiene una imagen espectacular de ese otro castillo que dicen que se construyó algo después. Qué mala es la envidia.

Pero sobre todo el jardín es el epicentro de las Arguijuelas, porque en esos días de lluvia es posible que te encuentres a una princesita que llamamos Lucía haciendo fotografías a los visitantes perdidos por el camino de la Plata. Tendrá el cabello mojado, y si la saludas, ella te regalará una sonrisa y un clic con su cámara recién llegada a casa en día de Reyes.

Pues sí, Las Arguijuelas son dos esbeltos castillos y un jardín decimonónico, y casitas bajas y corrales. Pero sobre todo las Arguijuelas son una perspectiva de macetas dispuestas sobre el paisaje.


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