Banderas Lusitanas

Para comprender correctamente el alcance de estos conflictos y su larga duración es preciso recordar que Roma había comenzado ya su política intervencionista en el Oriente mediterráneo, cuyo control y conquista drenarían parte sustancial de sus recursos y esfuerzos. En el 168 a.C. caía Macedonia y Roma actuaba señorialmente en Délos, Rodas, Pérgamo, Seleucia y, al poco, en el reino de Bitinia. Saqueaban las legiones Epiro; Macedonia e Iliria eran divididas en distritos sin personalidad política y cientos de rehenes de la Liga Aquea eran deportados al Lacio (167), Roma intervenía en Dalmacia (157), en Liguria (155), en Cartago, asediada (149) y destruida (146), contra los rebeldes residuales macedonios (149) y contra Corinto (146), atrozmente arrasada amén de las acciones desarrolladas contra vetones, vacceos y celtíberos en Hispania. La República se enfrentaba con problemas de magnitud imperial, nunca antes planteados, que alteraban su estructura y tradiciones. Surgían nuevas leyes contra la corrupción política y financiera (159, 149) o sobre el sufragio secreto en elecciones y tribunales (139, 137).

Las guerras lusitanas duraron ininterrumpidamente del 154 al 138 a.C. y coincidieron con las celtibéricas (153-151 y 143-133). Suelen estudiarse en dos fases, separadas por la intervención de Viriato (147). Según la verosímil interpretación romana, bandas de lusitanos realizaron incursiones en territorio sujeto a Roma en busca de botín y medios de subsistencia. Su jefe, Púnico, derrotó a los pretores Manlio y Pisón, matándoles a 6.000 hombres y, entre ellos, al cuestor Terencio Varrón. Púnico logró que los vetones se le uniesen. Le sucedió en el mando, a su muerte, Césaro, que derrotó a Mumio (153), el futuro destructor de Corito, causándole 9.000 bajas e impresionando a los celtíberos, que se concertaron con él, aunque en el 152 firmaron la paz por separado con Roma. Mumio recuperó parte de la presa lusitana pero otro grupo organizado en el Tajo mandado por Cauqueno, entró en el Algarve, en tierras de los conios, y llegó, cruzando el Estrecho, hasta Arcila (Ocili), donde Mumio, que iba en su acoso, los exterminó y obtuvo del Senado la celebración en Roma de un triunfo solemne por la acción. El nuevo gobernador, Atilio Serrano, logró la paz tras algunos éxitos en combinación con su colega de la Citerior, Marcelo, que luchaba contra los celtíberos.

En el año 151, los lusitanos reanudaron las hostilidades verosímilmente buscando alguna posibilidad de supervivencia colectiva ante el continuado quebrantamiento de los compromisos asumidos por Roma. El gobernador Galba perdió 7.000 soldados en el contraataque y hubo de huir a Carmena para no ser capturado. Mientras invernaba en el Algarve, desarbolado su ejército, su colega de la Citerior, Lúculo, causó graves daños a los lusitanos.

En apariencia, el descontento lusitano estaba motivado por las brutales exacciones de los propretores romanos que actuaban como autócratas despejando su futuro político y económico sobre la base del expolio a los bárbaros de Hispania, lo que debían hacer en el breve plazo de catorce meses, duración de su mandato. La pobreza de parte del territorio lusitano y, sobre todo, la de sus áreas montañosas, sobrecargadas demográficamente, explican la actitud levantisca y pugnaz de los lusitanos. Cuando Galba decidió ofrecer a los rebeldes tierras donde asentarse y organizarse en tres comunidades políticas, y otros tantos lugares donde reunirse, desarmados, para proceder a las asignaciones, los lusitanos aceptaron el número que las fuentes calculan entre ocho y treinta mil. La ambición desmedida de Galba, que ya era riquísimo, al apoderarse inicuamente de los despojos lusitanos escandalizó al propio Senado, donde personajes como Catón y Cetego acusaron a Galba de impiedad y avaricia aunque sin fruto. Uno de los supervivientes, llamado Viriato, no olvidaría nunca lo sucedido. En el 148-147, los lusitanos volvieron a alzarse en armas, buscando medios de vida en el saqueo de la próspera Turdetania. Cayo Vetilio pudo hacerle frente y proponerle, de nuevo, un sistema de asentamiento que garantizara su supervivencia como colectividad. Fue Viriato quien temeroso de que Vetilio repitiese la infame conducta de Galba, disuadió a su pueblo de aceptar el pacto. Y, con un millar de hombres que decidieron seguirle, dio comienzo la segunda fase de estos conflictos mas conocidos con el nombre de Guerras de Viriato.

FUENTE: Guillermo Fatás Cabeza. Gran Enciclopedia Extremeña. vol. 5