La distancia con respecto a las primeras casas del pueblo es de dos kilómetros, teniendo acceso desde dos caminos, uno más abrupto que discurre a través de los olivares de la falda umbría de la Sierra de las Pozatas y otro más usual que en llano sale del pueblo por la calle del Motor y pasa por detrás del Cementerio Municipal. Durante el tiempo que estuvo abierto también se utilizó otro camino que atravesando la cresta de la sierra de Benquerencia llegaba a la umbría donde más abajo se situaba el campo. Añadir el camino que desde Cabeza del Buey llegaba casi paralelo a la línea de ferrocarril Badajoz- Ciudad Real. Las cuatro opciones fueron utilizadas y subsistieron en el trasiego constante que hubo hacia el recinto alambrado.
Para una primera aproximación a su descripción utilizaremos el testimonio de varios ex-prisioneros:
“Castuera, un verdadero campo de concentración. Estaba situado en una explanada cerca del pueblo y de la vía férrea. A la izquierda había un montículo bastante alto.”[1]
“Ese era uno de verdad, con barracones de madera formando calles; había unos ochenta barracones, ocho filas de diez, la calle central mucho más ancha, casi una plaza...”[2]
“Tenía 10 calles de barracones, cada una de ellas formada por 10 barracones con 85 personas cada uno. Estaba rodeado todo el campo por una alambrada de 4 metros de altura y 4 de ancha...”[3]
Con una cierta pendiente, su considerable superficie de 72.000 metros cuadrados, nos referimos a lo que sería el terreno alambrado, se extendía en la umbría del inicio de la Sierra de las Pozatas. Por supuesto la mensura aludida se refiere a la extensión que llegó a ocupar en el momento de su cierre, ya que tuvo numerosas ampliaciones y reestructuraciones. La zona está literalmente rodeada de pozos mineros, siendo los más próximos el de la “Gamonita” y “Tetuán”, y un poco más alejados pero localizables a simple vista los situadas en las fincas “Brillante”, “Peñón”, “Peñoncillo” y un poco más alejada “Vallehondo”.
La vía del tren pasa a unos quinientos metros de la parte baja del campo, dirección noreste, zona donde en algún momento fueron situadas algunas letrinas. La presencia de militares en la zona está comprobada desde el acantonamiento de tropas tras el cierre de la “Bolsa” donde hubo efectivos de la 21 División instalados en barracones cercanos a la mina de la “Gamonita”, “junto a una mina abandonada”[4] como así se indica en la descripción de los estados de fuerza tras las operaciones del cierre de la “Bolsa”. Todo apunta a que en dichos terrenos se situó el efímero campo de evacuación de prisioneros a finales de julio y principios de agosto de 1938. También a pocos metros se conservan numerosas líneas de trincheras construidas casi en su totalidad por las nacionalistas en la contraofensiva republicana de agosto de 1938.
En el camino señalado del Cementerio Municipal y a una altura próxima ya al Campo, pero sin divisarse aún, se situaba, según numerosos testimonios, un primer puesto de control militar. Éste último coincidía con un cordón perimetral de seguridad que abarcaba desde distintos puntos una vista completa del Campo de Concentración[5]. Dicha “frontera” exterior tenía como distancia de referencia la vía del tren sobre la que se situaban varias de las casas de vigilancia que conformaban esa primera línea de control. Cada puesto estaba formado por cinco o seis soldados que iban siendo relevados según las horas del día o de la noche. Añade nuestro testimonio, cómo ese primer control, en determinadas ocasiones, ya se dedicaba a recibir la comida y ropas que llevaban los familiares de los presos. Por ello pudo asistir en primera persona y de manera reiterada al “expolio” de lo poco que podían llevar los familiares a los prisioneros.
Un nuevo puesto de control se situaba cercano al todavía existente castillete de la mina de la “Gamonita” y estaba formado por la escolta o vigilancia exterior del Campo. Adosado a dicho castillete se encontraba una oficina donde en ciertos períodos se tomó filiación de los prisioneros que llegaban y donde también irían llegando las distintas peticiones de entregas y visitas de los familiares de los prisioneros. En dichas instalaciones u otras anexas se realizaban también los duros interrogatorios a los prisioneros.
Al inicio de la falda de la sierra, antes de entrar al recinto propiamente dicho del campo alambrado se ubicaban varios barracones para los escoltas, en el lado donde se situaba la bandera, de la que aún quedan vestigios de la plataforma de cemento desde donde se alzaba su mástil. En esa zona también se ubicaría un economato que sería compartido por prisioneros y guardianes. Un poco más arriba y en dirección sur se situaba el barracón del Jefe del Campo, el puesto de mando, como señalan los testimonios, de cuya estructura se conservan sus cimientos y dos hoyos próximos que delatan la presencia de dos nidos de ametralladoras que dominarían fácilmente el campo desde el exterior. Curiosamente estas máquinas estaban apuntando hacia los barracones de prisioneros, circunstancia que refuerza las palabras de algunos testimonios cuando describen las ráfagas que de vez en cuando descargaban sobre los reclusos desprevenidos.
El perímetro del campo está perfectamente definido y forma parte de algunas de las instrucciones de régimen interior emitidas por los Estados Mayores y la Inspección de Campos
“Los Campos de Concentración serán cercados por una zanja profunda de 1,80 de profundidad por 1,50 de anchura con doble fila de alambrada a ambos lados, no quedando mas que las entradas indispensables, para facilitar la custodia. Estos trabajos serán ejecutados por los mismos prisioneros bajo la dirección del personal que designe el Jefe de Campo”[6].
Como comprobaremos en las declaraciones de los ex-prisioneros que les tocó estar recluidos en el Campo de Castuera en los primeros meses, la referencia a la ejecución de esas obras de fortificación eran realizadas por los propios presos del Campo.
“...existía el pelotón de castigo formado por los insurrectos a los que se les ponía a trabajar en la construcción de trincheras y fortificaciones...”[7]
Aunque también contribuyeron a la realización de esos trabajos los Batallones de Trabajadores que estaban por la zona, concretamente los números 104 y 4. Para describir sus trabajos disponemos del vivo testimonio de una persona que participó en la construcción pero desde los nombrados batallones:
“Nos llevaron a la falda de una montaña donde había amontonados unos barracones prefabricados que debíamos montar rápidamente...”[8]
Pegadas por fuera al perímetro de zanjas estaban establecidas garitas, unos cuarenta centinelas, que durante toda la noche estaban gritando : “!alerta el 10!, ¡alerta el 9!”[9]. Dicha vigilancia exterior, como la medida de doblar el perímetro alambrado, se ordenó en los primeros momentos de su funcionamiento y pretendía principalmente reducir el número de fugas.
El perímetro abarca según la foto aérea del vuelo americano de 1956[10] a dos formas poligonales que sobresalen del gran cuadrado que formaba el alineamiento de las calles de los barracones. Uno de ellos, situado más al norte contendría instalaciones de limpieza y aprovisionamiento de agua, ya que fue en esa zona donde se prospectó en abril de 1939 un pozo para suministrar las necesidades del Campo de Prisioneros. Incluso en dicho recinto se conservan aún una hilera de pilones de cemento que servirían para la limpieza de ropa y otros utensilios. Cercano a estos puntos de abastecimiento de agua estuvieron las cocinas y posiblemente la existencia de unas duchas que funcionaron al principio del campo para la desinfección[11]. El otro polígono sería más difícil concretar su función aunque se podría aventurar que fue construido mediada ya la existencia del campo, siendo destinada a la confinación de los incomunicados. Aún se conservan los cimientos que formaban sus letrinas, ya que no podrían salir de dicho recinto.
En los primeros momentos los barracones de incomunicados se alineaban con los demás barracones y calles, en su extremo más alejado de la entrada principal, estando rodeados de alambre de espino y continuamente vigilados, sin poder salir de sus dependencias, únicamente saldría el prisionero que se designara para ir a por el rancho. Como veremos más adelante el número de prisioneros con destino a ser incomunicados variaría según si las fechas fueran más próximas o alejadas al final de la guerra.
El número de calles de los barracones, según los vestigios y las mediciones topográficas llevadas en la actualidad sobre el terreno, fueron ocho, además de una fila más pequeña que cubría cuatro barracones, que como hemos dicho en un principio pudo tener las funciones de contener a los nombrados como incomunicados. Cada una de esas filas contaba con diez barracones, que junto con los cuatro antes mencionados harían un total de 84 barracones. A estos habría que añadir los que contuviera el recinto poligonal que cercano al puesto de mando pudo ser construido en algún momento para contener a los incomunicados. Por tanto el número sería difícil de precisar a partir de la cifra dada de 84. Las dimensiones de los barracones eran de 15, 50 metros de largo por 4,50 metros de ancho, y su fisonomía tendría poco que ver con la figura que se daba como modelo por la Inspección de Campos. Su orientación y apertura de las puertas estaría en función de mitigar lo riguroso y extremo del clima en La Serena.
En referencia a la climatología y a las condiciones físicas donde se ubicó el campo destacar las palabras de uno de los jefes militares cuando se estaba trabajando en el levantamiento del recinto.
“Cuando empezamos a montar los barracones vino un comandante con sus auxiliares a los que dijo:
- Colóquenlos de manera que las puertas miren hacia donde sale el sol, que sino esta gente se va a podrir ahí dentro.
Cuando oí eso el alma se me cayó al suelo...”[12]
Las calles principales estaban empedradas, con cunetas para aliviar el agua y los barracones estaban montados en sucesivas terrazas que iban salvando el desnivel del terreno que en continua pendiente se vierten hacia el Este, alcanzando las calles una longitud total de 177, 60 metros. Entre los dos bloques de barracones y de calles empedradas, siete líneas cada bloque, se creó una gran explanada, la “plaza” como la señalan los testimonios, donde formarían los prisioneros según lo ordenara el Jefe de Campo. Presidiendo esa gran plaza, coronando el desnivel del terreno se alzaba una cruz de la que aún quedan los restos de su peana de cemento. A noventa metros de dicha cruz y continuando en línea recta hacia la falda de la sierra se alzaba la bandera, de la que aún se conserva un gran rosetón de cemento.
Alineadas horizontalmente con la cruz y al final de cada una de las calles se conservan aún seis bases de cemento, tres por cada lado, donde se asentaban bidones de chapa que contendrían el agua para repartir entre los prisioneros. Claro está que la presencia de dichos depósitos no fue en determinados momentos garantía ni mucho menos de la existencia del imprescindible elemento. Dada la escasez de agua en los pozos que se abrieron a principios de establecerse el campo entraría al recinto una cuba que llenaba dichos depósitos.
Las letrinas estaban estratégicamente instaladas tras un promontorio del terreno que partía la orografía del campo en dos partes, ya de por si divididas por una zanja continua que iba desde el pozo y lavadero hasta el vértice Norte del campo. Por tanto esa característica orográfica de la instalación permitiría una cierta “higiene” al paliar la proximidad de semejante estercolero a las puertas de donde se hacinaban miles de personas. En este sentido hay dos versiones una que describe como se iban haciendo zanjas para ir tapándolas a medida que iban colmándose “Las letrinas eran hechas y tapadas por los prisioneros”[13]. Y otra que señala como había unos lugares fijos con una pequeña cubierta de madera sobre un hoyo. Aún así el olor era insoportable, como certifican todos los testimonios. Las instrucciones dadas por la Jefatura de Sanidad Militar y aplicable por las distintas Divisiones encargadas de la custodia y organización de Campos como el de Castuera en abril de 1939 se refería de la siguiente manera sobre este tema:
“Se procederá con toda urgencia a la construcción de letrinas capaces para las necesidades del número de prisioneros de cada campo, aisladas de los locales de alojamiento y separadas lo más posible de los pozos o fuentes proveedoras del agua de bebida, prohibiendo severamente el realizar las necesidades fuera de dichas letrinas que se limpiaran, cuidarán y desinfectarán cuantas veces sea necesario para su buena conservación higiénica”[14].
Igualmente la cantidad de restos que aún se detectan señalan la presencia de un basurero interno en las inmediaciones de la citada letrina, que concuerda con las medidas reglamentarias prescritas por la antes citada Jefatura de Sanidad Militar:
“Cuarta.- Se procederá también con urgencia a la elección del sitio del estercolero de todos los residuos de la vida en el campo de concentración, que deberá estar por lo menos a una distancia de 250 metros de los locales de alojamiento al que se llevarán diariamente todas las basuras e inmundicias del campo y de sus alrededores.”
De su ubicación geográfica llama la atención su relativo aislamiento en una zona de importancia como nudo de comunicaciones. La precariedad en sus instalaciones otorgada en parte por la relativa provisionalidad pensada por las fuerzas vencedoras ofrecía unas condiciones inmejorables de punición y secretismo que los objetivos perseguidos. Por supuesto a la descripción efectuada sería necesario añadir la mal vivencia cotidiana de miles de personas tras las alambradas. El medio físico de clima extremo simplemente agudizaría trágicamente ambos elementos.
[1] Volvemos sobre el testimonio de Albino Garrido y en este caso transcribimos sus memorias escritas y que nos han sido enviadas por uno de sus hijos, Luis Garrido, que actualmente vive en Francia.
[2] Testimonio escrito del vecino de Valencia Antonio Prats Martí. Finalizada la guerra pasó por los campos de concentración de La Granjuela y Valsequillo siendo liberado finalmente en el de Castuera gracias a un aval conseguido por su familia.
[3] Testimonios de Máximo Morales González, natural de Salvaleón y guarda del campo y Fernando Carvajal Dorado, vecino de Guadajira, exprisionero, que aparecen recogidos por José Luis Gutiérrez Casalá.
[4] AGMA. Zona Nacional. 21 División. Operaciones. Órdenes de Operaciones. De la 112 División. Día 26 (julio 1938). Leg. 3. C.51. Ar. 42.
[5] Información ofrecida por J. B. natural de Cabeza del Buey que vivió con su familia toda la inmediata postguerra en un sitio privilegiado, en una casilla de ferroviarios al lado de la vía del tren y dominando toda la zona donde estuvo instalado el campo.
[6] AGMA. ZN. 24 División. A.41/L. 9/C.30.
[7] Testimonio ya nombrados de Máximo Morales González y Fernando Carvajal Dorado.
[8] Testimonio de un vasco que estuvo encuadrado en un batallón de trabajadores en la retaguardia de La Serena tras su ocupación. Trabajó en el levantamiento del Campo de Concentración de Castuera, aunque en sus memorias incurra en el error de nombrar Campanario como Castuera. Lizarriturri, A. Memorias de un combatiente de la Guerra Civil 1936- 1940. Eibar, 1996. (p.98)
[9] Testimonio de Rafael Caraballo Cumplido.
[10] Servicio Cartográfico del Ejército.
[11] Nos habló de esas duchas Manuel Ruiz Martín, de Orellana la Vieja, situando su existencia en los primeros momentos. También aparece en el testimonio recogido por F. Moreno de Miguel Cruz, de Villanueva de Córdoba “Nos emplearon en cavar una enorme zanja de tres metros de ancho, con alambradas a ambos lados; instalaciones de duchas improvisadas y construcción de barracones, en cada uno de los cuales nos hacinábamos unos ochenta prisioneros”. Moreno, F. La Guerra Civil en Córdoba...Op. Cit. (p. 45).
[12] Lizarriturri, Alejandro. Memorias de un combatiente (1936-1939). Ayuntamiento de Eibar, 1996.
[13] Testimonio de Máximo Morales González y Fernando Carvajal Dorado.
[14] AGMA. ZN. Ejército del Sur. División 24.
>La Cuerda India
La trágica singularidad del Campo de Concentración de Castuera empezó a fraguarse en la historia que aún se cuenta en algunos pueblos de La Serena sobre la práctica de "la cuerda india". Consistía en unir con cuerdas a varios prisioneros para arrojarlos a la mina de la Gamonita, aledaña al propio Campo, y una vez en su fondo rematarlos con una bomba de mano.
Las sacas períodicas de los barracones de incomunicados se sucederían en los meses de abril, mayo y junio. Además estaban las terribles condiciones de vida a la que se vieron sometidos miles de hombres que venían de una situación lamentable después de casi tres años en los frentes de guerra. Se desconoce el número exacto de hombres que murieron por enfermedad. El número de desaparecidos poco a poco va siendo desvelado, sobre todo a partir de la colaboración de las familias que apuntan a la existencia del Campo como última referencia de vida.
FUENTE: memorialcastuera