El llamado Caso del Fantasma de Saucedilla, compone una sucesión de apariciones de un extraño y tenebroso ser por las calles de una pequeña población Cacereña cercana a la Central Nuclear de Almaraz. Los hechos conmocionaron a la población de tal manera que requirieron, incluso, la participación de las fuerzas de seguridad.
Aquel atardecer del otoño de 1.983, Mari Carmen regresaba, sola y antes de lo previsto a su casa. La joven, ofuscada por una ligera discusión en el club juvenil de la iglesia, caminaba ligera por la avenida de Juan José González, ya casi en penumbras.
Con la vista puesta en sus pasos, Mari Carmen mantenía su mente enfrascada en el pequeño percance de hacía unos instantes. Cuando, al levantar la cabeza, observó algo extraño a lo lejos. Por la solitaria calle que atraviesa el pueblo, se acercaba alguien que despertó su inquietud. No podía verlo con claridad, pero "aquello" no era normal. Avanzaba, parsimoniosamente, por el otro lado de la calle.
Era una silueta de persona, pero con una estatura descomunal y unos ropajes largos. Apenas había llegado a la altura de donde se encontraba Mari Carmen, cuando el tenebroso ser cambió de rumbo y cruzó la avenida de González Amézqueta, hasta plantarse frente a la ya aterrorizada joven.
Fueron momentos tensos y llenos de misterio. La de Saucedilla, finalmente, había detenido su caminar a escasos pasos de la esquina de una calle confluente con la avenida. Mientras, el gigante alcanzaba la esquina contraria, frente a la testigo. En ese instante, fue cuando más cerca lo tuvo: a unos cinco metros.
Ahora, podía ver lo sumamente extraño que era "aquello" que tenía delante.
Una figura humanoide que sólo con su envergadura ya producía espanto. Sobre este aspecto, Mari Carmen lo explicaba así: "Creo que podía medir los tres metros de estatura. Sus ropas eran extrañas, a modo de túnica negra, muy holgada, que le caía a plomo hasta el suelo. No parecía que tuviese pies- dice la chica- o, al menos no los vi. Pero, es que, además, tampoco se le notaban las piernas, que se deberían dibujar en el tejido al caminar.
De cualquier forma, aquel ser no se desplazaba como nosotros, iba como flotando a ras del suelo. Se deslizaba siempre a la misma velocidad, uniforme y muy lenta, sin hacer movimiento alguno con el cuerpo. Al llamarme la atención precisamente esto que digo, miré a hacia donde deberían estar sus pies y observé algo que me sigue intrigando ahora. La parte baja de su vestimenta se agitaba como si tuviera algo que echara aire debajo de esos faldones, ¡vaya, que parecía que tuviera dentro un ventilador!".
Mari Carmen observó otros detalles del espantoso ser que no olvidará jamás. "En la cabeza parecía llevar un tocado, pero su rostro no lo pude distinguir, no sé si porque el gorro hacía sombra o porque la luz ya era casi inexistente. También, llevaba una especie de bolso o algo colgado. No tenía brazos o no se le apreciaban, tal vez los llevara pegados a los costados".
SIN RASTRO DEL “ENSOTANADO” GIGANTE
Después de esos instantes en que parecía que algo iba ocurrir, el desenlace no hizo sino incrementar aún más, si cabe, el misterio de este caso.
Sin parar, pero con la misma pasmosa lentitud, el extraordinario "paseante" se internó en la calle que les separaba. Mari Carmen no dudó en asomarse a la esquina, comprobando que ya no estaba. Imposible que hubiera llegado al final de la calle en tan poco tiempo. Contrariada por lo misterioso del asunto, quiso apurar, aún más, su curiosidad y avanzó unos pasos.
Quería comprobar si aquel ser se había ocultado en un callejón sin salida que se encontraba al comienzo de la calle. Pero, allí, no había nada ni nadie. No era posible, pero así ocurrió, la siniestra figura se había esfumado en los apenas cinco segundos que ella había empleado en asomarse a la bocacalle. Llena de pánico, entonces, la joven emprendió una desenfrenada carrera hasta llegar a casa.
Cuatro días después de lo sucedido, al atardecer, la misma chica, junto a dos chavales más pequeños, vieron, al otro extremo de una de las calles del pueblo, claramente, un rostro que les llenó de terror. Los dos chicos salieron por pies pero Mari Carmen quiso, una vez más, asegurarse de que aquello estaba delante de sus ojos. Segundos después, siguió los mismos pasos que sus compañeros.
- Estaba allí, parecía observarnos, asomado a la otra esquina. Sólo se le veía la cara –comenta la chica – una cara redonda y blanca. Se distinguía perfectamente en la oscuridad, a pesar de la distancia. Era un rostro resplandeciente y sus ojos, también.
Queda algo más por decir respecto a este último suceso. A la mañana siguiente, fue comentario común de todos los vecinos de Saucedilla que, durante la noche anterior, se habían oído aullar a los perros de forma incesante.
Paralelamente en el tiempo a los referidos sucesos, una tercera joven, María del Mar Mariscal, de trece años de edad, pasó por el trance de encontrarse con la extraña figura negra, y no una sola vez sino en dos ocasiones.
La primera de ellas, ocurrió cuando la joven regresaba, ya de noche, a su casa. Caminaba por la avenida de Juan Antonio González y casi antes de llegar a su domicilio, observó una silueta alta, con ropajes oscuros y largos, que se detenía en la calzada. Inmóvil y no muy lejos de ella, parecía contemplar los pasos de la chica. Mari Mar apartó por un instante la vista del inquietante observador. Cuando dirigió su mirada de nuevo al centro de la calle, ya no estaba.
LA TENEBROSA APARICIÓN EN EL JARDÍN
En la misma noche, esta joven de Saucedilla viviría, tal vez, la situación de mayor pánico de cuantas provocó el insólito paseante.
María del Mar Mariscal había recogido la mesa después de la cena y se disponía como cada noche a llevar las sobras a la basura. Para ello tenía que salir de su casa, un chalet con cancela a las afueras de Saucedilla, atravesar el sendero del jardín y depositar los desperdicios en un contenedor ubicado en el garaje.
Pero aquella noche, el jardín no estaba solo. Junto a uno de los postes de la verja y dentro del recinto, se encontraba una figura alta de aspecto humano con ropas largas. La columna con dos metros de alta, tan sólo, alcanzaba los dos tercios de su cuerpo.
María del Mar tan sólo lo tenía a unos pasos. No decía nada, pero parecía mover los labios al tiempo que con su mano derecha hacía un gesto indicando a la chica que se acercara. En su cara "apepinada" destacaba una marca muy pronunciada, algo parecido a una cicatriz. La joven ni siquiera soltó lo que llevaba en sus manos, salió disparada. Con el terror escrito en sus ojos, entró en casa gritando que algo horrendo se encontraba en el patio. Su padre asió un cuchillo y salió corriendo hacia la calle, su hija le siguió.
En el jardín ya no había nadie. La cancela seguía cerrada. Los perros de los alrededores ladraban y aullaban sin parar. Continuaron haciéndolo durante toda la noche.
Los hechos adquirieron tal relevancia que hicieron intervenir a las autoridades. Tras indagar acerca de las apariciones del tenebroso ser, no sé sí con autenticas ganas, intentaron dar con el gigante de negro.
Para ello, la Guardia Civil y numerosos vecinos realizaron batidas por todos los rincones del pueblo y de sus alrededores. Ni que decir tiene que aquellos rastreos resultaron infructuosos.
FUENTE: Gonzalo Pérez Sarró. Huellas de otra realidad. Editorial EDAF
ENLACE: Huellasdeotrarealidad
Aquel atardecer del otoño de 1.983, Mari Carmen regresaba, sola y antes de lo previsto a su casa. La joven, ofuscada por una ligera discusión en el club juvenil de la iglesia, caminaba ligera por la avenida de Juan José González, ya casi en penumbras.
Con la vista puesta en sus pasos, Mari Carmen mantenía su mente enfrascada en el pequeño percance de hacía unos instantes. Cuando, al levantar la cabeza, observó algo extraño a lo lejos. Por la solitaria calle que atraviesa el pueblo, se acercaba alguien que despertó su inquietud. No podía verlo con claridad, pero "aquello" no era normal. Avanzaba, parsimoniosamente, por el otro lado de la calle.
Era una silueta de persona, pero con una estatura descomunal y unos ropajes largos. Apenas había llegado a la altura de donde se encontraba Mari Carmen, cuando el tenebroso ser cambió de rumbo y cruzó la avenida de González Amézqueta, hasta plantarse frente a la ya aterrorizada joven.
Fueron momentos tensos y llenos de misterio. La de Saucedilla, finalmente, había detenido su caminar a escasos pasos de la esquina de una calle confluente con la avenida. Mientras, el gigante alcanzaba la esquina contraria, frente a la testigo. En ese instante, fue cuando más cerca lo tuvo: a unos cinco metros.
Ahora, podía ver lo sumamente extraño que era "aquello" que tenía delante.
Una figura humanoide que sólo con su envergadura ya producía espanto. Sobre este aspecto, Mari Carmen lo explicaba así: "Creo que podía medir los tres metros de estatura. Sus ropas eran extrañas, a modo de túnica negra, muy holgada, que le caía a plomo hasta el suelo. No parecía que tuviese pies- dice la chica- o, al menos no los vi. Pero, es que, además, tampoco se le notaban las piernas, que se deberían dibujar en el tejido al caminar.
De cualquier forma, aquel ser no se desplazaba como nosotros, iba como flotando a ras del suelo. Se deslizaba siempre a la misma velocidad, uniforme y muy lenta, sin hacer movimiento alguno con el cuerpo. Al llamarme la atención precisamente esto que digo, miré a hacia donde deberían estar sus pies y observé algo que me sigue intrigando ahora. La parte baja de su vestimenta se agitaba como si tuviera algo que echara aire debajo de esos faldones, ¡vaya, que parecía que tuviera dentro un ventilador!".
Mari Carmen observó otros detalles del espantoso ser que no olvidará jamás. "En la cabeza parecía llevar un tocado, pero su rostro no lo pude distinguir, no sé si porque el gorro hacía sombra o porque la luz ya era casi inexistente. También, llevaba una especie de bolso o algo colgado. No tenía brazos o no se le apreciaban, tal vez los llevara pegados a los costados".
SIN RASTRO DEL “ENSOTANADO” GIGANTE
Después de esos instantes en que parecía que algo iba ocurrir, el desenlace no hizo sino incrementar aún más, si cabe, el misterio de este caso.
Sin parar, pero con la misma pasmosa lentitud, el extraordinario "paseante" se internó en la calle que les separaba. Mari Carmen no dudó en asomarse a la esquina, comprobando que ya no estaba. Imposible que hubiera llegado al final de la calle en tan poco tiempo. Contrariada por lo misterioso del asunto, quiso apurar, aún más, su curiosidad y avanzó unos pasos.
Quería comprobar si aquel ser se había ocultado en un callejón sin salida que se encontraba al comienzo de la calle. Pero, allí, no había nada ni nadie. No era posible, pero así ocurrió, la siniestra figura se había esfumado en los apenas cinco segundos que ella había empleado en asomarse a la bocacalle. Llena de pánico, entonces, la joven emprendió una desenfrenada carrera hasta llegar a casa.
Cuatro días después de lo sucedido, al atardecer, la misma chica, junto a dos chavales más pequeños, vieron, al otro extremo de una de las calles del pueblo, claramente, un rostro que les llenó de terror. Los dos chicos salieron por pies pero Mari Carmen quiso, una vez más, asegurarse de que aquello estaba delante de sus ojos. Segundos después, siguió los mismos pasos que sus compañeros.
- Estaba allí, parecía observarnos, asomado a la otra esquina. Sólo se le veía la cara –comenta la chica – una cara redonda y blanca. Se distinguía perfectamente en la oscuridad, a pesar de la distancia. Era un rostro resplandeciente y sus ojos, también.
Queda algo más por decir respecto a este último suceso. A la mañana siguiente, fue comentario común de todos los vecinos de Saucedilla que, durante la noche anterior, se habían oído aullar a los perros de forma incesante.
Paralelamente en el tiempo a los referidos sucesos, una tercera joven, María del Mar Mariscal, de trece años de edad, pasó por el trance de encontrarse con la extraña figura negra, y no una sola vez sino en dos ocasiones.
La primera de ellas, ocurrió cuando la joven regresaba, ya de noche, a su casa. Caminaba por la avenida de Juan Antonio González y casi antes de llegar a su domicilio, observó una silueta alta, con ropajes oscuros y largos, que se detenía en la calzada. Inmóvil y no muy lejos de ella, parecía contemplar los pasos de la chica. Mari Mar apartó por un instante la vista del inquietante observador. Cuando dirigió su mirada de nuevo al centro de la calle, ya no estaba.
LA TENEBROSA APARICIÓN EN EL JARDÍN
En la misma noche, esta joven de Saucedilla viviría, tal vez, la situación de mayor pánico de cuantas provocó el insólito paseante.
María del Mar Mariscal había recogido la mesa después de la cena y se disponía como cada noche a llevar las sobras a la basura. Para ello tenía que salir de su casa, un chalet con cancela a las afueras de Saucedilla, atravesar el sendero del jardín y depositar los desperdicios en un contenedor ubicado en el garaje.
Pero aquella noche, el jardín no estaba solo. Junto a uno de los postes de la verja y dentro del recinto, se encontraba una figura alta de aspecto humano con ropas largas. La columna con dos metros de alta, tan sólo, alcanzaba los dos tercios de su cuerpo.
María del Mar tan sólo lo tenía a unos pasos. No decía nada, pero parecía mover los labios al tiempo que con su mano derecha hacía un gesto indicando a la chica que se acercara. En su cara "apepinada" destacaba una marca muy pronunciada, algo parecido a una cicatriz. La joven ni siquiera soltó lo que llevaba en sus manos, salió disparada. Con el terror escrito en sus ojos, entró en casa gritando que algo horrendo se encontraba en el patio. Su padre asió un cuchillo y salió corriendo hacia la calle, su hija le siguió.
En el jardín ya no había nadie. La cancela seguía cerrada. Los perros de los alrededores ladraban y aullaban sin parar. Continuaron haciéndolo durante toda la noche.
Los hechos adquirieron tal relevancia que hicieron intervenir a las autoridades. Tras indagar acerca de las apariciones del tenebroso ser, no sé sí con autenticas ganas, intentaron dar con el gigante de negro.
Para ello, la Guardia Civil y numerosos vecinos realizaron batidas por todos los rincones del pueblo y de sus alrededores. Ni que decir tiene que aquellos rastreos resultaron infructuosos.
FUENTE: Gonzalo Pérez Sarró. Huellas de otra realidad. Editorial EDAF
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