La Biblioteca de Barcarrota

Como Biblioteca de Barcarrota se conoce el conjunto de los diez libros impresos y un manuscrito del siglo XVI hallado emparedado en agosto de 1992 en esa población de Extremadura, en la provincia de Badajoz, durante las obras de reforma de una vivienda, y que fue dado a conocer a los medios públicos en diciembre de 1995, cuando la Junta de Extremadura compró ese fondo bibliográfico a la familia propietaria de la vivienda. Lo que desde un principio capitalizó la noticia fue que en el alijo descubierto figuraba una edición de 1554 hasta el momento desconocida del Lazarillo de Tormes. El llamado “ Lazarillo de Barcarrota” ocupó los titulares y captó la atención y el interés de los especialistas, en detrimento del valor de un conjunto bibliográfico extremadamente singular.



Los libros encontrados pueden situarse en un arco temporal que va desde 1525 a 1554 y tienen en común su carácter heterodoxo, su condición de textos comprometedores por sus contenidos o por su autoría, y son obras mayoritariamente incluidas en los índices inquisitoriales de libros prohibidos en la época. Junto a la joya de nuestra literatura picaresca, un manuscrito italiano de contenido sexual, un pequeño tratadito de exorcismos, un ejemplar único de la Oración de la Emparedada en portugués, una edición latina de la Lingua de Erasmo, un tratado de quiromancia... Una biblioteca clandestina, pues, la de Barcarrota, cuyo perfil explica su ocultación y que hayan pervivido durante varios siglos tras una pared del doblado de una vivienda particular. A estas piezas hay que unir un elemento, de distinta condición material, un amuleto o una nómina —papel escrito con diverso contenido a modo de recuerdo que se depositaba en una bolsita para llevarlo consigo—, que se encontró entre los libros.

Claramente, la denominación de biblioteca es una denominación genérica que expresa bien la condición del alijo como conjunto librario, sin que se le añada con ese nombre ninguna consideración sobre su unidad o coherencia, o sobre su número. Es lo que es, un reducido tesoro de gran valor, una mínima y selecta biblioteca secreta durante siglos, cuyo denominador común, como ha señalado Elisa Ruiz, es el tratamiento de una temática de signo transgresor y cuyas claves de sentido aún quedan sin esclarecer del todo y abren sugerentes líneas de investigación.

Sobre esto, el hecho editorial más destacable desde la aparición de los libros es la iniciativa, alentada y supervisada con una sensibilidad y un rigor exquisitos por su director, Fernando T. Pérez González, de la Editora Regional de Extremadura de publicar toda la biblioteca en ediciones facsimilares —hasta el momento, se han publicado seis de las once obras. Junto a ello, lo más trascendente desde el punto de vista del investigador y que se vincula con el hallazgo de los libros es la publicación de la obra de Fernando Serrano Mangas, El secreto de los Peñaranda. El universo judeoconverso de la Biblioteca de Barcarrota. Siglos XVI y XVII. Huelva, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Huelva y Editora Regional de Extremadura (Biblioteca Montaniana, 10), 2004. Es la segunda edición del libro que se publicó con el título de El secreto de los Peñaranda. Casas, médicos y estirpes judeoconversas en la Baja Extremadura rayana. Siglos XVI y XVII. Madrid, Hebraica Ediciones, 2003. En este estudio se defiende que el perfil del poseedor de los libros ocultos en Barcarrota debía ser el de un criptojudío, médico y originario de Llerena y se desvela que el propietario del domicilio era, efectivamente, un judío, médico, nacido en Llerena llamado Francisco de Peñaranda. Constituye la investigación de mayor calado y con más aportaciones sobre el contexto preciso de los libros de Barcarrota. Tampoco puede ignorarse la aportación de uno de los grandes tesoros de la biblioteca, la edición de Medina del Campo del Lazarillo, a la historia textual de esta obra y a la bibliografía crítica reciente, bien en forma de ediciones, como las de Félix Carrasco (New York, Bern, Frnakfurt..., Peter Lang, 1997) o Aldo Ruffinatto (Madrid, Editorial Castalia, 2001), bien en forma de estudios como los de, también Aldo Ruffinatto ( Las dos caras del Lazarillo . Texto y mensaje. Madrid, Editorial Castalia, 2000), o Rosa Navarro ( Alfonso de Valdés, autor del Lazarillo de Tormes, Madrid, Gredos, 2003), quien considera que el ejemplar hallado en Barcarrota iluminó algunas de las veredas que le han conducido al descubrimiento de la autoría de la novela.

Los libros fueron adquiridos en diciembre de 1995 por la Consejería de Cultura de la Junta de Extremadura, que los dio a conocer al público en una exposición organizada en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo de Badajoz en enero de 1996. La primera pieza que centró la atención de los investigadores fue, lógicamente, el Lazarillo, y fue la primera en editarse facsimilarmente en julio de 1996. Se culminó la restauración de todo el fondo en febrero de 1998. Unos meses antes, en 1997, lo había sido la obra más deteriorada, el manuscrito de La Cazzaria. El 23 de abril de 2002 fue inaugurada oficialmente la Biblioteca de Extremadura en Badajoz, y desde esa fecha se encuentran los ejemplares del hallazgo de Barcarrota entre su fondo antiguo.

Después de diez años, la siguiente relación es la primera que propone una ordenación cronológica de las obras halladas y que presenta una descripción y una tipología más fieles con el conjunto de las piezas del fondo. Lamentablemente, después de este tiempo, tanto en estudios especializados y en repertorios bibliográficos de referencia, como en textos de divulgación, se siguen reproduciendo no sólo el orden casi arbitrario con el que se hizo el primer recuento, en el que el Lazarillo ocupaba el primer puesto, sino los errores de trascripción de los títulos de este singular conjunto. Se describen ahora estos libros en una presentación divulgativa, clara para el lector común, y con una información lo más completa posible sobre la trascendencia y significación de las obras, y sobre otras circunstancias referidas a su hallazgo y posterior estudio.

Miguel Ángel Lama